Clippers y una cifra en mente: el 6,3%

Playoffs de 2011. Conferencia Oeste. Dallas sorprendía al ganar el primer partido a pesar de un Kobe Bryant en su salsa, con 36 puntos y un 14 de 29 en tiros de campo. Dallas volvía a repetir dos días después, esta vez siendo su banquillo el que marcaba la diferencia, con Jason Terry, Brendan Haywood o J.J. Barea rindiendo muy por encima de sus homólogos Lamar Odom o Steve Blake en la ribera angelina.

Los Mavericks no sólo ponían la eliminatoria 0-2 a su favor, sino que robaban los dos encuentros del Staples Center para llevarse la serie a territorio local y seguir peleándola bajo el rugir de sus propias gradas. Y sin embargo, a pesar de ser un equipo que fluía como el agua y con un Dirk Nowitzki de 33 años en su absoluto prime, seguían sin ser reconocidos como los favoritos para imponerse a los Lakers y clasificarse rumbo a las Finales del Oeste.

En frente, el peso histórico de un Phil Jackson dirigiendo un equipo bicampeón y liderado por Pau Gasol, Andrew Bynum y, por su puesto, el competidor más pesado de todos los tiempos, Kobe Bryant, era demasiado aval como para inclinarse ante la estadística; esa que señala que de las 426 veces que un equipo se ha puesto 2-0 arriba en una serie de playoffs, en 399 dicha ventaja ha sido suficiente para llevarse la eliminatoria. En otras palabras, un 93,7% de fiabilidad.

La última vez que alguien dio la espalda a este guión de imprenta, lo hizo a lo grande. Y no fue hace tanto. Los Toronto Raptors de 2019 levantaban un 2-0 adverso en las Finales del Este ante Milwaukee Bucks, para concluir en el que sería el primer campeonato de la historia de la franquicia de Canadá. Y ahí estaba, como rey absoluto, the fun guy. Kawhi Leonard. Hoy, estrella de los Clippers y, una vez más, ante el reto de volver a erigirse ante y contra la narrativa.

Aquellos Mavs de 2011 terminaron por certificar lo impensable, barriendo a los Lakers por 4-0 a pesar de un buen Kobe que lanzó por encima del 46% en TC, pero demasiado solo para plantar batalla a un conjunto excelso desde el triple, con una segunda unidad superior a angelina y el hambre de ganar absolutamente intacta.

Luego, esos mismos Mavs hicieron lo impensable una segunda vez: derrotar en las Finales a los jóvenes y todopoderosos Miami Heat de Dwyane Wade, Chris Bosh y su alteza, LeBron James.

Todo en contra… de nuevo

Luka Doncic, once años más bisoño que aquel Dirk, es suficiente, como lo era el alemán con su sola presencia en la plantilla, para considerar a los Mavericks contenders, mínimo, de segunda fila. Moscones molestos capaces de incordiar en cualquier escenario pero nunca considerados como aspirantes reales a encadenar machada tras machada hasta engarzarse el anillo.

Los Lakers, 76ers, Bucks y Nets del hoy son los Thunder, Heat, Bulls, Spurs y Celtics de aquel 2011. Combinar en una misma plantilla a Duncan, Parker y Ginobili; a Rondo, Pierce, Garnett y Allen; a Durant, Harden, Westbrook e Ibaka… incluso aquellos Bulls de Brian Scalabrine (y Derrick Rose) intimidaban más que los Mavs de Nowiztki, Jason Terry, Tayson Chandler y Jason Kidd.

Ese mismo complejo, una década después, parece que se repite: los Bucks de Antetokounmpo, los Lakers del Big Two, los 76ers del Big Three, o los Nets del Big… ¿alguien me presta una calculadora?… todos ellos mandan en las quinielas muy por encima los Mavericks de Luka Doncic y Kristaps Porzingis, entrenados por un Rick Carlisle a menudo obviado y siempre a considerar.

Estos L.A. Clippers, a diferencia de aquellos Lakers de 2011, han reaccionado. La serie avanza empatada a dos, y a Luka Doncic, faro absoluto de los tejanos, le duele el cuello. Ninguna tontería. Todo el que haya tenido que acudir a fisioterapia por temas cervicales –y aunque Luka haga por restarle importancia– sabe el complejo de mejillón de roca que puede embargarte cuando la tensión se acumula en esa zona y expande su poder congestivo al resto del cuerpo.

En definitiva, unos Clippers, mucho más completos, versátiles, jóvenes y profundos que aquel roster de su vecino en Los Ángeles, están en la senda de sumarle otra décima más a ese solitario 6,3%.

Mirando (no muy) atrás

Pero también fueron mayoría quienes pensaron que, con el 2-2 en las Finales de 2011, los Miami Heat del «not one! not two!» habían tenido escarmiento suficiente como para dejarse seducir por una confianza excesiva y volver a tropezar ante el pundonor y magia de un jugador rubio, blanco y centroeuropeo… cuyo espíritu no se retiró junto al dorsal 41.

También los Clippers de 2020 debieron sentir el deseo de hacerle una señal al camarero para dibujar en el aire el gesto pedir la cuenta tras colocar el 3-3 ante Denver.

Solo que entonces, el jugador blanco y centroeuropeo era castaño y no rubio, pero igualmente nos valió para recordar aquella lección de las hermanas Wachowski en Matrix. Los Clippers, con el cyborg al frente, eran una máquina casi perfecta. Y como toda máquina limitada por los parámetros de su propia perfección, sucumbieron ante la varita alegre, impredecible y fofisana de Nikola Jokic.

(Fotografía de portada de Tom Pennington/Getty Images)


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