Damian Lillard, de la herejía al credo

Hablar de maldiciones es una de las formas más superfluas de acercarse a cualquier disciplina deportiva. Es entendible que, como sustituto de las épicas caballerescas de la edad media, el deporte esté tan ligado a la superstición. Pero lo normal es que cualquier suceso que se explica desde la brujería tenga una explicación mucho más sencilla desde la razón. Dicho esto, no hay franquicia más abonada al infortunio que la de los Portland Trail Blazers. Porque, aunque no haya fórmulas para alterar su signo, la suerte en el deporte existe y es relevante.

Tampoco es que la de Oregón sea una organización avocada al fracaso  sin remedio. Además de contar con seis títulos de división —en una región menor— y tres de conferencia, su campeonato de 1977 les eleva con respecto a la decena de equipos que jamás se han enfundado un anillo.

Cuatro décadas sin levantar cabeza

Pero aún en la indiscutible cima de la franquicia en toda su historia había bruma. Aquel triunfo tiene escrito con letras de oro el nombre de Bill Walton, un pívot de talento generacional cuyo juego iba a contracorriente de la ruda década de los 70. También un jugador al que las lesiones persiguieron hasta causarle dolores crónicos que por momentos le hicieron desear su propia muerte. Hasta 37 veces ha tenido que pasar por quirófano.

Tras el anillo con los Blazers, Walton se perdió la primera de las cuatro temporadas que tendría que tirar por la borda sin tocar un balón. Desde el comienzo de la 78-79 hasta su retirada el carismático center tan solo jugó 259 partidos de liga regular, encontrando en los Boston Celtics de 1986 una de las redenciones más celebradas de la historia del deporte.

El halo de desgracia siguió envolviendo a la franquicia que decidió elegir a Sam Bowie por encima de Michael Jordan en el draft del 84. Que perdió las últimas finales que ha disputado hasta la fecha contra los Bulls del propio Jordan. Que eligió a Greg Oden por delante de Kevin Durant en 2007. Y a la que las lesiones volvieron a azotar retirando al mismo Oden —ya fuera del equipo— a Brandon Roy y amenazando seriamente a un Lamarcus Aldridge cuyos problemas cardíacos le han acabado costando un temprano adiós.

Por fin algo de suerte

Visto lo visto, el actual proyecto de Portland goza de una salud pocas veces vista en la historia de la franquicia. Pero si esto es así no es porque no haya habido razones para caer en el pesimismo, sino porque desde 2013 Portland es un proyecto agarrado a la Damian Lillard y su obstinación.

Desde muy temprano la carrera del base ha estado finamente ligada a la heroicidad. A no dar su brazo a torcer y a luchar contra las expectativas hasta el último aliento. Su primera postal fue un triple sobre la bocina que eliminaba a los Rockets de Harden y Howard, clasificando a los Blazers para semifinales de conferencia por primera vez en trece años.

El camino de ambos, jugador y franquicia, ha estado plagado de pequeñas historias que echar en cara a un entorno mediático que siempre ha ejercido el beneficio de la duda con ellos. Innumerables noches de Dame Time coronadas con su triple en las fauces de Paul George. Interminables prórrogas contra los Nuggets conducidas por McCollum y cerradas con el inesperado Roodney Hood. El propio CJ y Lillard mirando cara a cara a Curry y Thompson hasta caer desfallecidos.

Todo ello bajo la continua sospecha de ser un conjunto bajo el radar. Sensación que también rondaba a su estrella hasta que la derribó por la fuerza. Sin embargo, Lillard jamás ha tenido que remar contra viento y marea como en los últimos doce meses.

Antes de que el coronavirus lo cambiase todo, Portland venía sufriendo una plaga de lesiones que les azotaba con un récord de 29-37 llegados al 10 de marzo. Tras romperse la pierna, Nurkic no había disputado un solo minuto desde marzo de 2019. A su baja se unió la de Zach Collins y la de Rodney Hood, también apartados durante lo que restaba de curso. Los Blazers tuvieron que moverse por Trevor Ariza y sacar del ostracismo a Carmelo Anthony para redondear un roster hecho añicos. Pero, el equipo mostraba una fragilidad defensiva que parecía irremediable.

Por ello es sorprendente que, llegados a la burbuja, los de Terry Stots se conjuraran con un objetivo claro. “Vengo aquí porque confío en que vamos a luchar. No juego si no creo que pueda ganar” declaraba Lillard ante la presencia de Portland como uno de los equipos aún con opciones de jugar el improvisado play-in y meterse en playoffs. En los ocho partidos que la NBA adjudicó a todas las franquicias presentes en Orlando, Dame Dolla’ promedió 37,8 puntos con cuatro partidos de más de 40 puntos, uno de 51 y  otro de 61. Pero sobre todo, regalando una demostración de rango de tiro que atentaban contra las convicciones de lo que es posible hacer sobre el parqué.

Los Blazers cerraban su liga regular con seis victorias en los ocho partidos designados. Lograron preservar la buena racha en el play-in contra Memphis y en un primer partido contra Lakers que llevó a Charles Barkley, y un poco a todos, a pensar que Damian Lillard era incandescente. “Van a barrer a los Lakers”. Al final, acabó imponiéndose la lógica y el físico de los angelinos borró cualquier aspiración. Lillard dejaba atrás la cima de rendimiento de su carrera, y por fin no existía nadie que no le diese el respeto que merece.

Sin embargo, el éxtasis final apoyado en su figura dejaba un poso general de haber llegado al fin del trayecto. El proyecto tocaba techo y seguía arrastrando las mismas virtudes y defectos desde hace años. Una vez más, Lillard obligaba a las oficinas de los Blazers a no resignarse ante los síntomas de agotamiento. La contratación de Robert Covington es uno de esos movimientos intachables sobre el papel. El alero era justo lo que necesitaban los Blazers como líder defensivo y complemento exterior en ataque. El rendimiento del equipo no lo ha corroborado.

A falta de doce partidos por jugar, Portland seguía siendo una de las peores defensas de la liga y registraban un mediocre 32-28 que les situaba en la séptima posición avocados al play-in. Es entonces cuando The Athletic publica un artículo citando a los entrenadores cuyo puesto corría serie peligro. A estas alturas no era sorpresa que el nombre de Terry Stotts figurase en esa lista. Todo apuntaba a su fin.

El ¿último? golpe de riñón del proyecto

En el tramo que separa aquel momento con el inicio de los playoffs no hay equipo que sume más victorias que los Blazers, que confirman su sexto puesto con un 42-30 final. Cierran la temporada con tal lustre que la prensa estadounidense atina a situarles como la sorpresa más posible de primera ronda. Incluso alguno aventura su favoritismo frente a unos Nuggets que han estado en la parte noble de la tabla durante todo el curso. El escepticismo deja paso a  cierta ingenuidad.

Casi parece que el relato de Portland Trail Blazers como franquicia y el del llamado a ser mejor jugador de su historia confluyen en este mismo punto. La tragedia típica de la organización de Oregón ha provocado Damian Lillard eleve su aura rebelde hasta una exhibición ofensiva casi permanente.  

Su ya histórica actuación en el último cuarto y las dos prórrogas del quinto partido es paradigmática de la su etapa desde que es el faro de Portland. Nurkic es expulsado con Portland perdiendo por dos puntos y dejando a Covington como emparejamiento defensivo de Jokic, el cual atacará desde el poste bajo una y otra vez. De ahí en adelante, Lillard asiste o anota todos los tiros de campo de su equipo, incluyendo un triple tras side step que manda el partido a la prórroga.

En el primer añadido el base anota 12 de los 14 puntos de su equipo en con un 4 de 5 en su serie de tiro y un 3 de 4 en triples inverosímiles. Vuelve a solventar una desventaja de cinco puntos para añadir cinco minutos más de juego.

No contento con ello, en la segunda prórroga anota otros cinco puntos con un solo fallo para llegar a los 55 puntos detrás de los cuales se esboza un ‘no puede ser’. Pero esta vez no es suficiente, y Denver pone el 3-2 en la serie. De nuevo la sensación de epopeya inacabada.

Hoy Portland puede decir adiós a la temporada, suponiendo la quinta vez que se van a las primeras de cambio en la era Lillard —solo tres veces han superado esta fase—. El verano apunta a reconstrucción, empezando por la vaticinada salida del entrenador y pudiéndose llevar todo por el camino. Menos a uno.

En una franquicia infame por su mala fortuna, Damian Lillard sigue permitiendo que sea dueña de su propio destino. El que ya es uno de los mejores jugadores del planeta —hace tiempo que lo es— obliga a no perder ni un minuto en lamentaciones. La suerte acabará guiando muchos de los lances del destino de los Blazers, pero Lillard empuja a pelear con todos los átomos del cuerpo por todo cuanto no esté sujeto al azar. Su tozudez bien vale cambiar el rumbo de la historia.

(Fotografía de portada de Harry How/Getty Images)


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