«¡Ah!, cómo poder confesar la debilidad de un sentido
que en mí debería existir en un estado de mayor perfección,
en una perfección tal que muy pocos músicos
la hayan conocido jamás.
¡Oh!, no puedo más; perdonadme también
si me veis mantenerme al margen, cuando
me uniría gustosamente con vosotros».
Éste es un fragmento del Testamento de Heiligenstadt que Ludwig van Beethoven –hundido y melancólico por la irreversibilidad de su sordera– escribe a sus hermanos Karl y Johann en 1802 a modo de despedida cuando, abatido por la situación, valora seriamente la idea del suicidio.
Seis años después, habiendo perdido el oído casi por completo, compone su Quinta Sinfonía. Y a los ocho, en 1810, su icónica bagatela Para Elisa.
Nunca llegó a enviar la carta a sus hermanos.
#NBASundays en el Paycom Center
El pasado domingo, el titular del folleto fue que Luka Doncic dio una cátedra de básquet ante el favorito de la Liga para llevarse el MVP, Shai Gilgeous-Alexander. Que la mente de los Lakers fue más veloz que las piernas de los Thunder.
Ambas cosas fueron rotundamente ciertas. A lo que añado: no podía ser de otra manera. Para que los Lakers ganen a estos Thunder tiene que ser así; a día de hoy, no hay otro camino.
Sin la magia de Luka a estándares merlinescos, no hay vía por la que doblegar a OKC en una serie sostenida de playoffs (que es lo que aquí nos debe importar). Un chaparrón de triples te hace ganar en una noche aislada; pero una golondrina no hace verano.
Mi problema (y el de los Lakers) no es que Nico Harrison tuviera algo de razón, sino preguntarme qué planes tienen Rob Pelinka y J.J. Redick para detener esta bala en el corto/medio y largo plazo.
La bala que cada año aleja a Luka de MVP y la que, en este 2025, exige de su brillantez máxima en ataque para mantener equilibrada la balanza con los otros favoritos al título de campeón.
Los ojos en Luka
Primero, os animo a ver de nuevo la exhibición de 30 puntos del as esloveno del pasado domingo y reflexionar sobre cómo llega cada una de las canastas y el modo en el que consigue Doncic hacer valer su superioridad.
Una vez hecho –aquí iremos más despacio–, os pediré que le deis al play a este otro vídeo; que apartéis la mirada del balón y os fijéis con detenimiento en ‘lo que hace’ Luka en cada una de las canastas de su rival. Directa e indirectamente.
¿Visto el vídeo? Bien. Es así en cada partido. Sin excepción.
El cuento de que los Lakers defendían mejor con Luka que sin él –y que casi nos confunde durante el primer mes, fruto de un team defensive rating favorablemente demoledor– se terminó.
Y aunque la estadística avanzada todavía no lo pone colectivamente en evidencia, vídeos como éste de arriba sí lo hacen, recordándonos que Doncic, una bestia parda del baloncesto y tal vez el jugador con el techo más alto del planeta NBA (a la espera de Wemby), no está ni cerca de su máximo potencial.
Ver a Stephen Curry, un guard de 37 años, bailar como lo hizo a otro base de 26, incapaz de hallar respuesta en su tren inferior, fue la alarma definitiva que esperaba J.J. Redick para asumir que a Luka había que esconderlo en adelante todo lo posible, con el fin de evitar el bochorno en los highlights del día siguiente.
Soy más de esta versión….
— 🅾🆁🅸🅾🅻 (@OriolGilMartin) April 4, 2025
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Una decisión que contraviene la filosofía de Gilbert Arenas sobre qué debes hacer y dónde debes colocar a tu mejor defensor: justo donde Redick ubica ahora a Luka, como último bastión de corrección en la retaguardia.
Escapar al rubor de la defensa 1 vs 1 a cambio de algo mucho más grave, la vulnerabilidad total como pizarra de equipo.
Y peor aún: que no es fruto de la incapacidad de Doncic (de unas patas que no le dan para perseguir a Curry), sino de la desconcentración y la más profunda desgana en el compromiso defensivo.
Consecuencias de un físico inidóneo
Cuando –como en su caso– el talento es tan inmenso, cuando en su vertebración ofensiva Doncic sigue siendo abrumadoramente superior a cualquier intento de marcaje, sus carencias atléticas quedan relegadas a un plano translúcido, y el coste de las mismas se mantiene a pie de página hasta que llega la hora de la verdad.
La hora de pagar el precio. La hora del anillo.
Brian Windhorst, con más de veinte años en la profesión, se ha ganado el derecho de ser honesto a quemarropa. Sin pelos en la lengua, esto decía durante las pasadas Finales entre Boston Celtics y Dallas Mavericks, cuando el tanteo reflejaba un 3-0 para los verdes.
«Su actuación en defensa es inaceptable. Es un agujero en la cancha. Los Celtics no paran de buscarle en sus ataques y están ganando esta serie porque le están encontrando en defensa. Y estamos en una situación en la que Luka no para de quejarse del arbitraje. (Los árbitros) le han avisado, le han suplicado (que pare), y ha llegado un punto en el que le está costando la eliminatoria a su equipo por cómo trata al cuerpo arbitral.
Hace muchas cosas bien. Su equipo están aquí gracias a él. Pero su actuación en este partido es inaceptable y es la razón por la que los Mavericks no van a ganar (…)».
¿Nos suena? ¿Nos suena muchísimo? ¿A algo que haya pasado esta misma semana en el segundo partido ante OKC?
El trasfondo en la protesta
No es una cuestión de si la expulsión fue justa o injusta. De si Luka estaba mirando al aficionado en la grada o al árbitro que estaba diez centímetros a su izquierda.
Es una cuestión de impotencia. De frustración continuada. De un jugador quejoso por naturaleza cuyo cuerpo actual de penco percherón le obliga a jugar más ligado al contacto que nunca: en ataque, porque no le llega para dejar atrás a su rival; en defensa, porque no le da para alcanzarlo.
Cinco años hace ya de una pieza en la que puse a parir el step-back three y el uso y abuso que algunas estrellas hacen de él, Harden y Doncic en especial. Un lustro de estadísticas no me quitan la razón pero tampoco me la dan sin reservas.
Doncic es un jugador que ha demostrado manejar el arte del step-back mejor que cualquiera, sentirse cómodo bajo presión y salir airoso de una infinidad de tough shots. Una estrella tan identificada con su rol que no es mucho más eficaz en catch and shoot o en spot up de lo que lo es en el tiro tras bote.
Pero que, como cualquiera, ve aumentar sus porcentajes considerablemente si el lanzamiento es wide open. Y encontrar esas situaciones requiere, en primer lugar, favorecerlas. Crearlas uno mismo. Tanto desde la circulación de balón como a través del desmarque. E incluso desde un mejor dribbling.
Como ejemplo, un buen físico te permite exprimir mejor la labor del bloqueador en la búsqueda tiros despejados tras pantalla. Doncic recurre poco a esto; por su estilo de juego pero también por su falta de fuerza en un primer paso que ha ido perdiendo. Y sin embargo, cuando lo logra, pocos ejecutan mejor que él: 4º de la NBA en eficiencia (1,56 puntos en acciones off screen).
Lo mismo pasa con el handoff –que exige de un buena cadencia aeróbica sin balón–, jugada a la que Luka solo recurre 1,8 veces por partido a pesar de su buena tasa de conversión (1,33 puntos).
En ausencia de potencia… Lukamagic.
El cuerpo: más que un abdomen marcado
El ex del Real Madrid es un jugador soberbio. Mental y técnicamente, entre los más dotados de la historia. Como Jokic, no sólo prescinde de un gran físico para brillar sino que aprovecha el que tiene para marcar diferencias. En el caso del point guard, usa esa masa de más para cuerpear con éxito en sus incursiones en la zona.
Y no es cuestión de cuánto pesas, sino de cómo amortizas la que no deja de ser tu principal herramienta de trabajo. Michael Jordan, Zion Williamson y Luka Doncic miden lo mismo, 1,98 metros. Mientras tanto, su respectiva respuesta en la báscula no puede ser más dispar.
En su años dorados (que duraron desde que debutó hasta que se retiró), Jordan estuvo siempre en torno a los 98 kilogramos de peso, mientras que Zion, tras su último reacondicionamiento, ha vuelto a los 120 después de haber rondado los 130. Es en esos baremos donde ambos, en su ectomorfia y endomorfia, encuentran su umbral de equilibrio.
El Luka Doncic que llegó a la NBA a los 19 años lo hizo con el mismo peso que MJ: noventa y ocho kilos de pura lozanía juvenil. En sus peores momentos en la circuito (lesiones, vuelta vacacional), los rumores han hablado de 120 kg, y tras recuperar los buenos hábitos, el Doncic de Lakers marca alrededor de los 104.
Dicen muchos que lo que marca la báscula, no obstante, es sólo un número. Estoy de acuerdo. Nada como argumentar desde los hechos. ¿Recordáis estos?
Luka Doncic ya no la hunde
NBA Stats nos dice que Doncic ha hecho un mate en lo que va temporada (aunque al clicar en el link da error), dos en la 23/24, doce en la 22/23, siete en la 21/22, once en la 20/21, catorce en la 19/20 y veinticinco en la 18/19, su campaña de novato.
¿Hacer mates te hace ser mejor jugador? No directamente.
Es la posibilidad de hacerlos, de contar con un recurso más, una alternativa más, una amenaza más con la que poner en guardia al defensor y obligarle a elegir, lo que te convierte en un arma ofensiva aún más intratable y poderosa.
Como el crossover de Crawford y Iverson, el gancho de Kareem, el jab de Carmelo o la habilidad de Rose y LeBron de terminar las bandejas con idéntica precisión por izquierda y por derecha.
El público a la espera
«El mayor problema de Luka debe abordarse en la pretemporada», dijo Kendrick Perkins (un esfuerzo por no caer en el ad hominen) la semana pasada tras el duelo entre Lakers y Warriors. «Está fuera de forma. Necesita bajar de peso… No es algo que vaya a suceder pronto. Es una de las razones por las que Golden State lo estaba buscando defensivamente y seguirá siendo así cuando lleguen a la postemporada».
Vamos a ver. La cosa no va de que Doncic se mate a sesiones de HIIT y pliométricos hasta parecer Clyde Drexler. Va de que, a sus 26 años, no nos recuerde al bueno de Scalabrine.
Con y sin lesiones, es inobjetable que ‘el Doncic NBA’ ha vivido más de la herencia del talento que del emepeño en el esfuerzo. De un don que todos, salvo Nico Harrison, compramos a ciegas. Cuando tienes un genio de su categoría a tu alcance, lo aceptas sin preguntarle a tu abogado si lo haces como heredero universal o a beneficio de inventario.
Dicho lo cual.
Luka Doncic no tiene diabetes. Ni tiroides. Ni hígado graso ni artrosis degenerativa. Lo que sí tiene es todo eso que la vida le privó a Beethoven: la oportunidad, en su apogeo, de crear a manos llenas.
Es la elección. El genio alemán aparcó los gestos, los llantos y las miradas al árbitro que le había robado la mitad de su don; arrugó la carta del testamento y aceptó las que le había dado la vida. Y se entregó en cuerpo y alma para regalar al mundo en su declive lo que el esloveno, por ahora, renuncia en su prime.
Su magnífica Quinta Sinfonía.