Antony Edwards y la eterna pugna generacional

No pasa un solo día en la NBA (más en el erial de actualidad informativa que es agosto) sin que algún exjugador aproveche su espacio ...

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Por David Sánchez

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No pasa un solo día en la NBA (más en el erial de actualidad informativa que es agosto) sin que algún exjugador aproveche su espacio en un podcast o tertulia televisiva para hablar de que cualquier tiempo pasado fue ¿mejor? En realidad, de lo que se habla es de dureza. De cómo aquella selva en la que las estrellas tenían que hacer hueco a codazos devoraría a la actual generación de ilustres virtuosos. Esto pasa en todos los aspectos de la vida. Madres y padres que reiteran a los hijos por los que se han desvivido que ellos tienen la vida mucho más fácil, cuando ese era el objetivo desde el primer momento. La brecha generacional es insalvable y está llena de reproches. Sin embargo, en la esfera deportiva no es tan usual. 

Que, por regla general, el deporte antes era más duro e incluso violento es un hecho. Pero no hay contexto en el que esto sea motivo de orgullo para quien vivió épocas pasadas como lo es en la NBA. No se escuchó nunca a Pelé, Maradona o Eusebio vanagloriarse por las patadas que recibían frente a la protección que reciben las grandes figuras futbolísticas de la actualidad. Aunque sí que existe cierto misticismo, más bien literario o romanizado por la cultura popular, con conjuntos como el Estudiantes de la Plata de Carlos Bilardo  o el Wimbledon FC de la Crazy Gang. 

El peso del ayer

La nostalgia es un elemento cada vez más potente en la industria del entretenimiento de la que el deporte forma parte. El cine y los videojuegos no dejan de ver cómo los lanzamientos de cada mes están plagados de remasterizaciones, remakes, reboots o herederos espirituales de las sagas que conquistaron los corazones de las generaciones que ya peinan canas. Y los exjugadores (Gilbert Arenas, Kendrick Perkins, Charles Barkley o Charle Oakley, los conocéis de sobra) se afincan en ese sentimiento que como sociedad abrazamos para ensalzar todo lo que fue y desprestigiar lo que es y será. La idea más consensuada es la de que el jugador de hoy no podría sobrevivir en contextos pretéritos. Como si fuese posible trasladar sin peaje a la mayoría de jugadores del pasado a una NBA cada vez más profesionalizada y de juego más dinámico. 

Entra aquí el fútil ejercicio de comparar épocas. Sobre todo en lo que a clase media se refiere. Porque insertar al Stephen Curry de hoy en 1979 con la bienvenida del triple sería romper las reglas del juego. Como lo sería traer al baloncesto de hoy a un Wilt Chamberlain que ya las destrozó en su día y que en 2024 alteraría la gravedad del juego para acercarlo en mayor o menor medida al baloncesto de dos puntos. Lo lógico en realidad es pensar que cualquier talento en grado sumo hubiese sobrevivido con independencia del tiempo que le hubiese tocado vivir. Y que el resto de jugadores son hijos de su tiempo. 

Por eso el revisionismo despojado de contexto es absurdo. Lo cual no es impedimento para volver a debates superfluos una y otra vez que este año han alcanzado una de sus cimas con vídeos de Tik Tok que denunciaban “el fraude del baloncesto de los noventa” recibiendo una repercusión inimaginable. Especialmente en nombre del duelo, vestido muchas veces de lucha generacional, entre LeBron James y Michael Jordan como aspirantes al trono de mejor jugador de todos los tiempos.

Anthony Edwards rompe las reglas no escritas

Normalmente el jugador de hoy se intenta apartar de este tipo de debates de “flojos” contra “fontaneros”. Lo más usual es encontrarse con figuras que respetan la historia de la liga como algo sacro, aunque siempre existirán los Nick Young de la vida que, nada más poner un pie en los medios, parecen alérgicos a cualquier juicio mesurado y adictos a la polémica más burda. Este respeto generalizado hace aún más llamativas las declaraciones de un jugador siempre ruidoso como es Anthony Edwards. Hace unos días el de los Timberwolves afirmó que hace unos años en la liga “solo Michael Jordan tenía habilidad”. Después de decir, vaya por delante, que no es que él hubiese visto demasiado baloncesto de la época anterior a los 2000. 

“No es que lo presenciase en su día, así que no puedo hablar mucho. Ellos dicen que era más duro antes, pero no creo que nadie tuviese habilidad entonces. Jordan era el único que realmente tenía habilidad ¿Sabes a lo que me refiero? Por eso cuando veían a Kobe Bryant reaccionaban como ‘¡Oh, Dios mío!’. Pero ahora todos somos habilidosos”. 

— Anthony Edwards en una entrevista para el Washington Post

Las declaraciones levantaron ampollas en dos figuras que precisamente no se prodigan demasiado en las comparaciones mencionadas. Sobre todo porque han seguido formando parte de la liga de una forma u otra y han podido ver cómo funcionan las cosas desde cerca. El mayor antídoto para la ignorancia, el tópico o ciertas posturas osadas. Earving ‘Magic’ Johnson e Isiah ‘Zeke’ Thomas saltaron rápidamente a reprochar las palabras de Edwards. 

Magic marcó territorio con cierto desaire en un encuentro con Stephen A. Smith para ESPN. “Nunca respondo a tipos sin anillo. No hay nada que decir. Edwards no ha ganado nunca nada a nivel profesional, ni universitario. Ni siquiera sé si lo hizo en etapa de instituto”. Más interesante fue la reacción de Thomas. 

https://twitter.com/ClutchPoints/status/1827797973985620121

El ex de los Pistons, sibilino como siempre fue, aprovechó para lanzar un dardo al propio Jordan y a cómo ha controlado el relato tanto estando en activo como, sobre todo, después de su retirada a través de medios como The Last Dance. “La propaganda funciona, así que tened cuidado de a quién elegís creer”. Después, todavía calentito por el tema, compartía opiniones algo más profundas. “La única habilidad enfatizada [en la actual NBA] es el triple, creando la ilusión de que el deportista y sus habilidades han evolucionado en una nueva especie. […] Lucen más rápidos hoy por los cambios normativos, que prohíben el hand-checking y agarrar al jugador en movimiento”, comentó en X (antiguo Twitter).

Al ser un mensaje escrito, la ausencia de entonación en las palabras puede ocultar el significado exacto de sus declaraciones. Pero sí muestran, intencionadamente o no, una visión precisa de cómo ha cambiado el baloncesto en la complexión física y técnica de los jugadores. Esto se ve a la perfección con el ejemplo del propio Michael Jordan, que se vio obligado a robustecer su cuerpo y perder parte de esa liviandad que le había convertido en el mejor jugador del mundo, pero no en el ganador rutilante que después fue. 

Los detalles se extravían por el camino

Como siempre va a ocurrir en la red social de los 280 caracteres o las intervenciones en charlas que tienen ese mismo anhelo de impactar con el menor número de palabras y tiempo al micrófono posible, por el camino se pierden muchos matices. Así como señalar que el baloncesto de hoy es duro a su manera y que si antes lo que comprometía la salud era el contacto extremo, en la NBA actual es la repetición de esfuerzos de alta intensidad en espacios de tiempo muy reducidos lo que castiga a cuerpos que la genética no pensó para tales demandas. 

Edwards es además un ejemplo perfecto de lo relevante que es fortalecer el físico y ganar masa muscular sin perder demasiada velocidad y agilidad. Lo que sería un ideal a perseguir en cualquier era y que explica la otra obviedad: que el jugador promedio de hoy es atleticamente superior al de épocas pasadas por mera supervivencia.

El punto es señalar la injusticia de comparar el talento general de una era de hiperprofesionalización y apertura a jugadores de todo el globo con unos años noventa que nunca conocieron métodos científicos ni estadística avanzada. Y que gateaban en eso de derribar fronteras. Aplica esta idea con cualquier otro tiempo pasado y futuro. 

No obstante, las comparaciones son inevitables. Un poco aquello de conocer de dónde se viene para saber dónde se va. Pero también la necesidad humana de discernir qué lugar tiene lo presenciado en directo dentro de la historia (de la liga). Aunque mantener la discusión en términos salubres se antoje imposible. Alimentada por ese mal que consiste en rodearse de voces que compartan ideas casi idénticas a las que uno ya trae de casa, provocando que críticas más sosegadas en tono aunque punzantes en fondo como las de Kevin Garnett y Paul Pierce sean arrojadas al vacío hasta que ven la luz en la red de redes y son pasto de su bipolar comunidad.

https://twitter.com/allthesmokeprod/status/1828190725479244222

Este texto no busca sanar un debate ya podrido. Solo llamar la atención sobre los nuevos niveles de histeria que podría alcanzar si figuras como Edwards comienzan a lanzar este tipo de proclamas infundadas. Porque todos hemos aprendido a hacer oídos sordos (o al menos lo intentamos) a exjugadores, talking heads y según qué círculos de internet; pero la tarea se dificulta si la boca que los pronuncia es todavía relevante por lo que hace en cancha y las camisetas que vende. 
Bill Russell también coleccionó sobradas del estilo muchos años después de su retiro. Pero su ejemplo, como en tantas otras áreas de la vida, guía el camino para asear la relación entre generaciones destinadas a la confrontación. En 2017 TNT y NBA celebraron una ceremonia por su legado, encomendando a Kareem Abdul-Jabbar, Shaquille O’Neal, David Robinson, Dikembe Mutombo y Alonzo Mourning la tarea de acompañarle en el escenario y entregarle el premio conmemorativo. Después de saludar y dar las gracias a todos, Russell calló, señaló a cada uno de ellos enumerándolos y, tapándose la boca como para preservar en secreto lo que estaba a punto de decir delante de un micrófono y cientos de presentes, susurró una frase ya mítica. “Os hubiese pateado el culo”. No hay forma más elegante de sellar una guerra interminable.

(Fotografía de portada de Gregory Shamus/Getty Images)

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