Blake Griffin encara la que puede ser tildada como temporada más importante de su carrera. Su dúo con Chris Paul, ese que era sinónimo de victorias –más en temporada regular que en playoffs–, ha quedado atrás para dar lugar a una nueva etapa en la que el ala-pívot debe ser la cara de una franquicia que no quiere transiciones, sino seguir en la élite del Oeste.
Para conseguirlo, el primer paso de los Clippers fue renovar a Griffin, quien estrena ahora un contrato de cinco años y 173 millones de dólares que le otorga galones como capitán del barco californiano. Él lo sabe, y justo por ello aprieta los dientes para recuperarse cuanto antes de la lesión que sufrió en la pasada postemporada en el dedo gordo de su pie derecho. «Espero estar listo para el training camp», asegura.
Él lo espera y en Los Ángeles lo necesitan. No se trata de que no puedan hacerlo bien sin él, ya que en el intercambio de CP3 recibieron numerosos jugadores a los que se une la llegada de Danilo Gallinari. No obstante, ante una plantilla tan renovada y que debe construir una nueva química, contar de inicio con el jugador franquicia puede marcar una gran diferencia.
Momento de la verdad
Los números de Griffin no dejan lugar a dudas. Hasta ahora han sido siete temporadas como miembro de los Clippers en las que ha promediado 21,5 puntos y 9,4 rebotes. Sin embargo, los problemas físicos han ido haciendo acto de presencia hasta el punto de perderse 83 partidos de temporada regular en las tres últimas campañas. Sin Paul, llega el momento de ser el guía de los nuevos Clippers.