Horford se rinde a Stevens: «Es un genio. Increíble»

Lo dijimos. Dijimos que en los playoffs se reconocen a las grandes estrellas… y a las grandes pizarras.

Brad Stevens irrumpe con la fuerza de un bulldozer en el mosaico de entrenadores de élite de la liga. Si es que es no lo estaba ya. Pero por algún raro motivo, en la NBA todavía se resisten a cederle un reconocimiento que lleva años ganándolo oficioso. El Coach of the Year. Y que nadie se sorprenda si este curso vuelven a ignorarlo de nuevo. La brújula apunta al sureste de Texas (o incluso a Canadá).

Debutar como entrenador jefe en una franquicia como la de Massachusetts, es como pasar de comerte el filete con cubiertos de plástico a atacar un chop suey con palillos chinos. Pero Stevens ha dado el salto con sensacional destreza. Cuatro años de playoffs ininterrumpidos, logrando que el descuartizamiento del Big Four (Rondo, Garnett, Pierce, Allen) pasase casi inadvertido.

Lo que está haciendo esta temporada es el más difícil todavía. En verano hacían all-in, pero tampoco esperaban recoger inmediatamente los frutos. Los fichajes de Gordon Hayward y Kyrie Irving eran una apuesta seria. Una zancada potente en un objetivo casi imposible. Arrebatar a LeBron James el trono del Este.

Rey en la adversidad

Pues bien, sin el primero los Celtics ya nos dieron una lección a todos en RS, y sin ya también el segundo, nos está dejando, en playoffs, prácticamente sin palabras. Los 76ers surfeaban la ola del hype y varias casas de apuestas se contagiaban del entusiasmo, colocándonos en Finales de Conferencia.

Una vez más, se infravaloró a Stevens. Al más puro estilo Pops, exprime su plantilla hasta las últimas y mejores consecuencias. Si Joel Embiid no parece un sophomore ni Simmons un rookie, ¿qué decir de Jaylen Brown y Jayson Tatum?

Hasta donde permite la delimitación del cuadrante y el nudo de la corbata, Stevens está logrando cosas excepcionales en la actual postemporada.

Ejemplos varios. Que Julius Earving practique el hara kiri ensalzando a Tatum, que Terry Rozier logre la imposible hazaña de no extrañar a Irving, o que Al Horford silencie, una y otra vez, a aquellos que osan hablar de su salario o de su condición de All-Star.

Rey del time out

3-0 avanza la eliminatoria y los Celtics están en condiciones de dar carpetazo a las semifinales sin la necesidad de volver a convocar a su gente. El TD Garden se engalana para las Finales con una plantilla acribillada por el infortunio, un entrenador que no se escuda en las desgracias y una filosofía que no entiende de excusas.

Ayer los Celtics ganaron porque los 76ers pecaron de pardillos y Stevens de maestro. A partes iguales.

Brett Brown sacó a Robert Covington, que llevaba un buen rato en el banquillo, solo y precisamente para defender esa última jugada. Y Stevens, inmediatamente, reconoció el missmatch… e inventó. Al Horford, ejecutor y verdugo, no pudo sino rendirse a su artífice.

«Brad es un genio. Es increíble», decía el center dominicano para ESPN, justo al finalizar el partido.

«Hemos tenido dos tiros para ganar el partido y otros dos para empatar… y los hemos resuelto con bandejas. Eso lo dice todo», añadía por su parte Jaylen Brown. «Jugamos duro, peleamos, era un entorno difícil, pero cuando se trataba de una ATO [jugada después del tiempo muerto] en la que debíamos elaborar una canasta importante, nos veíamos recibiendo bandejas. Me quito el sombrero con Brad Stevens».

Stevens. Tiempos muertos que matan.


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