Nuevos tiempos, nuevos vientos: el traspaso de Kyrie Irving

Isaiah Thomas nunca podrá ser honrado con un artículo como el Miguel Gaitán dedicó hace unos días a Paul ‘Silverado’ Pierce; y es otro jugador, otro point guard, Kyrie Irving, el culpable de ello. No voluntariamente, ojo.

El otrora 2 de los Cavs, ahora 11 de los Celtics, fue la causa y el origen. Su hartazgo por estar en un equipo siempre aspirante, con o sin él —peajes de jugar junto a LeBron— y pasar a otro donde poder ser él auriga, el líder que lo conduzca a la gloria, ha sido el ejemplo perfecto y a doble cara que deja muestras evidentes de que la NBA, su lado más romántico al menos, se nos va al garete.

El amor honesto y meticuloso de los años 50, el básquet dorado de Tote King de los 80, poco de eso queda ya.

Amores pretéritos

Me estoy refiriendo a la relación entre jugador y franquicia; esa que, cuando uno se lo curraba, el otro le correspondía.

A la hora de pronunciar los votos, hoy sin embargo, el equipo mira para otro lado llegada la parte del «prometo serte fiel en la salud y en la enfermedad», mientras al chaval de turno, en su nube de turno y con su Rich Paul con diploma de tómbola de turno que le hace entender que en lugar de 110 kilos en cuatro años necesita 126 —porque sí, porque palacete y cigala no se pagan solos—, musita apenas entre dientes eso de «en la riqueza y en la pobreza».

Nos hemos vuelto locos, y nos hemos cargado el escaso romanticismo que le quedaba a esto. La neurosis del mejor Woody Allen de los 70, la lasciva lujuria del Blake Edwards de los 60, vinos, rosas y heroína de Wall Street, se han hecho con el presente y lo están devorando mientras se rebautizan pabellones y las camisetas suman parches.

Thomas, ambulante a la fuerza

Fue drafteado por Sacramento; pero poco importa. Traspasado a los Suns, ¿alguien se acuerda? Isaiah Thomas tiene 28 años y sólo ha jugado dos temporadas y media en Boston; y nada ensucia la sensación de que lleva una década fluyendo sangre verde por sus venas.

Septiembre del año 2000. Diez días después de ver como un desgraciado casi le arrebata la vida, Paul Pierce volvía a saltar al marrón claro del TD Garden. Isaiah Thomas llevaba jugándose, literalmente, su carrera desde marzo, cuando la cadera le dio el primer aviso. En playoffs sudó dolor amargo y lloró en silencio la impotencia, sabiendo que ningún anillo le devolvería a su hermana. Lo que menos importa es si lo hizo por él, por el equipo o simplemente por olvidar. El caso es que lo hizo, y gracias a eso, a él, los Celtics tuvieron esperanza e incluso hicieron la primera muesca en la columna de derrotas de los Cavs.

A mes de septiembre, Isaiah sea probablemente más favorito al anillo de lo que lo era hace unos meses y de lo que lo ha sido nunca; pero no le han hecho ningún favor. La NBA siempre ha sido un negocio, no vamos a quitarnos la venda ahora. Nunca fue Disney, pero esto huele cada vez más a Tarantino. Hubo un tiempo, no hace tanto, donde Paul Pierce, junto a Garnett, decidía su traspaso a Brooklyn Nets para vivir su penúltima aventura. El 34 de su espalda ya tiene fecha de retirada, y si el de Big Ticket no le acompaña será solo por cederle ese privilegio en exclusiva a Minnesota.

It’s just business

Darlo todo ya no significa nada. No significa una mierda. Que se lo digan a Ricky Rubio. Pero siempre les quedará la coletilla, que es cáliz de salvación. It’s just business. Y todo arreglado. Como cuando a los nueve años el sacerdote te decía que rezaras un Gloria al Padre y dos Ave María y ya podías volver a pelearte en el colegio.

It’s just business. Sí, pero antes acompañaba una letra pequeña. Unas directrices éticas que a nadie interesa ya leer. Y a quien lo intenta el sistema lo aplasta.

Danny Ainge, fino estratega, vislumbró la jugada perfecta. Hacerse con Irving es una oportunidad de las que no dejas pasar. Y el sobreprecio, no nos confundamos, no se escondía ni en las rondas ni en Jae Crowder. Con Gordon Hayward y un buen stock de picks, el futuro está más que blindado. Ni siquiera estaba en perder un base All-Star que venía de cascarse 28 puntos durante la temporada.

El costo subyacía en que vendías a Thomas, el que, con el alma rota, se partió los cuernos y casi la espalda por una franquicia que no se lo pensó dos veces a la hora de darle la suya, su propia espalda, cuando se presentó la ocasión de hacerse con algo mejor.

La fidelidad suele tener tintes ventajistas.

Irving, lo que toca

Irving hizo lo que tenía que hacer. Su ventaja es que nadaba a favor de corriente.

Durant es un traidor, un miserable y un cobarde porque lo que le pedía el cuerpo —y el tiempo— avanzaba por la senda de la crítica fácil frente al televisor o en paseo de domingo. Sin refutaciones ni empatía, la verdad de colegas y chiringuito gana por incomparecencia. Y a menudo olvidamos que el ser humano, en su instinto más contemporáneo e inconformista, avanza gracias a la máxima del «quiero lo que no tengo, y lo que se me resiste lo ansío aún más».

Kev no es la excepción, y tras nueve años ejerciendo de líder y sin anillo en OKC, buscó lo que le faltaba; con 28 años, debió pensar en Barkley, en Malone, en Nash, en Iverson, en Reggie Miller, y afianzó el timón. Cogió el atajo más directo enrolándose en los Warriors, proyecto seguro.

Kyrie Irving, 25 años, un anillo, tres Finales, y siempre a la sombra de LeBron James, no actuó distinto a Durantula. Desdobló su lista de cosas que hacer antes de los 30 y fue a tachar la que le faltaba: nueva cruzada por el anillo, sí, pero esta vez él sería el líder. Evolución perfecta y, además, con la complicidad del aficionado.

Porque en el caso de Irving, poco importa que lo seleccionaran los Cavaliers. Poco importa que invirtieran en él su elección número uno. Porque aquí, como decía, el romanticismo es cosa del pasado; y que tu camiseta cuelgue algún día del cielo de The Q, una ñoñería. Y ya no estamos para ñoñerías.


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