No hay jugada que pueda encapsular del todo a un jugador. Menos aún a una figura como Jerry West, segundo máximo anotador (25.192) y tercer jugador con más partidos en la historia de los Lakers (932). Más allá de su incalculable contribución ya lejos de las canchas. Pero si hay un instante que pueda resumir la trayectoria de West cuando todavía vestía de corto, es su tiro para empatar el Game 3 de las finales de 1970 sobre la bocina final a 18 metros del aro.
Aquel lanzamiento desesperado, aún hoy el más alejado del aro en la historia de las finales, igualaba la canasta de Dave DeBusschere a tres segundos del final para llevar el Lakers-Knicks a la prórroga en el Forum de Inglewood. Un esfuerzo a la postre fútil, pues New York se llevaría el partido en el tiempo extra por 108-111. Jerry West y Lakers acabarían perdiendo sus séptimas finales en siete intentos desde que se mudaron de Minneapolis a Los Angeles. Ocho si se cuentan las últimas en Minny, sin West en el equipo.
West es uno de los grandes ganadores de la historia de la NBA. El primer gran anotador ligero de la historia y elevador de prestaciones en los momentos más críticos. Suyas son tres de las 15 mayores anotaciones de siempre en las finales de la NBA (hito solo igualado por Michael Jordan). Lo cual llevó a la NBA a nombrar el premio al Jugador Clutch de la temporada en su honor. West siempre llevó mucho mejor ser ‘Mr. Clutch’ que ‘The Logo’.
Y, pese a todo, se le recordará injustamente como quizás el mayor perdedor de todos los tiempos por tropezar una y otra vez con el último escalón a la gloria. Uno que logró superar en 1972 y en el que cayó 8 veces entre 1962 y 1973, la mayoría de las veces ante los Boston Celtics de Bill Russell, Red Auerbach y compañía.
Nada que contar
A Jerry costaba escucharle hablar sobre su etapa como jugador porque le embargaba en un dolor real. Aquellas derrotas en las finales agriaron un carácter ya de por sí frío, fraguado en una durísima infancia que marcaron las continuas palizas que su padre les profería a él y a su madre. Una personalidad que solo comenzó a ablandar con su paso a los despachos. Por ello no extraña la forma en que refiere su tiro más icónico. “No fue un gran momento para mí. Metí un tiro con suerte en un partido que deberíamos haber ganado, pero perdimos”, contaba en la revista SLAM en 2010.
“No es realmente importante, porque perdimos. Estaba tan agotado que ni siquiera recuerdo el tiro. Acabé el partido totalmente exhausto”, rememora West. De hecho, aunque al escolta le cueste recordar, ni siquiera quiso mencionar su tiro en las declaraciones posteriores al partido. Solo pensaba en la ventaja desperdiciada después de una gran primera parte. “Solo jugamos una mitad. No sé cómo sucedió, los Knicks no hicieron ningún reajuste significativo”, recogía el LA Times del 30 de abril de 1970.
Por primera vez en su carrera, el escolta se plantó en las finales sin que los Celtics hubiesen superado al resto de la conferencia Este.
La oportunidad perfecta
Los Lakers, que habían sumado a Wilt Chamberlain un año antes, cambiado de entrenador y continuaban con un veterano Elgin Baylor en sus filas, lo vieron como una oportunidad inmejorable. Sobre todo después de remontar un 3-1 en contra en las finales del Oeste ante Phoenix Suns. “Tenían un gran equipo y jugaban muy bien, pero éramos mejores. Perder aquellas finales es uno de los momentos más devastadores de mi carrera”.
Los Knicks solo anotaron 0,9 puntos más por partido que los Lakers en toda la serie. Sus victorias en el primer, tercer y quinto partido (en el que se lesiona Willis Reed) llegaron todas después de remontar en el último cuarto. Chamberlain y West combinaron 54,6 puntos por encuentro, siendo los dos máximos anotadores de la serie. Pero se acabó imponiendo la colectividad de New York.
Walt Frazier admitiría no hace mucho en Los Angeles Times que el tiro había sumido a sus compañeros en el pesimismo. “Me dije a mí mismo que si Dios quería que ganásemos ese partido, aquel tiro no hubiese entrado nunca”. DeBusschere, autor de la canasta que le daba una ventaja aparentemente definitiva a los Knicks, quedó atónito bajo la canasta. Agachado sobre sus rodillas, casi ni podía escuchar el voraz rugido del Forum, que miraba con descrédito al marcador. Mientras, West ni siquiera celebró la canasta. Simplemente se dirigió al banquillo mientras recibía las felicitaciones y enfervorecidos abrazos de sus compañeros.
Si ni tan solo la victoria podía aliviar su tormento, no lo iba a hacer un empate momentáneo. “[Ganar el campeonato en 1972] me calmó un poco. Pero jugué tan mal aquellas finales que no pude disfrutar del todo. Eran las primeras finales en las que jugaba mal, y las primeras que ganábamos. Creo que a esas alturas estaba emocionalmente vacío por tantas derrotas”, contaba West a SLAM.
Por supuesto, aquellas finales de 1970 son recordadas mayormente por el milagroso regreso de Reed en el Game 7 después de perderse el anterior por una lesión en el cuadriceps, la respuesta del Madison Square Garden y la exhibición bautismal de Frazier (36 puntos y 19 asistencias). Lo que implica que, para Jerry, el tiro más recordado de su carrera, sea el punto más bajo de la misma. Y no existe mejor resumen para una figura tan compleja como el Señor del Clutch.
Los Lakers desperdician el tiro de West
De la crónica escrita por Mal Florence en el Los Angeles Times del 30 de abril de 1970 cabe destacar las palabras y lenguaje no verbal que rescataron en West:
Naturalmente, todos estaban alrededor de Jerry West, pálido, demacrado y con una bolsa de hielos en su mano. “No es nada”, murmuró, “me torcí el pulgar levemente en la primera parte”. West abrió una botella de Pepsi y se quedó con la mirada fija. Sus ojos parecían idos.
El entrenador Joe Mullaney confirmó que West y él tenían un trato. La estrella solo saldría de la pista cuando lo pidiese. Al final, no era el Jerry West de siempre. Falló tiros, errando uno o dos pases y luciendo como un hombre preparado para dormir por dos semanas. “No dije que quería ser sustituido”, dijo.
“Esta ha sido una derrota muy dura. Una de las más duras que recuerdo”. Quitó importancia a su increíble tiro. “Simplemente lancé el balón arriba. No tenía ni idea de cómo iba a acabar. Simplemente supe que iba recto. No importa en absoluto. Perdimos el partido”.
La frustración y lo que significa para los Lakers estaba presente, de forma cristalina, en los ensombrecidos ojos y palabras sin emoción de Jerry West.