Los 1.757 días de Emeka Okafor

A lomos de Anthony Davis, los Pelicans buscan un acceso a los playoffs que para muchos se había tornado imposible ya cuando DeMarcus Cousins, después de firmar un triple-doble memorable, se había roto enterito. La baja para la toda la temporada de uno de los pilares de New Orleans, en ese equipo que de alguna manera se resistía a los nuevos tiempos del baloncesto y que basaba su juego en dos interiores, no al puro estilo antiguo, pero interiores al fin y al cabo, pareció hundir la nave de los Pelicanos.

Por esos días, desolado el plantel de NOLA por el golpe en su línea de flotación, un ilustre veterano, para no pocos enterrado en su recuerdo, un antiguo Novato de Año, jugaba sus 20 minutos por partido en la G League, en Delaware, cerca de Philadelphia, algo más lejos de New Orleans. Ese veterano, elegante, ágil, de fina presencia desde sus 208 centímetros, había logrado lo que muchos no habían conseguido: volver de una lesión grave, de una hernia cervical a la que nunca aplicó cirugía, sino los rigores de la fisioterapia.  El escenario por el que se movía no era la NBA, todavía, esa NBA que había dejado un 15 de abril de 2013 sin saber, seguramente, que iba a tardar años en volver a abrazarla.

A veces, las puertas de nuestro beneficio se abren por las desgracias de otros. Es así, poco se puede hacer si los males ajenos no son nuestra responsabilidad. Cuando DeMarcus Cousins se destrozaba en los últimos instantes del partido contra Houston, el 26 de enero de 2018, su futuro sustituto estaba compitiendo en la G League, a sus 35 años, en el Nassau Veterans Memorial Coliseum y ante apenas 2.000 personas. En esa velada, ante los locales Long Island Nets, Okafor se iba hasta los 12 puntos y 19 rebotes. Todavía disputó uno más con los Delaware 87ers, pero su estancia en la liga menor era historia.

La llamada un lustro después

Emeka Okafor, en septiembre de 2017, había realizado la pretemporada con los 76ers y había jugado incluso algún encuentro. Para quien no lo viera en acción ni entonces ni en su posterior viaje a la G League, bien podría parecer el homenaje final que se brinda alguien lesionado durante años y años. Aquello de bueno, aquí estamos, hemos logrado volver a jugar.

Pudo parecer eso, pero Okafor tenía otros planes. Su debut en una competición como la G League, a la edad en la que muchos cuelgan las botas, iba obligatoriamente en una dirección diferente. No lo hacía por dinero, obviamente por los sueldos de la G League habría sido ridículo para alguien que amasó casi 90 millones de dólares en nueve temporadas en la NBA, las que fueron desde su número 2 del Draft de 2004 al citado golpe final en Washington, que nunca lo fue del todo.

¿Por qué volvía Okafor? Más allá de números y de apariciones en playoffs, de nóminas que resuelven vidas, que alguien que ha sufrido una lesión grave como la suya sea capaz no solo de jugar al baloncesto sino de hacerlo en la NBA de nuevo, no es que se haya visto en nuestro universo. Su historia es única, porque sí, el 3 de febrero, casi cinco años después de salir de la liga, los Pelicans de New Orleans, de la New Orleans que respira vida y suspira por regresar a los playoffs, llamaban a Okafor. Era sábado, fin de semana, primera hora en Estados Unidos. Los Pelicans anunciaban el fichaje por diez días de Okafor, necesitados de gente que conociera la franquicia y pudiera dar rotación puntual a Davis. Debutaba el 5 de febrero ante los Jazz. No se presumía mucho más rol en Okafor y ya hubiera bastado, como ya habría bastado verle en la G League moverse finamente, como ya habría bastado que volviera a entrar en dinámica de NBA cuando trabajó en el training camp de los Sixers.

Habría sido suficiente ese contrato de diez días, quizá otro más, que es lo que vino. Y muchas gracias por todo, Emeka, ha sido un placer. Pero no. Al borde de expirar ese primer acuerdo temporal, que por privilegios de veterano le reportó más de 100.00 dólares, Okafor era titular ante Detroit. Los Pelicans estaban 1-0 y con él en el quinteto se colocaron ese sábado 12 de febrero 2-0. Okafor vio renovado su acuerdo de diez por segunda vez, otros 100.000 dólares largos. Parón del All-Star incluido, los Pelicans y Okafor siguieron con esa relación nueva, de titularidades y victorias como sinónimo. Nunca más de 20 minutos, racionado todo, como sucedía en la G League, pero eficientes. Todo era y es parte de un plan.

New Orleans no perdía, Okafor ganaba, al destino, a las lesiones, al pasado y al futuro. El 26 de febrero estrenaba nuevo contrato laboral, agotada la vía de los diez días y agotados todos los plazos que estos contratos permiten. La temporalidad se había terminado contra los Bucks, el domingo 25. El lunes siguiente, los Pelicans se quedaban para todo el curso con Okafor a cambio de 529.000 dólares, el mínimo de veterano, la prorrata de sus días de vuelta a la elite. Lo celebró con 14 puntos, su récord de la temporada.

Antes, algún show como los cinco tapones ante los Heat, para un promedio total en sus siete primeros partidos de 1,8 gorros. Sigue lo suyo, que era no solo asentarse en la NBA, crearse un hueco en la jungla después de cinco años fuera, sino hacerlo sin haber jugado durante cientos de días al baloncesto. Hay casos como el de Damien Wilkins, de Indiana, que regresó a la NBA con 38 años y varios cursos sin pisarla. Pero él, con estancias en China y otros lugares de dólares y algunos meses de competición, no se había retirado.

Okafor, parece, tampoco. Sería de justicia poética que él y los Pelicans, que él y Davis, el mejor Davis de siempre, pudieran brindar y brindarse algunos bailes más en forma de playoffs. Sería la primavera perfecta en la viva y alegre New Orleans, la fiesta sensacional para quien supo esperar 1.757 días. Los que pasaron de su último duelo en la NBA hasta su regreso. Fueron los 1.757 días de Okafor.


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