¿Por qué sentar a Klay Thompson?

Llega más de una semana después de que aconteciera. Pero necesitaba compartir esto con vosotros y también conocer vuestra opinión.

Esto no es una crítica. Es sólo una reflexión. Un intento de entender por qué se han dado respuestas distintas a situaciones prácticamente análogas. El escenario en el que me voy a plantar para hacer las comparativas es el de temporada regular, nunca el de Playoffs. Y con esta única premisa, comenzamos.

Klay Thompson hizo el pasado 6 de diciembre algo impresionante, algo único; y, por si acaso, Elio os lo repitió dos veces para que fuerais conscientes de la magnitud de la proeza. Anotar 60 puntos en menos de 30 minutos es algo tan complicado que no se había logrado nunca en la historia de la NBA. 

Y por eso, a mí personalmente, me sentó como una patada en donde más duele que Steve Kerr tuviera la —aún no se cómo llamarlo— gentileza, la condescendencia, el detalle o la precaución, de sentar a Klay en el banquillo durante todo el último cuarto. Y así, con esa decisión unilateral, se cargó de un plumazo varios récords potenciales y una actuación que aspiraba a ser todavía más histórica si cabe de lo que ya de por sí por siempre será.

Ritmo imparable

Y además y sobre todo, porque en el texto arriba resaltado en negrita, está el kit del asunto.

Nunca jamás un jugador había estado en semejante estado de ebullición. Contemplando esa dinámica, pocas cosas hacían pensar que el guión hubiese cambiado en los 12 últimos minutos —algo en lo que incidiré más adelante—. Por lo tanto y de seguir la tendencia que marcaba su propio partido, la cifra de puntos a la que aspiraba el Splash Brother era sideral. Y cuando digo sideral, estoy mirando, efectivamente, a aquél en el que todos estáis pensando ya: a Kobe Bryant y sus 81 puntos. 

La tabla de progresión puntos/minutaje era una pista clara de a qué horizonte apuntaba Klay esa noche en el Oracle. 2,07 puntos cada 60 segundos. Tan sólo una centésima por debajo del ritmó que marcó Chamberlain en la oda de los 100 puntos (2,08) y bastante por encima de los 1,9 puntos de La Mamba, que llevaba 62 al finalizar el tercer cuarto pero con 32 minutos a sus espaldas, por los 29 del de los GSW.

Su impacto por cuarto fue el siguiente.

  • 1º Cuarto: 17 puntos.
  • 2º Cuarto: 23 puntos.
  • 3º Cuarto: 20 puntos.

A una media redonda de 20 puntos por cuarto, y que de haberse mantenido perfectamente constante en la recta final, habría alcanzado los 80 tantos en menos de 40 minutos sobre la madera (38,6).

Dos matices

Uno estadístico y otro hipotético. El estadístico nos habla de que el escolta de los Warriors realizó 33 tiros de campo, 14 fueron intentos de triple y de los cuáles encestó ocho.

La mayor virtud del shooting guard —creo que todos coincidiremos en esto— es el tiro de tres. Sin duda Klay es un jugador versátil y me atrevería a decir que bastante completo, pero desde donde está reventando esquemas, récords y equipos enteros desde hace un par de temporadas, es desde 7,25.

Ligado a esto, más allá de ser un francotirador tremendamente fiable, podríamos decir que además de eso Thompson es un jugador de momentos. Me explico. Él y Curry son los mejores lanzadores de tres de la liga; pero mientras que Steph es algo más predecible, más fiable en su regularidad, Klay, por así decirlo, es una metralleta que puede calentarse en cualquier momento. Y ahí, en esas circunstancias, —cuando le entra el picorcito que nos diría Guillermo Giménez— ni siquiera Don Stephen puede competir frente a él.

En mi opinión, cuando le asalta uno de esos ataques de anotación compulsiva, no hay nadie en la NBA a día de hoy, ni Curry, ni Durant, ni LeBron, que pueda competir con la artillería a discreción de Klay. Y a colación de esto, el hipotético y la causalidad. Rescatamos para ello el desarrollo de su partido ante los pobres Pacers.

La primera vez que miró aro en todo el partido, fue efectivamente desde donde suman tres; nada más arrancar. Correcto. Pero el segundo se hizo esperar. Un buen rato. Tanto como hasta mediado el segundo cuarto. Pero a partir de ahí, la vitrocerámica fue cogiendo temperatura. La línea empezaba a dibujar una pendiente irremisiblemente ascendente.

Todo empezó a dar igual: los punteos, los desequilibrios, los saltos a destiempo y los pies mal colocados. Klay era ya sólo confianza. Confianza y certeza. Todas las directrices, los consejos de cómo realizar un buen lanzamiento, pasaban a un plano residual. Porque ya todo era cuestión de chofs. Y una única duda. Cuántas veces oiríamos el bendito sonido.

Y es que resulta que con la determinación desbocada, el contrario hundido, las defensas cerradas, las ayudas tardías y las piernas rivales resignadas y disidentes, el festival de Thompson no estoy tan seguro de que se hubiera detenido en tan sólo 20 más.

La historia reciente

La historia reciente. Aquella, mínimo, en la que se contemplan bajo normativa los tiros de tres (1979).

El Huracán Kobe de los 81 jugó 41:56 minutos. Prácticamente los mismos que hubiera alcanzado el de La Bahía de haber disputado el último cuarto al completo.

Haciendo scroll hacia abajo en la escala de mitos, —y visionando en una sucesión inacabable el nombre de Chamberlain—, llegamos a la 9º máxima anotación de la historia de la NBA. Su autor, David Robinson, uno de los mejores pívots de siempre. Aquí ‘El Almirante’ jugó 44 minutos; pero es que tenía un buen aliciente para ello. Último partido de regular season, y porfiando con Shaquille O’Neal, nada menos, que por ser el mejor anotador de la temporada. Encestó los 18 primeros tantos de sus Spurs, y no frenó hasta llegar a 71. Más que suficiente. Aquella temporada ganó a Shaq.

Dos puestos más abajo nos encontramos con él. Michael Jordan cifra su mejor anotación en la NBA en 69 puntos. Aquí el ’23’ se pegó el empacho de 50 minutos de juego porque además tuvo la estimable ayuda del tiempo extra. 117-113 vencieron los Bulls, por lo que se deduce que su colosal actuación fue imprescindible para imponerse a sus rivales de aquel 28 de marzo de 1990, los Cavaliers.

Continuamos bajando peldaños.

Maravich, Chamberlain, Chamberlain, Chamberlain, Chamberlain… Jordan y Kobe y más tiempos extras, y una hilera abrumadoramente larga de anotaciones supremas, todas ellas con más de 40 años de antigüedad —un día habría que hacer un estudio del motivo de esto—. Hasta que por fin llegamos Tracy McGrady y a la razón de por qué era tan bueno.

T-Mac clavó 62, y no obstante su partido fue un caos de irregularidad. Anotó sólo 7 puntos en el primer cuarto, por lo que el frenesí anotador que vino a continuación fue casi indescriptible. Más indescriptible si cabe teniendo en cuenta que al final se le apagó la llama del mechero fallando 10 de sus últimos 11 intentos de canasta. Estuvo en el parqué 37 minutos; ocho más que Klay.

El caso de los ’62’

Y llegamos por fin a donde realmente me interesa. Al caso Melo y al caso Bryant; o mejor dicho, al paralelismo de los ’62’. Porque el 24 de enero de 2014 —lo recuerdo muy bien porque me acosté con una sensación agridulce similar— Carmelo Anthony volvió loco al Madison Square Garden con sus 62 puntos sobre los Bobcats. Algarabía similar a la que contagió al Staples al ver como su ídolo endosaba idéntica cifra a unos Mavericks impotentes ante el aluvión.

Y ambos, aquí el dato, estuvieron comedidos en minutos.

Caso Melo

Vayamos primero con el de los Knicks. Aún restaban 7:34 minutos del último cuarto, cuando Melo dibujó en tinta indeleble el número 62; y ahí, Mike Woodson, con su equipo ganando de 35, entendió que ya era suficiente. La estrella se fue al banquillo para no volverlo a abandonar, corriendo el cierre de la fiesta a cargo de los menos habituales.

El Madison se dio por satisfecho y las palmadas, carantoñas y alguna colleja de felicitación, inundaron a un Anthony que también compró su temprano homenaje, agradeciéndolo con el brazo en alto a todo el pabellón. 38:39 minutos, un acierto bárbaro del 65,7%, 6/11 en triples y una canasta desde medio campo sobre la bocina para cerrar el segundo cuarto y una actuación para el recuerdo.

Caso Kobe

Kobe Bryant estaba en la fase embrionaria de su campaña más antológica en anotación. 2005-6, la de los 35,4 puntos por actuación. Guiones como los de aquel 20 de diciembre eran imprescindibles para cuadrar en abril esa media sobrehumana.

Pero es que ese Kobe iba muy sobrado —que no ganara el MVP…—; iba tan sobrado que se pudo permitir, a costa de su entrenador, mismo lujo que Thompson hace casi diez días. No hollar la cancha en todo el último periodo. Un gesto loable, una auténtica pena para el espectador, y una impotencia para la estadística de «lo qué pudo ser y no fue».

Se despidió del partido a falta de tres segundos del tercer cuarto con su sexto triple de la velada. El marcador era holgado y la victoria no corría peligro. Kobe se llevó la mano a la oreja, golpeó su pecho como nuestros antepasados y el público respondió a este gesto cavernario con gran entusiasmo. Aquí fue Phil Jackson quien selló la presa y entendió que la riada ya había hecho destrozos suficientes. La riada (Kobe) dio el Ok, y las aguas volvieron a entrar en calma.

¿Evitable?

Las lesiones siempre se podrán esgrimir como excusa. Una excusa, considerando el tramo de la temporada y el estado físico de Klay, tremendamente barata en mi opinión. El infortunio y la mala suerte pueden darte alcance en cualquier momento. No es algo que puedas prever.

Sin embargo, algo que sí puedes prever y entender es que funciones como la del otro día, no son algo demasiado corriente. Tienen un lapso, digo yo, equiparable al de los años bisiestos o al de cada nueva temporada de Juego de Tronos. No los lees cada mañana en los periódicos, no se repite en cada boom primaveral, no goza de un patrón previsible como un capítulo de Cuéntame.

Y por lo tanto, me pregunto yo, si no era algo que se podía haber evitado. Más si cabe por el escenario en que estamos. La NBA. Give the ball to the hot hand…!

Tan evitable como la tercera parte de Matrix, como esa blasfemia autodenominada Dragon Ball Evolution —aún duele— o como la saga al completo de Spy Kids.

La mejor liga del mundo, además de ser la mejor presume de ser la más espectacular. La más entretenida y la que más apuesta, muy por encima del resto, por el ferviente entretenimiento. Y sin embargo, el otro día, cuando el clímax se relamía en su apogeo, apagaron las luces y cerraron las puertas del teatro. Y, me pregunto una vez más, si realmente existía esa imperante necesidad de sentar a Klay Thompson, y bajar el telón.


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