El caso de Kristaps Porzingis es uno de los últimos ejemplos que muestran que hay que ver los partidos para saber qué pasa. Acudiendo a estadísticas no es difícil aseverar que durante el curso 2020-21 el letón fue el segundo jugador de los Dallas Mavericks. Máximo reboteador, segundo máximo anotador, segundo mayor porcentaje de jugadas que acaban en tiro o pase, etc. Sin embargo, los datos que calculan su impacto global en el juego, pese a situarle solo detrás de Doncic, ya hacían levantar la ceja. Porzingis figuraba en estas tablas como el mejor de los jugadores de complemento.
Lo que podría ser una peculiaridad de los números caía en la certeza con el simple acto de ver a Porzingis moverse en el sistema de Rick Carlisle. El jugador transmitía una apatía rampante que a menudo teñía de intrascendente su presencia en los encuentros. Y como de él se espera algo más, surge la natural sensación de que Tim Hardaway Jr., Jalen Brunson e incluso Dorian Finney-Smith jugaban un papel más destacado en lo que sucedía en cancha para bien.
La temporada del letón transcurrió como un círculo vicioso en el que su papel como amenaza lejana que proporciona espacio al resto le restaba protagonismo y esta pérdida de importancia incidía en su inoperancia cuando el equipo necesitaba que aportase otras soluciones. Así, hasta llegar a su paupérrima serie de primera ronda frente a los Clippers, quizás el punto más bajo de la carrera del letón.
Tras la eliminación sufrida a manos de los angelinos por segundo año consecutivo, en Dallas aconteció un terremoto del que no hace falta dar detalle. Obviando polémicas y líos de oficinas, probablemente el cambio que más afecte a la estructura deportiva de los Mavericks sea el aterrizaje de Jason Kidd como entrenador jefe. Su principal empresa, más allá de mejorar la defensa del equipo o ayudar a Doncic hacia un nuevo salto en su juego, era recuperar a Kristaps Porzingis para la causa. Y, aunque a su primer tramo de temporada le rodean las dudas, parece que va bien encaminado para cumplir este primer objetivo.
El resurgir de Porzingis ¿Esta vez sí?
Ya lo habréis visto en todos los lados. En sus últimos nueve partidos Porzingis promedia máximos de carrera en anotación yéndose un par de veces a la treintena y registrando un 5-4 a pesar de la ausencia de Luka Doncic en buena parte de los mismos. De hecho, haber competido hasta las últimas instancias con equipos de la magnitud de los Phoenix Suns aporta un valor extra a sus promedios.
Su cambio ofensivo se podría resumir rápidamente con el incremento de tiros libres y rebotes ofensivos. Pero, aunque ambos muestren a un Porzingis claramente más agresivo que en el pasado curso, no explican su mayor ascendencia en el juego.
Ni siquiera el incremento en su porcentaje de uso o que el tiro de tres represente una menor parte de su juego. En realidad la mayoría de datos descubren a un Porzingis bastante similar al del año pasado añadiéndole volumen. Pero, de nuevo, solo hay que ver un par de encuentros para tomar consciencia del cambio.
Nunca más abandonado a ser un mero recurso espacial
Este año, Porzingis está tocando el balón una media de 15 veces por partido más que el pasado curso y esto le supone una evidente mayor involucración en las secuencias ofensivas de los Mavs. Tomar un bloqueo indirecto para tirar un triple, repetir secuencias de mano a mano o atacar el aro con bote son algunos de los movimientos que el letón ha reincorporado después de un tiempo sin sacarlos a relucir.
Pero sobre todo, llama la atención que Luka descargue en él la mayoría de dos contra uno que le lanzan las defensas. Ahí, recibiendo en la bombilla o los codos después de una continuación rápida es donde se puede forjar una dupla devastadora para momentos delicados. El curso pasado, Porzingis era el que esperaba en la esquina a que Doncic y el receptor decidiesen. Ahora suele ser él el que toma la iniciativa del cuatro contra tres.
E igual que apartarle de las decisiones le desactivaba cuando el partido más le necesitaba, su nuevo papel desemboca en la capacidad para aparecer con seis puntos y tres rebotes ofensivos en la prórroga ante Clippers. Entre ellos, abusos al hierro tras bote.
Lo verdaderamente diferencial del nuevo KP
Pero si recuperar para la causa al letón tenía como objetivo principal no renunciar a uno de los dos presuntos talentos diferenciales con los que cuenta la plantilla, todo queda en agua de borrajas al compararlo con el impacto real que un Porzingis sano y con confianza puede tener en el colectivo.
Uno de los grandes quebraderos de cabeza con la etapa del unicornio en Dallas era la incapacidad que él mismo había mostrado para ser el jugador que los Mavericks esperaban que fuese. Porzingis aterrizó en la liga con el ideal de ser un cinco lo suficientemente poderoso defensivamente como para jugar rodeado de aleros y jugadores perimetrales. Pero esta versión suya apenas se ha sostenido en tramos muy localizados y reducidos en el tiempo durante su trayectoria NBA. Las más de las veces Porzingis simplemente se ha mostrado incapaz de gestionar por sí solo la defensa de la zona y Dallas sufre demasiado cuando los cambios defensivos le alejan del aro.
Una vez en Texas, esto obligaba a los Mavs a situarle siempre junto a un compañero de pintura. Y ríete tú de los cacareados roces en su relación con Doncic. Acompañarle de otro hombre grande en los quintetos para sumar centímetros y —sobre todo— kilos alrededor de la zona solo hacía que la defensa del equipo fuese sostenible. Ni siquiera decente. De hecho, emparejarle con Dwight Powell directamente suponía exponerse a una escabechina. Además, tener otra referencia interior en ataque redundaba en que Porzingis buscase la comodidad de situarse a nueve metros del aro.
Sin embargo, haciendo de la necesidad virtud, esta racha de partidos han dejado una muestra suficiente de minutos con Porzingis como único interior como para plantearse que quizás esta vez sí sea posible construir alrededor de esta idea. En términos generales las alineaciones con el letón como pívot son tan inconsistentes como los propios Mavericks. La estadística avanzada de NBA Stats revela que hay tantos ejemplos de net rating desorbitado en lo positivo como en lo negativo.
Más relevante resulta que Dallas reciba cuatro puntos menos en la pintura cuando Porzingis está en cancha y que hayan pasado a encajar 44,9 puntos en la zona con respecto a los 49,8 del curso pasado. Todo ello mejorando la eficiencia defensiva un punto por encima de la evolución general de la liga y situándole fuera de las diez peores defensas de la competición. Es decir, que al fin el equipo es viable en el apartado defensivo con Kristaps como único corrector interior.
En ataque, es obvio que tenerle como única referencia interior rodeado de jugadores por encima del 33% en triples y un generador como Luka Doncic es un escenario casi irrenunciable a nivel espacial. Especialmente una vez el propio Porzingis se ve capacitado para explotar los espacios que él mismo ayuda a generar en la zona. Ya sea en el bloqueo y continuación con Luka o simplemente siendo agresivo sin balón.
Dicho todo esto, a Dallas aún le queda mucho camino que recorrer junto al nuevo Porzingis. El primer paso está en descubrir si su reciente rendimiento es sostenible en el tiempo. El segundo en demostrar que la pareja entre esta versión renovada y Doncic se retroalimenta sin tener que renunciar a construir un buen equipo de baloncesto alrededor. Y por último, tendrán que despejar la duda de si este núcleo da para competir en las cotas que la franquicia se propuso cuando apostó por Porzingis. Quizás la pregunta más difícil de responder.
(Fotografía de portada de Christian Petersen/Getty Images)