Un destino perfecto para Jordan Clarkson: «Me siento libre aquí»

Encajar en la NBA no es tarea sencilla. Más de 400 jugadores componen una liga muy exigente en la que también se necesita un pizca de suerte y, en ocasiones, caer en el momento justo y en el lugar adecuado. Una competición muy dura en la que cada minuto puede suponer la diferencia entre un contrato a largo plazo o ser el último descarte en el training camp.

Antes de recalar en Salt Lake City, la vida de Jordan Clarkson fue una constante batalla por encontrar un hogar, sin olvidar sus orígenes. Unas raíces filipinas que su abuela materna se encargaba de avivar mediante cuentos e historias de sus años en el archipiélago asiático.

Estos relatos marcaron la vida de Clarkson mientras su domicilio cambiaba con cada etapa que dejaba atrás. Nacido en Tampa, su familia se mudó a San Antonio cuando contaba con seis primaveras. Allí daría sus primeros botes con la pelota naranja en el Karen Wagner High School, centro al que lideraría a las semifinales estatales en su último año.

A la hora de elegir universidad optaría por la Tulsa de Doug Wojcik. Allí transformaría los 11,5 puntos de su año freshman en los 16,5 tantos de su temporada sophomore. Sin embargo, Wojcik sería reemplazado en el banquillo por Danny Manning y Clarkson sería transferido a la Universidad de Missouri, dirigida por Frank Haith. Con los Tigers aumentaría sus guarismos hasta los 17,5 puntos y sería incluido en el Segundo Mejor Equipo de la Southeastern Conference.

Su siguiente paso señalaba directamente a la NBA y ni siquiera en ella abrazaría la estabilidad. Tras seleccionado en la 46ª posición del draft de 2014 por Washington Wizards sería enviado a Los Angeles. En aquellos Baby Lakers hallaría cierta regularidad antes de ser traspasado a los Cavaliers. Junto a LeBron James disputaría las Finales de 2018 y posteriormente caería al pozo de la NBA tras el trasvase angelino del alero. Precisamente sería en Ohio donde comenzaría a forjar ese papel de líder de la segunda unidad que tan bien ha explotado este curso en los Jazz, donde recaló el plena disputa de la temporada 2019-20.

Sus dos destinos previos no habían sido especialmente amables ni pacientes con él. Primero, en los últimos Lakers de Kobe Bryant, unos años salpicados por la peor odisea por el desierto en la historia de la franquicia. Después, en unos Cavaliers liderados por LeBron, cuya presencia invita a pensar en la obligación de disputar unas Finales y toda la presión que eso conlleva. Porque no nos engañemos. Clarkson es de ese tipo de jugadores que dispara primero y pregunta después. Y en aquellos playoffs de 2018 lanzó terriblemente mal: 30,1% en tiros de campo y 23,9% en triples.

Un destino perfecto

La aceptación de su agresivo y vertical estilo de juego, unido a su perfecta integración en el vestuario ha confeccionado una relación de éxito recíproco en Salt Lake City. Por fin, el guard ha gozado de la confianza que necesitaba a dos niveles. Primero, mediante minutos y galones. Segundo, con su primer contrato a largo plazo, de cuatro años y 52 millones de dólares, firmado durante la pasada agencia libre.

Una renovación que coincide además con su momento de madurez baloncestística. Su impacto va mucho más allá de sus 17,5 puntos por velada o su firme candidatura al Sexto Hombre del Año. Sus rachas anotadoras han impulsado la segunda unidad de los Jazz, huérfana de puntos durante los últimos años. Su presencia, además, libera de presión y responsabilidad a Donovan Mitchell, Mike Conley y Joe Ingles, los tres pilares fundamentales sobre los que recae la creación de juego. Así se culmina una simbiosis perfecta en el mejor momento posible: los Jazz disponen de una garantía más en la anotación y Clarkson no tiene limitaciones a la hora de exprimir sus virtudes dentro de un sistema en el que Quin Snyder quiere que sus jugadores tiren sin cesar si la situación lo permite. Sin dudas ni contemplaciones. Y alejado de una presión desmedida.

«La organización me ha permitido ser yo mismo y eso ha significado mucho», afirmó Clarkson en una entrevista para The Athletic. «Ganar el Sexto Hombre del Año significaría mucho pero no es algo que necesite para validar mi juego. Mis compañeros, el cuerpo técnico y la organización ya lo hacen cada día. Así que dejo que mi trabajo hable por mí. Simplemente conozco mi papel, lo aprecio y lo cumplo. Tuve muchos escépticos mientras crecía como jugador. Ahora, esto demuestra que he sido aceptado en la liga. Solo tengo que seguir trabajando y mejorando.»

Resulta irónico que nadie supiera cómo iba a resultar su llegada cuando recaló en el equipo a finales de diciembre de 2019 a cambio de Dante Exum. En las oficinas urgía un cambio, nada más. La temporada corría el riesgo de desmoronarse tras un dubitativo comienzo y el rendimiento de la segunda unidad era verdaderamente pobre. Hasta el día del traspaso, el banquillo de los Jazz apenas aportaba 26,0 puntos por partido, la segunda peor marca de la NBA. Acabaría la temporada en 23ª posición con 33,6 tantos. En la actual han ascendido hasta el octavo puesto con 38,2 puntos.

Así, se ha demostrado el acierto de esta operación. La misma ha sido acompañada por el buen momento de otros jugadores como Joe Ingles, Georges Niang o el emergente Trent Forrest, pero el papel de Clarkson está siendo fundamental para mantener el buen nivel de los titulares y asegurar en todo momento quintetos en los que no falte la anotación.

En consecuencia, los Jazz se han convertido en uno de los ataques más letales de la NBA. El pick-and-roll con Rudy Gobert o Derrick Favors genera constantes desajustes, las penetraciones de Donovan Mitchell y Jordan Clarkson favorecen el espaciamiento, y los tiradores están en todo momento atentos a la recepción de un pase por parte de los generadores de juego. Por su parte, Clarkson aporta esa verticalidad y chispazos ofensivos capaces de desequilibrar un encuentro en un par de posesiones.

«Me encanta», afirmó el técnico Quin Snyder sobre él. «Jordan ha encajado en nuestro grupo tanto dentro como fuera de la cancha. Es alguien que se ha sumado a lo que hacemos desde el primer día en el que estuvo aquí.»

Utah mantiene su reputación como destino poco apetecible para los agentes libres. Incluso Clarkson tuvo sus dudas cuando recaló en el equipo. Aunque la afición se encargó de borrarlas con una ovación en su primer encuentro como local el 26 de diciembre de 2019 contra Portland. Desde entonces, todo ha ido rodado para él.

«Estar aquí me ha enseñado a concentrarme y aprovechar la oportunidad», afirmó Clarkson. «Me ha enseñado a no dar nada por sentado. El traspaso fue un cambio muy grande, difícil de asimilar. No sabía qué esperar. Pero cuando llegué aquí todos me recibieron con los brazos abiertos: equipo, cuerpo técnico, la ciudad, los aficionados,… Todos. Los Jazz me demostraron que me querían y me hicieron sentir cómodo. Me siento libre aquí.»

(Fotografía de portada de Tim Nwachukwu/Getty Images)


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