Leon Rose: el baloncesto al primer plano

La 98-99 fue la última gran temporada de los New York Knicks. Pero, ¿a qué precio? Aquel curso finalizó con la que era la segunda ...

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Por David Sánchez

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La 98-99 fue la última gran temporada de los New York Knicks. Pero, ¿a qué precio? Aquel curso finalizó con la que era la segunda aparición de la década en unas finales, la octava de su historia y, evidentemente, la última hasta el día de hoy. Aquella improbable carrera en playoffs, iniciada desde el octavo puesto del Este y sólo igualada por los Miami Heat el curso pasado, terminó con unos Knicks tullidos que cayeron con facilidad ante los duros Spurs de Tim Duncan, David Robinson y Gregg Popovich. 

No obstante, el peaje más doloroso no fue la lesión de Patrick Ewing, al que parecía obvio que se le apagaban los años de esplendor. El verdadero punto de inflexión en la historia de los Knicks se dio unas semanas antes. La temporada había tenido que comenzar en enero a causa del cierre patronal, lo cual redujo el margen de error de unos Knicks que ya llegaban mermados por la brutal lesión de muñeca que había sufrido Ewing el 20 de diciembre de 1997 ante los Milwaukee Bucks y por la que tuvo que reaprender a tirar prácticamente de cero. 

Durante toda la campaña, reducida a 50 partidos, los Knicks estuvieron coqueteando con quedarse fuera de los puestos de playoffs. Llegaron a estar décimos a 13 encuentros del final. La tensión fue más allá del vestuario y se desplazó a los despachos. Jeff Van Gundy, entonces técnico, y Ernie Grunfield, general manager del equipo durante la década que podría ser considerada la más icónica de la historia de la franquicia, se las tuvieron tiesas durante todo el año. 

Van Gundy seguía mosca porque el directivo hubiese traspasado a Charles Oakley para hacerse con el joven Marcus Camby. El viejo Oaks, que ya cumplía 35 años, había sido crucial en construir la ruda identidad del equipo desde su llegada en 1988. Camby, por el contrario, llegó a la pretemporada del equipo fuera de forma y con serios problemas para conjugar el duro régimen que Jeff había heredado de Pat Riley. Ese traspaso, las dificultades del equipo en el día a día y ciertas heridas del pasado llevaban a continuas declaraciones cruzadas y roces entre técnico y gerente. 

Desde la distancia Dave Checketts miraba preocupado temiendo que la cuerda se tensara lo suficiente como para romperse. Checketts, entonces una figura cercana a la propiedad que servía como nexo con el resto del organigrama de la franquicia, había sido el directivo que puso la primera piedra del proyecto con la dura negociación con Pat Riley a inicios de los 90. Sabía que lo mejor para el equipo era que la dupla Grunfield-Van Gundy continuase, pero también conocía lo encendida que estaba la familia Dolan con cada dossier de prensa que llegaba a sus despachos narrando los roces entre ambos. 

Leon Rose: el baloncesto al primer plano
De izquierda a derecha: Marcus Camby, Jeff Van Gundy y Charlie Ward durante un partido de los Knicks en 2001 (Eliot Schechter/ALLSPORT)

La era Dolan

Los todavía hoy dueños de los Knicks y de todo el conglomerado que rodea al Madison Square Garden apenas llevaban dos años al frente. En 1997 habían adquirido la mitad de las acciones del MSG, lo que daba a Charles Dolan, dueño de Cablevision y HBO, poder total sobre la franquicia de baloncesto, los New York Kings de la NHL y todos los eventos y alrededor del MSG. A lo que acabaría sumando un canal de televisión. La gestión de los Knicks quedaría en manos de su hijo James, vicepresidente de Cablevision. Y, como todo nuevo propietario que llega a una organización deportiva, el empresario aterrizó con ganas de hacerla un poco suya. Solo necesitaba una excusa para inmiscuirse en la toma de decisiones. 

Las tensiones llegaron a tal punto que Marc Lutsgarten, presidente de Cablevision, lanzó un ultimátum a mediados de abril después de reunirse con Jim Dolan: o se va Van Gundy o se va Grundfield. Checketts tendría que tomar una decisión en los próximos días y, tras recibir las llamadas de varios jugadores defendiendo a su entrenador, no le quedó otra que prescindir del general manager. Pero, antes de comunicárselo a Dolan y Lutsgarten, su teléfono sonó. Jim ya había tomado la decisión por él, lo que implicaba que el propio Dave sustituiría a Ernie en el puesto. 

La temporada acabaría con derrota en las finales y el siguiente curso agotaría los últimos coletazos del proyecto para lograr unas nuevas finales del Este ante los Indiana Pacers, némesis recurrente de la época. Pero ya entonces la brecha entre la propiedad y el equipo era notable. Ewing pidió el traspaso enfadado con la gestión de los nuevos dueños a finales de la 99-00. Checketts aguantaría solo un año más viendo que las decisiones que se tomaban estaban basadas en impulsos que poco o nada tenían que ver con el conocimiento del baloncesto y de la liga en sí. Poco más tarde era Van Gundy el que dejaba el banquillo por el pobre desempeño del equipo.

Dos décadas de ignominia

El inicio de siglo estuvo marcado por los continuos fallos de elección en el Draft, la oscura etapa de Isiah Thomasen banquillo y oficinas y una sarta de traspasos y firmas difíciles de excusar incluso en el momento de producirse. Además de un descuido doloroso de las relaciones con quienes habían sido alma del equipo en los 90. Solo la llegada de Carmelo Anthony en 2011 dotó de ilusión a una parroquia knickerbocker que prácticamente se había olvidado de la sensación de ganar partidos. Aquel equipo compartido con un Amare Stoudamire mermado por las rodillas, un Raymond Felton con problemas de peso y Tyson Chandler tocó techo en 2013 con una segunda ronda ante los Indiana Pacers de Paul George. 

Sin embargo, se deshizo tan pronto Jim Dolan volvió a dar un giro drástico a la gerencia colocando a Phill Jackson al frente y tratando de operar el juego del equipo en torno a los conceptos del triángulo ofensivo con los que el Maestro Zen tanto había ganado en Chicago y Los Angeles. El experimento volvió a ser una debacle que extendería sus tentáculos hasta finales de la década. Mientras tanto, no había una superestrella que saliese al mercado sin que el entorno de los Knicks situase al equipo como posible destino. LeBron James, Kawhi Leonard, Paul George, Karl-Anthony Towns… Kevin Durant y su marcha a Brooklyn supusieron un punto de no retorno para plantear dónde se encontraban los Knicks.

Para ese entonces Dolan, que recibía constantes peticiones de venta del equipo por parte de la afición neoyorquina, estaba más centrado en la gestión del negocio a su alrededor. Un monstruo que crecía simplemente por el mercado que lo rodeaba, permaneciendo como una de las organizaciones deportivas más valiosas del mundo sin que los resultados deportivos tuviesen que refrendar su estatus. 

Sus bandazos siguen intactos, pero la implicación con la que comenzó sus días al frente de la franquicia hace tiempo que desapareció. Así, acertar con a quién darle las riendas del proyecto parecía una variante fundamentada por completo en el puro azar. Y así, en una nueva temporada que se saldó con el despido de David Fizdale del banquillo, el interinazgo de Mike Miller y el adiós de Steve Mills como presidente de operaciones después de dos décadas cooperando con los Knicks de una u otra forma, llegó Leon Rose a los despachos. 

El flamante nuevo presidente de operaciones venía de un sector que, desde mediados de la década de los 90, ha ido tomando parte cada vez mayor de todo lo que sucede a lo largo y ancho de la NBA. Los agentes tejen la mayoría de hilos que se esconden detrás de cada movimiento por pequeño o grande que este sea, cobrando un protagonismo desorbitado en el panorama actual de las cosas. Y Rose ha sido uno de los representantes más prominentes del actual siglo, teniendo bajo su cartera de clientes a Allen Iverson, LeBron James (2005-2012), Carmelo Anthony, Joel Embiid o Chris Paul. 

Un conocedor del juego

Contrariamente a lo que venía siendo el modus operandi bajo el mando de Dolan, repleto de contrataciones endogámicas, recomendaciones interesadas y selecciones basadas en el nombre por encima del encaje deportivo y empresarial, Rose llegó con un equipo propio debajo del brazo y dejó claro quién tomaría las decisiones a partir de ese punto en detrimento del intervencionismo de Dolan. Los primeros meses, afectados de manera obvia por la pandemia, le sirvieron al directivo para tomar temperatura a la franquicia y comenzar a fraguar lo que sería su primer movimiento maestro: el fichaje de Tom Thibodeau. De quien Rose era representante en Creative Artists Agency (CAA). 

A pesar de la mala reputación que acompañaba al técnico por su estricta forma de trabajo, esta relación era indispensable para el presidente de operaciones para asegurarse de que banquillo y oficinas estuviesen en total sincronía. Un principio de funcionamiento que se ve a la legua echando un ojo a los movimientos realizados en estos años. Jugadores como Josh Hart, Isaiah Hartenstein, Donte DiVincenzo, Precious Achiuwa, O.G. Anunoby nacieron para jugar a las órdenes de Thibs. 

https://twitter.com/nyknicks/status/1781684250145616110

Sin embargo, es precisamente en la gestión de los activos que no han otorgado ese valor donde Rose ha marcado la diferencia. El presidente de operaciones ha exprimido los contratos de los jóvenes que no terminaban de encajar con Thibs hasta sacar algo por ellos justo en el momento de afrontar su renovación (Immanuel Quickley, Obi Toppin, Quentin Grimes) y ha admitido errores convirtiéndolos en meros salarios para encajar traspasos (Evan Fournier, Kemba Walker) mejorando la plantilla en cada movimiento y manteniendo saneadas las cuentas. R.J. Barret, la salida más dolorosa de esta etapa, acabó con final feliz para ambas partes. Con recursos abundantes la gestión es sencilla, pero es en este tipo de movimientos donde cobra relevancia la labor del líder de los despachos. 

En este tiempo, claro, se han seguido relacionando grandes nombres a la esfera de los Knicks. Uno tampoco puede negar su naturaleza hasta las últimas consecuencias. Joel Embiid, Karl-Anthony Towns, Damian Lillard o Devin Booker son algunos de los nombres que se han movido en la órbita neoyorquina. Pero el único por el que han existido conversaciones avanzadas en tiempos recientes es Donovan Mitchell. 

De esa negociación para sacarle de Utah que se prolongó durante todo un verano se deduce la intención de Leon Rose en poner a su franquicia en una posición de poder. Podría haber optado por la vía fácil y otorgar a los Jazz todo lo que Danny Ainge deseaba, pero se mantuvo en sus trece porque pensaba realmente que ya tenía un pilar sobre el que edificar todo en Jalen Brunson. Este sí, la obra maestra de Rose. 

El método que Rose y su equipo llevaron a cabo con Brunson deja a las claras que en las oficinas de los Knicks le veían como el candidato ideal para llenar el vacío que la posición de base de la franquicia había vivido históricamente. Enviar a miembros de la organización a ver sus partidos a Dallas, fichar a su padre Rick Brunson como ayudante de Thibodeau y pagarle por lo que en aquel entonces se juzgaba como un precio excesivo y ahora parece una baratija (104 millones de dólares por 4 años). 

Rose y Thibs, porque nunca se puede olvidar su importancia a la hora de dotar de identidad a este grupo, han provocado lo que hasta hace poco parecía impensable. Que cada vez que los Knicks se enfrenten a una situación difícil, la opinión pública crea que lo más normal es que van a tomar una buena decisión. 

Apartando rencillas del pasado

Todo ello no implica que la gestión del directivo esté totalmente libre de pecado. Desde su llegada a los despachos la mayoría de jugadores que han llegado son clientes de la que fuese su empresa CAA. Por contra, los Knicks no han adquirido a ningún representado por Klutch Sports, la otra gran agencia de representación en la NBA. Solo por esto la rivalidad ya se da por hecha, pero Rose además ha tenido sus más y sus menos con Rich Paul, CEO de Klutch. Al punto de que su empresa nace cuando LeBron decide dejar a Rose como su agente e iniciar una agencia de representación en la que James sirviese como reclamo y carta de recomendación de Paul, quien era empleado de CAA.

Para ejemplificar las cotas que alcanza esta rivalidad basta con fijarse en el traspaso por Anunoby. Un movimiento que los Knicks llevaban tiempo persiguiendo pero que no se produjo hasta que el alero abandonó Klutch y firmó a Sam Rose como su agente. Hijo de Leon y miembro de CAA. 

Ahora bien, Leon Rose y Rich Paul son dos hombres demasiado inteligentes para que esto afecte a sus negocios (lo que pasa en los Knicks con jugadores de CAA sucede en Los Angeles Lakers con jugadores de Klutch Sports), y este mismo febrero mantuvieron una reunión para limar asperezas y permitir el libre flujo de jugadores mediante acuerdo verbal. 

¿Qué significa que el presidente de operaciones de una organización renuncie a su orgullo para mejorar las cosas a futuro? Estabilidad. Un término que los Knicks no conocían desde que Jim Dolan tomase la franquicia como juguete. Al final era tan sencillo como poner el baloncesto por encima de todo lo demás. 

(Fotografía de portada de New York Knicks/X)

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