Los años de reconstrucción se parecen bastante a los años de perro. Cada primavera a la que se llega sin haber competido por algo cuenta como siete otoños. Oklahoma ha entrado en la que se estima como su tercera temporada de avituallamiento y en el imaginario colectivo da la sensación de haber pasado un par de eternidades desde aquellos sorprendentes Thunder de Chris Paul. El grupo permea un ambiente pulcro, siendo una de las franquicias NBA más transparentes con lo que sucede de puertas para adentro. Pero esto no evita que la prensa lleve ya un año agitando el avispero de un inminente hartazgo de Shai Gilgeous-Alexander y la posibilidad de que éste devenga en una apresurada petición de traspaso.
Antes del inicio del curso, cabía esperar que este año se dejase de mirar hacia abajo y sumar victorias se convirtiese en el objetivo central del equipo. Pero la lesión de Chet Holmgren, al menos en los círculos de debate habituales, daba al traste con dicho plan para retrasarlo al menos otros diez meses. Es cierto que ahora mismo los Thunder ocupan la duodécima posición de la Conferencia Oeste, pero ni su récord ni su juego reflejan a un conjunto que pasa por una reconstrucción profunda.
Podría decirse que OKC se halla en tierra de nadie. Entre Pinto y Valdemoro. En medio de las líneas que delimitan la decencia y la vergüenza. Sin embargo, con un balance de 11-13, el equipo no peca de regalarse a la falta de objetivos. Más allá de Shai los Thunder no cuentan con más talento bruto que Rockets, Pistons, Magic o Hornets. Pero sí gozan de un mayor empaque por su susodicho líder en cancha y por el hombre que ocupa su banquillo: Mark Daigneault.
Segundo plato
Vale la pena recordar que la llegada del actual técnico no era el plan inicial de los Thunder cuando inician su proyecto de autodestrucción y acumulación de elecciones del draft. De hecho, comienzan un año más tarde de lo esperado por el imprevisto éxito que supuso la campaña 2019-20. La posterior a la salida de Russell Westbrook y Paul George. La intención ya entonces no era competir tan bien como se acabó haciendo, pero a CP3 le dio por dejar de ser ‘el contrato más tóxico de la historia’. Sam Presti no iba a permitir que la demolición se retrasara de nuevo, y decidió traspasar a Paul con rumbo a Phoenix y deshacerse de todas sus piezas de valor para abastecerse de rondas a futuro.
En el proceso, el General Manager le ofreció la permanencia a Billy Donovan, técnico que había estado al frente del banquillo de OKC desde 2015 y entonces recién nombrado Entrenador del Año. Quien, ante la tesitura de dirigir un conjunto eminentemente perdedor, prefirió hacer las maletas a Chicago. Seguramente Donovan le vería las orejas al lobo con una práctica nada extraña en los días del tanking extremo: que el entrenador sea un simple espantapájaros al que despedir cuando se atisba luz al final del túnel.
La renuncia del que fuese mítico preparador en la Universidad de Florida hizo que Presti tuviese que improvisar. El gerente tampoco se rompió mucho la cabeza y decidió otorgarle el puesto a Mark Daigneault, por aquel entonces asistente del cuerpo técnico de apenas 35 años de edad. Daigneault llevaba en la franquicia desde 2014, siendo entrenador jefe en los Oklahoma City Blue de la G League hasta 2019. En el proceso de contratación surgieron nombres como Brett Brown, Ime Udoka, Becky Hammon, Nate McMillan o Kenny Atkinson, pero los Thunder se acabaron quedando con el de casa.
Dudas por atajar
Justo o injusto, este tipo de movimientos siempre vienen acompañados de incertidumbres. ¿Daigneault estaba ahí por ser el mejor candidato posible o por ser el más manejable y cuyo caché le salía más barato a los Thunder anticipando un posible despido a medio plazo? Inconvenientemente, esas cuestiones solo las responde el tiempo y el magma anticompetitivo de Oklahoma no resulta el mejor de los escenarios para tomar el pulso a un entrenador. Sobre todo cuando en los despachos se toman decisiones cuestionables como apartar deliberadamente a Al Horford o las sospechosas bajas de Shai, Giddey o Dortz en los tramos finales de temporada.
Las franquicias que habitan los bajos fondos de la competición a menudo abrazan la condescendencia y evitan enjuiciar todo lo que sucede entre sus cuatro paredes por decepcionante que resulte el producto. Pero con dos años como entrenador a sus espaldas, debería ser lícito formar una opinión, y el veredicto con Daigneault descubre a un muy buen técnico de baloncesto.
‘Nuevos’ perfiles para nuevos paradigmas
En esa eterna dicotomía entre el entrenador de jugadores o el de pizarra ya no existe quien se pueda decantar por un lado descuidando el otro. La cuasi extinción de la vieja guardia se explica de forma sencilla aludiendo a que los perfiles radicales de palo sin zanahoria o enfermizo tacticismo no tienen cabida en la actual NBA. Siempre fue así en los casos de mayor excelencia y Phil Jackson, Gregg Popovich o Steve Kerr pueden dar buena cuenta de ello. Pero el equilibrio entre ambas escuelas impera hoy desde la cúspide hasta los bajos fondos.
Raza y juventud no son elementos al azar en las características del nuevo técnico, sino un atajo para que el jugador se sienta de igual a igual con el que ordena desde la banda. Un paso más en la horizontalización de las organizaciones. A sus 37 años, Daigneault se ajusta perfectamente al molde que requiere la actual era. Sin embargo, no hay nada más valioso en su figura que una faceta irrenunciable y en ocasiones sorprendentemente ignorada: Mark acerca a su equipo a ganar partidos de baloncesto.
Shai, un pilar sobre el que asentarlo todo
Los Thunder saben perfectamente a lo que juegan. Son el equipo más vertical de la liga —líder apabullante en penetraciones por partido—, buscan correr a la mínima oportunidad —es el equipo que menos segundos gasta por posesión según datos de Impredictable— y su ataque va poco más allá del aclarado y el pick-and-roll. Eso sí, siempre partiendo de un buen espaciado y trabajo de movimientos en lado débil. Solo así se consigue camuflar las carencias de los Robinson-Earl, Kenrich Williams, Darius Bazley y compañía; a la vez que se ensalzan las virtudes de Giddey, Pokusevski, Dort o el recién nombrado rookie del mes Jalen Williams. Aunque, sorpresa, Shai ayuda bastante en esta empresa.
Tan simple como que el base canadiense está haciendo números de MVP en un equipo de fondo de tabla. Sin embargo, lo que realmente le da un salto de calidad al colectivo es la forma en que ha diversificado su juego, incorporando ya de forma definitiva la media distancia y un más que solvente juego al poste. Daigneault necesita esta versión de Gilgeous-Alexander para vestir una plantilla que cuenta con apenas seis —siendo generosos— jugadores realmente aprovechables en el primer nivel. Y lejos de cargarle el entuerto, el técnico le dota de mecanismos para permitirle llegar a los momentos en los que él puede resolver.
Oklahoma es el cuarto equipo que más finales apretados ha vivido esta temporada. Hasta en quince ocasiones ha entrado en los últimos cinco minutos de encuentro con el marcador en menos de cinco puntos. Esto, que en equipos de zona noble se podría ver como incapacidad de cerrar antes los partidos, en OKC habla de llevarlos al límite contando las más de las veces con menos herramientas. Su 46,7% de victorias en el llamado clutch time supera las cifras de equipos como Warriors, Suns o Sixers entre otros. Para ver la mano de Daigneault en esos instantes sirve con acudir al partido que los Thunder ganan en Minnesota el pasado sábado.
Una noche cualquiera en Minnesota
Sin Gobert ni Towns por diversas razones, D’Angelo Russell estaba jugando el que probablemente fuese su mejor partido de la temporada y Anthony Edwards lucía especialmente vertical. La defensa de cambios no funcionaba y Daigneault comenzó a variar entre presiones dobles y defensas zonales que descolocaron por completo a los manejadores de los Timberwolves. Los de Chris Finch pasaron de anotar 44 puntos en el tercer cuarto a 27 en el último periodo, acumulando siete de las 23 pérdidas totales en los últimos doce minutos.
Oklahoma mantuvo un ritmo ofensivo prácticamente idéntico de principio a fin, pero cerró el encuentro con Shai, Giddey, Jalen Williams, Dort y Robinson-Earl —alineación inédita— con la clara intención de abrir la pista y paliar la falta de centímetros castigando continuamente a Russell y Reid. Los Thunder suman tres victorias seguidas y esta noche han vuelto a finiquitar con solvencia un final ajustado frente a los Hawks. Durante el desarrollo de los encuentros Daigneault puede mostrar flaquezas, pero su capacidad de cambiar planteamientos sobre la marcha cada vez se muestra más diferencial.
¿Tendencia abierta?
Es frustrante que un técnico no pueda mostrar toda su valía hasta que el contexto lo ampara. Dos años y poco después Daigneault se está desmarcando como el entrenador adecuado no solo para el momento que vive el proyecto, sino para el instante en el que este esté preparado para dar el paso definitivo a competir por objetivos tangibles. Por otra parte, agrada la reciente honestidad de las franquicias a la hora de gestionar quién ocupa sus banquillos.
Las contrataciones de Daigneault en OKC o de Will Hardy en Utah hablan de unas gerencias a las que realmente les importa tener al mejor candidato en el banquillo sea cual sea el contexto. Experimentos como el de Stan Van Gundy en Pelicans están destinados a desaparecer en aras de técnicos a los que encomiar todo un futuro. Situaciones de completo desdén como la de Stephen Silas en Houston son tan obviamente pasajeras que es imposible darles una explicación que no abrace una vagabunda desidia. La tendencia, me gusta pensar, es que todos los equipos aspiren a la dignidad que les sea posible. Y cuando el talento en pista escasea, encontrar al líder ideal cada vez versa más de méritos y adecuación que de nombres.
(Fotografía de portada de Rob Carr/Getty Images)