Russell Westbrook, James Harden y el ocaso de los dioses

Para alguien acostumbrado a la excelencia, nunca es fácil asumir la decadencia deportiva. Entendiendo por decadencia un punto en el que el rendimiento comienza a descender paulatinamente camino a la retirada y obliga a dar uno o dos pasos a un lado. En ocasiones ni siquiera tiene que ver con el rendimiento individual de la superestrella en sí, sino con una mala adaptación a la evolución del juego NBA que desde la última revolución ha amenazado con descarrilar a muchos.

Valga poner en relieve que nadie más que la propia persona está capacitada para dictaminar cómo y cuándo un jugador de este calibre decide poner puntos y aparte o el punto final a su carrera. Normalmente hablamos de elegidos que se han ganado el derecho a la total autodeterminación, aunque el actual funcionamiento de la NBA y sus escalas salariales hayan difuminado lo que entendemos por superestrella o estrella.


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