Luke, qué bueno que viniste

Mi memoria no recuerda un periodo tan negro en lakerland. Y no, no me refiero solamente a lo deportivo; a lo que podemos palpar en la cancha cada noche. Es más bien una cuestión de feeling. De notar la torpeza a la hora de decidir, organizar y planificar el futuro de una franquicia del peso que tienen los de oro y púrpura en la liga. Es como si se hubiera soltado un elefante en una cacharrería.

Algunos dicen que lo peor han sido los dos últimos años, el tiempo en el que Byron Scott, en lugar de intentar mejorar el rendimiento de sus pupilos, se ha dedicado a cavar con pala ancha una fosa mucho más honda de lo que vemos o pensamos. Pero siendo justos con el técnico, las calamidades, muchas de ellas de regusto incomprensible, ya llevaban unos años antes dándose en los despachos de la organización. Concretamente desde la era post-Phil Jackson, se quiera o no ver.

Primero todos los esfuerzos fueron para intentar restaurar el equipo en busca de un campeonato que sólo estaba en la cabeza de aquellos que tomaban las decisiones; sí, Mitch Kupchak, nos referimos a ti. Pasada esa fiebre howardiana, llegó la transición amarilla desde 2013 en la que lo más infame de todo era que ni se sabía cuál era el objetivo del equipo.

¿Playoffs? Ya casi no había equipo. ¿Tanquear? Utópico en la ética de una franquicia tan magna. Y en medio de esos dos extremos salía a flote la opción de competir; pero vaya, la confección que Kupchak había preparado también se quedaba corta en tal designio. Y si no recordemos nombres del calado de Wesley Johnson, Shawne Williams, Chris Kaman o Ryan Kelly, entre otros.

¿Qué ha cambiado?

Cuando esta temporada se veía a los peores Lakers de la historia, todo hacía prever que Scott sería enviado a la cola del paro con la mayor de las prisas. Pero aun bajo ese contexto, desde los despachos se le ratificó, se le dio confianza de cara a la siguiente campaña y cualquier aficionado Laker se echó a temblar. Si es que en algún momento del año había dejado de hacerlo.

Cuando una madrugada española se comunicó que el señor Scott había sido destituido, de primeras reinó la incomprensión. Y no porque poco tiempo antes le hubieran confirmado en su puesto — algo que cuando se produce no hace otra cosa que corroborar que queda poco para que le echen —, sino más bien porque no se esperaba ni medio atisbo de cordura en los despachos angelinos tras el cúmulo de esperpénticas decisiones tomadas, una tras otra, los pasados cursos.

Al fin, una pretemporada digna

Lo segundo más impactante en todo este caso fue cuando salieron al mercado de entrenadores a ver qué eran capaces de pescar en el intento. Vista la impericia con la que se han movido en los últimos tiempos, jamás se esperaba que fueran a traer a alguien antes de que acabasen los Playoffs. Y menos aún que fueran a traerse a la perla más brillante que quedaba en ese pequeño río de oportunidades.

Traer a Luke Walton, así grosso modo, supone tener un entrenador antes de dos citas que son clave para todo equipo que se tercie: el draft y la agencia libre — sin olvidar la Summer League —. Esto es el a,b,c de una gestión empresarial: ten a tus activos preparados antes de ponerte a buscar otros que eleven el nivel de lo que ya tienes.

El draft está regido por una lotería previa que marcará en qué dirección va la brújula de Walton; pero el momento en el que todos se aprietan el nudo de la corbata y hacen resonar de sus tirantes es cuando toca levantar el teléfono y tirar de ingenio para llevarte los jugadores que más te convienen para tu proyecto.

Porque ésa es precisamente la ilusión que genera Walton. Hay un proyecto del que partir y unas metas que ir cumpliendo en ese esfuerzo progresivo. Y no, no hablamos de montar un equipo campeón en una temporada ni de atraer a grandes agentes; eso sería más ilusión que realidad. Se trata de dejar de hacer el cafre a la hora de seleccionar jugadores que no cumplen con un objetivo al final del camino; de no gastarse la masa salarial en medianías que tampoco aportan un crecimiento para los jóvenes jugadores; de no ser el último en decir “aquí estoy” cuando ya todos los equipos han hecho y deshecho en el mercado. Esto va de cambiar la inercia.

La experiencia de Golden State

Lo que ha sucedido en Oakland durante las dos temporadas pasadas da para libro. De los buenos, largos y de los que pagas con una sonrisa en la boca.

Lo ocurrido entre la época de Mark Jackson y la de Steve Kerr siempre me recuerda a una cama mal hecha, en la que las sábanas parecen un verdadero acordeón, la almohada está hecha una pelota y que produce dolores de espalda sólo con mirarla. De repente, llega otro tipo que ve esa misma cama, y en vez de cambiar el colchón, somier o colcha, decide que la va a hacer de otra forma, con otro estilo y con otras dobleces. Cuando termina de perfilar hasta el último pico de la cama, ésta es otra. Ahora sí apetece tener el más plácido de los sueños en ella.

En ese periodo de cambio ha estado también Walton. Esos momentos en los que Kerr, fanático del análisis estadístico, se dio cuenta de que para cada jugador de los Warriors había que modificar detalles importantes que estaban pasando inadvertidos y que, como se ha acabado corroborando, han propiciado la creación de un equipo que está cambiando la concepción del baloncesto moderno.

Walton también ha estado cuando Kerr no ha podido estar en el banquillo por temas de salud. Tomar las riendas de un equipo — con un balance de 39-4 —, por muy encarrilado que se lo dejase el jefe, no es tarea sencilla. Y más cuando todos los focos mediáticos están apuntando sobre tu cabeza a cada segundo.

¿Qué trae a los Lakers?

Ilusión. La relación Walton-Lakers, sabemos, viene de largo. Volver a unir los caminos bajo otros roles era algo que, como el mismo técnico ha dicho, “no se podía dejar pasar”. Y no lo ha hecho, no.

Aparte de esos movimientos en la agencia libre, en la que adelantamos va a tener que intentar quitarse algunos jugadores/contratos tóxicos, su gran deber va a estar a la hora de gestionar el talento que allí reside, sea mucho o poco.

Su detector rápidamente ha apuntado al núcleo joven conformado por D’Angelo Russell, Jordan Clarkson o Julius Randle. Es consciente de que en ellos está el cemento con el que ir haciendo la carretera que ha de devolverles a un lugar no tan denso como el que ocupan ahora en el status de la liga.

Inteligentemente, lo primero que ha hecho ha sido proteger a Russell. Aunque al final subiese su rendimiento debido a tener más minutos, lo cierto es que las sensaciones que ha dejado el base no han sido todo lo positivas que se esperaban; al menos en mi caso. Si a ello le sumamos el raro lío sucedido con Nick Young y la pérdida de confianza del vestuario en Russell, formamos un cóctel demasiado explosivo para un jugador tan joven como él.

En esas, Walton ha ensalzado la capacidad de Russell como point-guard, piropeando la visión de juego que alberga en su interior y las dotes de mando del equipo como jugador que hace jugar. Es más, ayer mismo señalaba con toda rotundidad que Russell puede convertirse en un “All-Star para siempre”. Palabra de entendido.

Dotar de actitud y nociones básicas del juego promete ser la seña que aplique el técnico a esos jóvenes; generar al fin un estilo de juego que vayan pudiendo adoptar poco a poco y que identifique a los Lakers sobre los demás equipos; abandonar esa horrible sensación de no saber ni qué se hace en pista; agachar las piernas y ponerse a defender de verdad por primera vez en años. Y todo ello me huele que será aderezado por unas grandes pizcas de alto y vertiginoso ritmo ofensivo. Porque de casta le viene al galgo.


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