Campazzo y Scola lideran y Argentina tumba a Serbia

PAR-TI-DA-ZO.

Dos cosas sabíamos antes de que arrancara este encuentro: que sin duda íbamos a ver una mejor Serbia que la que cayó, incapaz, ante España, y que la selección de Argentina –como si no lo trajesen ya de fábrica en su ADN–trataría de replicar la fórmula de los de Scariolo, edificando el pase a semifinales desde una defensa constante y asfixiante.

Todo esto ha ocurrido, y gracias a ello y a un factor más, hemos podido disfrutar de un escandaloso partido de cuartos. El baloncesto de ataque, testarudo en la mañana de hoy y empeñado en no pasar desapercibido esta vez ante la maraña defensiva del rival, se ha impuesto por varios momentos en la guerra de guerrillas.

La señal inequívoca de ello llegaba mientras muchos espectadores buscaban todavía sus asientos, y más de uno ha debido perdérselo mientras se deslizaba en busca de la butaca sin derramar su cerveza… –upss… esto no es la NBA (not alcohol allowed), pero…– pero qué le hago yo si Facundo Campazzo nos evoca a la misma y me hace tirar la mía nada más empezar, con una asistencia por la espalda que habría firmado el mismísmo ‘Chocolate Blanco’ Williams en aquellos mágicos Kings de Rick Adelman. El base, de largo, el mejor jugador de hoy sobre el parquet (18 puntos, 12 asistencias).

Los quilates se derramaban sobre la cancha del Dongguan Arena a pesar de que cada –CADA– rebote (ofensivo y defensivo) era algo por lo que merecía la pena morir hoy. Fue casi en lo único en lo que los serbios (plantilla más alta del campeonato, con 2,06 de media) lograron imponerse. Porque en lo demás, Argentina –que tomó en el control del marcador desde el primer instante para no soltarlo a pesar de sentir en el cogote, incansable, el aliento rival– estuvo magnífica y mejor.

El acierto exterior

El triple, tan vital en el baloncesto de hoy, también en el FIBA, sonrió ante la insistencia y la buena circulación de los de Santos Hernández, caracterizado en el swing de Patricio Garino (3/5), un sideral Luca Vildoza (3,5) y, como no, el Facu (3/6). En total un 44,4% que inclinó claramente la balanza de su lado en detrimento del 28,8% de su oponente, con solo Bogdanovic y Bjelica (5/14 entre ambos) consiguiendo herir mínimamente desde la curva.

El duelo fue un mosaico constante por el cual Argentina daba arreones tratando de alejarse en el luminoso y con Serbia volviendo a tirar de la cuerda, estrechando la distancia una y otra vez. A preciosas acciones colectivas, se sumaban otras con exceso de bote con resultados dispares: finalizaciones geniales acabadas de mil maneras, alternadas con tapones ante marcajes que no desfallecían hasta ver el balón dentro de la red. Insisto, chapó bidireccional en cuanto a las defensas, y también a los ataques por saber (a ratos) sortearlas y permitir que se impusieran los brotes de calidad.

Y desde el geriátrico…

Entonces, en los minutos finales del encuentro, cuando más apretaba el conjunto europeo, apareció. La nostalgia. El baloncesto exquisito a cámara lenta y en formato big man. Y no hablamos de Nikola Jokic (discreto, a pesar de su 16/10/5), sino de un jugador que muchos creían retirado y por quién ya arden las redes pidiéndole que espere, mínimo, hasta los próximos Juegos Olímpicos de Japón.

Luis Scola, 39 años, 20 puntos, 5 rebotes, 2 asistencias, 1 robo, 1 tapón, 21 de valoración y un clinic final sobre cómo ganar un partido cuando nadie más se atreve a poner un pie en la pintura por temor al pincho de merluza.

Hoy Argentina, que le ocurre como a España –no tiene la calidad de la Generación Dorada de Ginóbili, Pepe Sánchez, Oberto, Nocioni, Herrmann, Pablo Prigioni… pero sí idénticos bemoles en la entrepierna–, ha exprimido su talento viejoven (quinta selección más imberbe del Mundial) al 150%, y sabido poner el sello, traducido en pelea por las medallas, a base de piernas, sudor y fe (97-87).

Serbia, dignísimo rival hoy. Argentina, tremenda semifinalista.

(Fotografía de portada de Lintao Zhang/Getty Images)


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