Saber dónde mirar en la era del poder

Quizás este fenómeno haya estado siempre ahí, pero de un tiempo a esta parte noto que la intransigencia de la opinión pública hacia el jugador ha alcanzado su cima histórica y no deja de escalar. Percibo esto sobre todo en la cultura europea y latina, donde aún se entiende el deporte de élite desde un romanticismo que, si existió, despareció hace tiempo. Hay un buen porcentaje de aficionados que sigue sin aceptar que esto es un negocio con todas sus consecuencias y que dirigen todas sus frustraciones hacia el jugador.

Ellos son la cara de todo este tinglado. Las figuras a través de las cuales se canalizan las emociones de quienes están en la grada. Los héroes, los villanos, los vencedores y los vencidos. Pero esto, que es lo natural, acostumbra a desviar la atención de aquellos que se mueven entre palcos, restaurantes y despachos. Normalmente un profesional cambia de aires porque una mejor oferta económica implica que en otros sitios confían más en él o mejores condiciones generales. Ante lo cual las críticas gargantas de la hinchada gritarán un sonoro “¡Mercenario!”. Sin embargo, cuando un jugador que ama su camiseta es vendido o traspasado recibiendo a cambio un beneficio económico o deportivo los juicios tornarán en “así son los negocios” o “es una buena venta”.


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