La primera revisión de la máquina Zion Williamson

Mirar al baloncesto de Zion Williamson es como presenciar un gran fenómeno natural descontextualizado. Fascinarse por la estampa de una tormenta eléctrica o un huracán es tan natural como innecesario explicar el por qué de esta admiración. Claro que hay una explicación física que otorga verosimilitud a estos sucesos, pero es más potente su impacto en seco, como descubrir el fuego por casualidad. Algo similar acontece cuando se presencia un molde de 198 centímetros y 129 Kg moverse en espacios reducidos como si de una pantera se tratara.

Lo innato en Zion se palpa a primera vista. Jamás se ha visto a un arquetipo físico así desplazarse con rapidez y plasticidad semejantes. Tal es la impresión que causa, que resulta imposible encauzar todas las expectativas que despierta un jugador tan único como él. Porque dada la plétora de capacidades que acumula para dominar una cancha de baloncesto, se antoja casi ridículo verter sobre él definiciones que lo acoten. No se puede poner límite a un prototipo así.

Fruto de esta indefinición ha sido su introducción a la NBA. Llegar a mitad de temporada como el proyecto joven más anticipado desde Lebron James no es el mejor escenario para la calma. Viendo el panorama, su franquicia optó por desatar al Zion más nuclear. Tras el espejismo triplista de su estreno, Williamson abrazó su juego más visceral. Ese que le lleva a campar en las inmediaciones del aro esperando su momento para atacar la zona restringida con el balón ya en las manos. O al menos así sucedía a media pista, pues a campo abierto únicamente cabe esperar un final con Zion devorando el hierro.

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Su impacto numérico era obvio desde el primer minuto, a pesar de las restricciones iniciales en su tiempo de juego. Surtirle de balones interiores a la más mínima ventaja detectada ponía de facto una y otra vez su absoluta superioridad en esas ternas. Pero la jugada rara vez nacía en él, quedando su papel reducido al de un ejecutor. De una letalidad inimaginable para alguien de su talla en las proximidades del aro, pero enfocado únicamente a la resolución. Y hay que recordar que hablamos de un jugador que tiende al infinito.

Nueva Orleans mejoró su imagen con la llegada de Zion, pero no logró ir más allá de ser un conjunto irregular con luces y sombras muy obvias. Los Pelicans veían los playoffs con más ilusión que posibilidades legítimas y la burbuja de Orlando terminó de corroborar su mediocre temporada. Un periodo anticompetitivo cuyas incertidumbres se prolongaron a la off-season con la marcha de Holiday y la llegada de Adams, Bledsoe y la vieja escuela de Van Gundy al banquillo.

Año I después de Zion

El rol de Williamson en el equipo introdujo pocos matices a la entrada de la vigente temporada. Además, diciembre y la primera parte de enero quizás sea su etapa más tibia en la liga junto con la vista en la burbuja. La complejidad del contexto podría ser la mayor imaginable, pero esto no aliviaba la sensación de decepción general.

Ya sea por necesidad o como probatura, Van Gundy decidió otorgarle un progresivo aumento de posesiones que partiesen con él como creador principal. El resultado del experimento no solo se mostró funcional, sino que Zion ha ido quemando cualquier proceso hasta llegar al punto en el que se encuentra su juego ahora mismo.

Evolución mensual del porcentaje de uso cuando Zion está en cancha (Fuente: StatMuse)

Más allá de incrementar su porcentaje de uso —jugadas que acaban en tiro, asistencia o pérdida del jugador cuando está en cancha— desde el 28,8% que registraba en febrero hasta el 33% que data en estos momentos, lo relevante es la cantidad de nuevas jugadas en las que se ve implicado como portador del balón. Durante la 2019-20 NBAStats ni siquiera registra los datos de Zion como manejador en el pick & roll por ser insuficientes. Ahora acude a esta acción una media de casi tres veces por partido, demostrando una toma de decisión más que notable.

Sin ser un perfil extremadamente creativo, Williamson tiene capacidad de sobra para leer cuándo puede percutir el aro, cuándo el miedo que infunden sus estampidas dejan al bloqueador liberado o cuándo la jugada está bien defendida y debe reiniciar para fluir por otros cauces. La situación actual de la plantilla, carente de perfiles que abran la pista, ha reducido bastante sus opciones a que Steven Adams sea el que ponga la pantalla. Pero también se le ha visto multiplicar posibilidades con jugadores como JJ Redick —antes de su marcha— en cancha.

También ha experimentado un acuciado crecimiento en las situaciones de aclarado, realizando 2,6 por partido. La única jugada con balón que está menos representada en su juego con respecto a lo visto anteriormente es el poste bajo. La cifra de recepciones en esta situación se sitúa en 3,3 por partido, 0,7 puntos menos que la temporada pasada. Descenso que compensa con una mayor eficiencia cada vez que recibe en dicha disposición. Esta última, sin embargo, le sigue utilizando casi exclusivamente como ejecutor. Debido en parte a la velocidad con la que suele resolver y a que sus compañeros le regalan más espacios que líneas de pase.

Todo ello estriba en que un 38,5% que finaliza Zion, lo hacen con él como creador. Un porcentaje que hay que matizar porque engloba el curso completo y no desde el mes de febrero en el que se comenzó a percibir seriamente esta evolución. Además, a esto hay que sumarle las acciones en las que comienza con balón pero lo suelta rápidamente porque detecta la ventaja de algún compañero.

El espectro general no deja dudas, Zion se ha convertido en un creador de ventajas con balón sin perder un ápice de efectividad en el camino. Todas sus cifras mejoran o se mantienen en el apartado ofensivo. Repartiendo casi el doble de asistencias mientras mantiene el número de pérdidas. Incluso demostrándose más voraz debajo del aro.

Playmaker en cualquier circunstancia

Recientemente, preguntado por su nuevo desempeño en pista, Williamson aseguraba que jugar como base «se siente natural». Cualquiera que le viese jugar podía vaticinar su progresión como generador de tiros para el resto, pues su lectura del juego siempre ha sido innegable. Pero es inverosímil la facilidad con la que parece haber desbloqueado una faceta hasta ahora desconocida sin renunciar al resto de herramientas que ya le hacían diferencial.

Mi punto es que, asumiendo estas cotas de balón, Zion Williamson está cerca de convertirse en el base de su equipo a tiempo completo. Siempre y cuando entendamos la definición de base en el baloncesto actual como el jugador del que emanan la gran mayoría de la creación de su equipo. Y él tiene en sus manos hacerlo con el balón, pero también sin él.

Ya que su explosividad y fuerza le otorgan una ventaja insultante en casi todas las circunstancias del juego, Zion se permite ser creativo en cualquier situación. Sus continuos movimientos rondando la zona no son menos creativos que los que protagoniza Curry entre bloqueos indirectos para acabar recibiendo en cualquier lugar del ataque. Esas rutas circulares hacia el aro, facilitan la tarea de cualquier compañero, que le encontrará siempre en movimiento y preparado para despegar todo su tonelaje en cuestión de un abrir y cerrar de ojos. Organiza cualquier ofensiva desde la mera lectura de espacios sin balón. Con la dificultad añadida que supone hacerlo en el estrecho sistema ofensivo de Nueva Orleans. Su carrocería encuentra la salida en el callejón más angosto.

Aunque la versión de Zion dominada por estas secuencias sea la más conocida, no deja de ser una fase de creación más en un arsenal al que cuesta vislumbrar límite en estos momentos. Las dudas con respecto a su figura son comprensibles porque analizarle supone enfrentarse a una novedad absoluta y, para colmo, cambiante. También por su mantenimiento físico, desgraciadamente. Las dudas que sí deben quedar disipadas ante la ampliación de su juego son las que se ciernen sobre su encaje en determinados sistemas o las sinergias con otras estrellas. Williamson, si no lo había hecho ya, ha demostrado ser uno de esos jugadores que funcionan y hacen funcionar cualquier entramado ofensivo. Y amenaza con las etapas que aún está por quemar.

(Fotografía de portada de Jonathan Bachman/Getty Images)


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