Un hogar lejos de Los Ángeles

Los focos mediáticos de Hollywood alumbran la faceta más glamurosa y estelar de Los Ángeles. Cuna del cine y las grandes oportunidades de la Costa Oeste, la ciudad devuelve los flashes sobre aquellos que, en su juicio, son merecedores de una condición que los sitúa en el centro de la disciplina de turno.

Sin embargo, no es capaz de esconder del todo una premisa inamovible: para que uno solo triunfe, decenas, centenares e, incluso, miles, están obligados a quedarse por el camino, sintiendo sobre sus hombros la pesada carga del aparente fracaso. No, no es fácil triunfar en Los Ángeles aunque los carteles salpicados con el sueño americano insistan en afirmar lo contrario.

Por supuesto, esto también se aplica al baloncesto. Jugar en Los Angeles Lakers y convencer a su afición de que eres merecedor de sus vítores no es tarea sencilla. Vestir la camiseta oro y púrpura supone un nuevo desafió que no entiende de éxitos pasados. Lo explicó muy bien LeBron James en octubre de 2020, días antes de coronarse campeón de la NBA por cuarta vez. “Lo que he aprendido siendo un Laker es que a los aficionados les importa una mi*rda lo que hayas hecho antes”, afirmó el de Akron para el L.A. Times. “No les importa tu currículum en absoluto cuando te conviertes en un Laker. Tienes que escribirlo como un Laker. Y entonces te respetan.”


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