Draymond Green: la quincalla del Draft

Domingo de relajación, momento de retrospección. Una mirada a 2012. Achicando más aún el segmento temporal, pisamos el freno del Delorean en el 28 de junio. Nos sentamos en una de las butacas del Prudential Center de la ciudad de New Jersey. El recinto está abarrotado y huele a expectación en cada esquina. No es para menos. Está a punto de comenzar el sorteo del draft de la NBA.

Anthony Davis sería el primer elegido. Se sabía. Todos lo sabían. Ya había ido incluso al preolímpico de los Juegos de Londres para ayudar a entrenarse a los mayores. De hecho, terminaría viajando —y debutando— al país bretón debido a una lesión de última hora de Blake Griffin. Así que cero sorpresas en este sentido. Sí que había más dudas y mucha curiosidad por quiénes se ceñirían las siguientes viseras. Michael Kidd-Gilchrist, Bradley Beal, Damian Lillard, Terrence Ross…

Había en aquella noche un equipo con mucho por hilar, y necesitaba hacerlo bien. Los Golden State Warriors no tenían ningún derecho de elección dentro del top 5. Pero sí contaban en su haber con una fantástico 7º pick y luego otros tres más (30º, 35º y 52º). Los agraciados los conocemos muy bien a día de hoy. Primero fue Harrison Barnes, luego Festus Ezeli. Ya en tercera vuelta y viendo que su nombre no había captado el interés de otras franquicias, los Warriors decidieron entonces apostar por Draymond Green.

Un arranque con carácter

Como correspondía a un jugador de Segunda Ronda, no sería David Stern, ya en las últimas brasas de su infinita hoguera, sino un, todavía Vicecomisionado, Adam Silver, quien, ante un ambiente mucho más relajado respecto al que reinaba unos cuantos minutos antes, pronunció el nombre de ese ala-pívot de escaseces —escasez de porte, escasez de impacto mediático y escasez de expectativas despertadas—.

Los aficionados del Área de la Bahía se inmutaron con él más o menos lo mismo que con Ognen Kuzmic, su elección 52º. Puede que fuera por ello y por su indómito y, hoy archiconocido, carácter, que Green respondiera esto cuando, cumpliendo la tradición, le ofrecieron una copia impresa del momento en el que su selección tuvo lugar: «No la necesito».

Green ya tenía familia y franquicia en la NBA, pero para ello aquel 28 de julio tuvo que esperar demasiado. Aguantó estoicamente el desprecio de múltiples equipos y el del suyo propio, hasta que el riesgo de equivocarse ya fue poco relevante.

Ni un ‘3’ ni un ‘4’

«Yo sé por qué tuve que esperar», dijo en su momento y rescata ahora el The Mercury News. «Yo sé lo que pensaron los ojeadores: ‘Es un tweener — jugador que se encuentra entre dos posiciones sin definirse por ninguna— ¿A quién va a defender? Ha alcanzado su máximo potencial'».

«Pero sabía que nada de eso era válido. Lo que me pasó es lo que sucede normalmente a los jugadores en mi situación. Pero yo sabía que yo no era normal».

Cuatro años después de que fuera encasillado como un jugador demasiado pequeño para ejercer de ala-pívot y no la suficientemente habilidoso para destacar como alero, Green calla bocas mientras no para de abrir la suya. Y, bravuconadas o no, sus palabras no están ausentes de contenido. Pues a día de hoy es una de las fuerzas más dominantes de la NBA.

Green es el estandarte y adalid del coraje tan imprescindible que han necesitado los Warriors para hacer historia esta temporada.

Su equipo desvirgó un número hasta ahora intacto; el 73. Los Chicago Bulls del 96 ya no son el mejor equipo de siempre en regular season, y la aportación de Draymond a este hito ha tenido su reconocimiento siendo elegido como el séptimo en la carrera por el MVP. Sus virtudes tocan lo más alto en lo que a defender se refiere, y por ello fue tambien votado como el segundo jugador defensivo del año. ¡Ah! y cuenta ya con un All-Star Game. Puede que los scouts tuvieran razón; no era un tres ni tampoco un cuatro auténtico; no era un ala-pívot al uso. Green ha revolucionado y redefinido la posición de power forward.

Rehaciendo el draft

Si pudiéramos volver cuatro años atrás, jugando con el conocimiento que nos da el presente, y susurráramos a los general managers cual debe ser su elección, en ningún pasado hipotético Green sería elegido, dementes a un lado, más allá del Top 3. Se respetarían los nombres previos de Davis y Lillard. Quizás aún habría obcecados en crear debate sobre si en la pugna por el bronce podrían estar Drummond, Gilchrist o Beal. Bueno, hoy por hoy, el mío y el de la mayoría sería el antiestético lenguaraz de los Warriors. Que fue el robo del año, y posiblemente de la década, sí que no hay la menor duda.

«Estoy sorprendido por el nivel que ha alcanzado tan rápidamente», decía el director de personal de los Warriors, Larry Harris, y quien fue el encargado del seguir ampliamente la evolución de Green durante sus años en la Universidad de Michigan. «Pero no me sorprende que haya llegado hasta aquí».

«Casi lo echamos todo a perder», reconocía con risa nostálgica el general manager de Golden State, Bob Myers, recordando las dos veces que dejaron pasar su nombre. «Pero al menos lo tenemos».

Plantando la semilla

A pesar de que Draymond es uno de esos sujetos que no olvida, tampoco le guarda rencor a Myers por no haber confiado en él hasta tan avanzado el draft. «Es difícil echárselos en cara. Porque lo que hicieron tuvo mucho sentido».

Lo que hicieron tuvo mucho sentido… generoso reconocimiento que no me suena a hipocresía sólo por venir de la cuerdas vocales de quien viene. Bien, de acuerdo, hicieron lo correcto. Por entonces nadie (más allá de los expertos) conocía a Green. Ningún aficionado se echó las manos a la cabeza cuando él seguía sentado esperando tras finalizar la Primera Ronda, y nadie le consideró, por entonces, el posible «robo del draft».

El ’23’ de Golden State conoció destino en el prólogo de la Segunda Ronda pero, ¿cómo llegó esa elección a manos de la Bahía?

Larry Riley era por entonces el presidente de operaciones del conjunto de Oakland, y entre sus movimientos decidió enviar a Dan Gadzuric y a Brandan Wright a los Nets a cambio de un casi retirado Troy Murphy y una segunda ronda del draft de 2012 —esto me recuerda a cuando los Lakers renunciaron a los derechos de Marc Gasol por conseguir a su hermano. Pocas veces algo tan residual proveyó tanto. Es como si el Rey Midas hubiera decidido interceder en aquel contrato y tocar con su codicioso dedo aquella inclusión trivial—.

Porque además se une la paradoja en forma de reacción. Los aficionados de los Warriors, lógicamente, no recibieron de la mejor de las maneras aquel trueque. Esperaban sacar bastante más tajada por aquellos contratos expiring, y para colmo Murphy era cortado apenas una semana después. Sólo les quedaba esa miserable segunda ronda, a la que miraban como una raspa de sardina que sobresale del cubo de la basura.

Sin embargo Riley creyó en lo que hacía. No fue un tiro al aire que acertó en un pájaro despistado. Riley sabía muy bien lo que se traía entre manos. Los Warriors analizaron la plantilla de aquellos Nets, e intuyeron que no tendrían una gran temporada regular 2011/12. También examinaron concienzudamente a los universitarios que tenían pensado dar el salto inminente a la NBA. Su conclusión fue que había más jugadores con nivel de primera ronda que selecciones de primera ronda en sí. Es decir, había filón de sobra en aquella camada. Y ellos irían a la lonja sobrados y cargados de picks.

«La probabilidad de traer un gran agente libre no era muy elevada, pero no es tan inusual conseguir un buen jugador en la segunda ronda», explicaba Riley. «Entre los puestos 45-60 ya es más difícil, pero nosotros sabíamos que había bastante material en aquella segunda ronda, especialmente en sus quince primeros puestos».

Descubriendo a Draymond

Universidad. Aunque con algo de sobrepeso (136 kg), Green empezó a captar la atención de algunos ojeadores de la NBA. Comenzó la investigación de la atmósfera que lo rodeaba: familia, entrenadores, compañeros… y por el dictamen de todos llegaron a diagnóstico unánime: Green era muy intenso y odiaba perder incluso al parchís. Parece que no han cambiado mucho las cosas.

Pero las dudas eran las mismas. No tenía una posición claramente definida en la cancha y su tiro tampoco terminaba de ser fiable. Pero como toda gran historia llegó aquel día. Ese punto de inflexión. En este caso, el partido, donde se alinearon los planetas y nació el idilio. Riley fue a ver un encuentro entre las universidades de Michigan y Ohio. «Hacía mucho frío, y me estaba costando estar centrado en el partido. Pero Draymond cuajó un gran choque (12 puntos y 9 rebotes), y recuerdo salir del pabellón pensando, ‘hay algo en este chico. En algún momento, va a pasar al siguiente nivel’. Y en aquel momento, necesitábamos jugadores con corazón».

Y llegó el gran día

Si hay algo que gusta en USA, y más si nos metemos en verborrea deportiva, es analizar. Analizar, analizar y analizar. Por supuesto, aunque la mayor parte de aficionados mundanos como nosotros no supiéramos todos los secretos, virtudes, e intríngulis que rodeaban a la figura de Draymond Green, las 30 franquicias de la NBA podrían rellenar enciclopedias enteras. La labor de scouting está a la orden del día.

Pero las cosas de palacio, van despacio. Tanto Atlanta Hawks como Indiana Pacers mostraron interés por hacerse con su baloncesto, pero finalmente al general manager de Atlanta, Rick Sund, no le extendieron su contrato, y Larry Bird, su aval en Indiana, renunció a parte de su poder ejecutivo.

Así, llegó el gran día (o la gran noche), y en el Dow Events Center de Saginaw, Michigan, su hogar, se reunieron un centenar de personas para apoyarle desde la distancia. Las previsiones más optimistas le colocaban en la cola de la primera ronda.

Pero los Hawks seleccionaron en el puesto 23º a John Jenkins, y los Pacers apostaron en el 26º por Miles Plumlee. «Ahí es cuando comenzamos a ponernos nerviosos», revelaba Dwayne Stephens, quien fuera entrenador asistente de Green en Michigan y estuvo entre aquel panal de incondicionales.

Silver se acercó al atril para cantar el nombre del trigésimo afortunado. Amigos y familiares cruzaron los dedos ‘¡Festus Ezeli!’ Y sí, tenía sentido. El nigeriano podía aportar desde el primer instante algo que Green no: 2,11 centímetros de altura y defensa alrededor del aro.

Los integrantes de aquella sala de operaciones de los Warriors, explican ahora porqué tomaron esa decisión. «Fue una larga discusión. Es muy complicado conseguir centímetros.  Ezeli no aguantaría [hasta el pick 35º], pero sabíamos que Draymond aún seguiría ahí».

Joe Dumars, general manager de Detroit Pistons, había seguido de cerca a Green y era casi una figura paternal para él. Y en la Motown poseían el pick 39º. «Le dije a mi agente que si no me elegía Golden State, debía decirle a los próximos tres equipos [si alguno estaba interesado en seleccionarme] que me iba a jugar en el extranjero, así podría ir Detroit».

Pero no fue necesario mentir. Los Mavs se decantaron por Jae Crowder en el puesto 34º, y en el salón de los Warriors lo celebraron con alegría. Lo tenían muy claro. Y la jugada les había salido redonda. «Él es nuestro chico», cuenta Myers. «No hubo debate».

Pero la experiencia ha quedado grabada en la mente de Green. No olvida lo que le costó llegar hasta donde está ahora, y tampoco olvida los treinta y cuatro nombres que resonaron en el pabellón antes que el suyo. El jugador más visceral de los Warriors no sólo sabe recitar de memoria esos 34 picks, sino que conoce el paradero y la historia de cada uno de ellos.

Es consciente por ejemplo, de que Jenkins ha estado lesionado y ha sido enviado en múltiples ocasiones a la D-League. O que Plumlee se encuentra militando en su tercer equipo en tan sólo cuatro años. Sabe también que Jeffery Taylor (pick 31º, por los Bobcats), ahora se gana la vida en la liga española.

«Nunca olvidaré esa noche», desvela Green. «He tenido que esperar todo este tiempo. No estoy diciendo que sea arrogante ni nada, pero me sentí como si tuviera que esperar detrás de los chicos que no eran mejores que yo. Y creo que lo he demostrado».

Y que lo digas Draymond. Y que lo digas.


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