Neven Spahija, Lorenzo Brown y nacionalizaciones exprés

«Estoy en contra de los extranjeros en las selecciones. En mi opinión, no tiene ninguna base. Es una maldita regla de la FIBA y nunca estaré de acuerdo. Las selecciones, en realidad, son la identidad de una escuela de baloncesto, de una nación, de una cultura.

Si Serbia llegara al punto de nacionalizar a un jugador, yo y todos los pensamos como yo deberíamos claudicar, así que espero que eso no pase. Confío en que Serbia, como potencia del baloncesto que es, nunca naturalice a un jugador porque así perdería parte de su identidad».

No es sencillo tal grado de sinceridad últimamente, más en ciertos climas, canales y tertulias. Pero no tuvo problema Neven Spahija en hablar por boca de muchos. Mientras todos los ojos están centrados en el Eurobasket ha tenido lugar en Praga, en paralelo, el Basketball Coaches Clinic al que ha acudido el reconocido técnico croata y no quiso desaprovechar la ocasión para pasar por el confesionario.

«Para mí es divertido, durante la presentación de los equipos y el himno nacional, ver cómo la cámara pasa ante un jugador nacionalizado, que ni sabe hablar el idioma ni tampoco la letra del himno».

Mientras su país, Croacia, ya probó la elasticidad de su ética al nacionalizar al base estadounidense Jaleen Smith –y el propio técnico reconoce ‘el subidón’ de nivel que esto implica–, confía en que una selección de cepa en el mundo básquet como es Serbia, no llegue a ‘corromperse’ nunca de esa manera.

Este debate, que de nuevo no tiene nada, alcanza un nuevo grado de redefinición cada pocos años, con la globalización difuminando fronteras y las nuevas generaciones tomando los frutos del viejo colonialismo. Y si bien a nivel de clubes hace mucho tiempo que todo rastro de raíz identitaria fue engullido por la voraz chequera (con numantinas excepciones, AKA Athletic Club de Bilbao), en el terreno de los combinados nacionales la resistencia ha sido bastante mayor, pero también han terminado entregando, palmo tras palmo, las arenas de Dunkerque.

La excepción ya no es excepción sino regla, y a nadie sorprende ver en los JJ.OO. atletas que no encajan con su polvoriento arquetipo mental.

No nos equivoquemos. Esto no va de sentimiento. Mucho menos de racismo. Excusatio non petita, pero por si acaso; que ya no bebemos garrafón. El trasfondo imperante, como casi siempre, es estatal y político, ergo económico. A la mierda el patriotismo.

Los siete metros de Niurka

En España el debate entró con fuerza a los bares en 1999, con el caso de la saltadora Niurka Montalvo y el enfrentamiento entre las federaciones cubana y española de atletismo. Fue entonces cuando Keba Mbaye, jurista de profesión y peso pesado del olimpismo, pronunció una frase icónica: «La norma 46 de la Carta Olímpica aplicada en estos casos se hizo para evitar que los países ricos se aprovechen de los atletas de los países pobres».

En su fase embrionaria éste fue el discurso principal en contra de la nacionalización de deportistas: el expolio del talento –la cara blanda del imperialismo– siempre en la misma dirección, y que tan tristemente se veía reflejada en la aseveración de doble filo, por boca del ex presidente de la Federación Española de Atletismo, José María Odriozola.

«Es cierto que Niurka llegó a España formada como atleta, como dicen los cubanos; pero fue aquí en España, en este ambiente y con estos preparadores, donde progresó hasta obtener sus mejores marcas» (el récord de España anterior a Niurka en salto de longitud era de 6,85 metros. La habanera traía una marca de 6,93. Bajo el escudo de la rojigualda, alcanzó los 7,03).

Esta realidad no ha desaparecido ni mucho menos. África permanece como una veta inagotable de talento, si bien esto rara vez se corresponde con los resultados en el terreno de los éxitos fuera de sus fronteras. Un criminal desequilibrio donde Estados Unidos y los países de la UE son la bota que pisotea el yugo. Visado confeccionado en diamantes.

Pero es que con los años ha crecido el tráfico en otro ramal que dispara aún más las nacionalizaciones a tumba abierta. Ya no es una cuestión de oportunidad por razones de pobreza, sino por overbooking. La pesadilla del chovinismo gringo-galo extendido al resto del ‘mundo desarrollado’: ya todo vale con tal de colgarse otra medalla del cuello. Sin distinguir entre deportistas y federaciones. Es en este punto cuando le nace a uno lo de unirse al cinismo de Spahija y escupir eso de… ¿lo del himno pa qué?

‘Carta blanca’ de naturaleza

Dicen que cuando la discrecionalidad aparece, la igualdad se esconde. Un monstruo de infinitas patas y tan venenoso como un Real Decreto.

Si este último se escuda en el texto de un artículo 86 de una Constitución burlada hasta el extremo («en caso de extraordinaria y urgente necesidad»), el caso de las nacionalizaciones encuentra cobijo al calor del Código Civil y su artículo 21: «La nacionalidad española se adquiere por carta de naturaleza, otorgada discrecionalmente mediante Real Decreto, cuando en el interesado concurran circunstancias excepcionales».

‘Circunstancias excepcionales‘ suena a mefistofélico hermano del ‘caso de extraordinaria y urgente necesidad‘. A fajo en sobre transfronterizo. A barra libre de sexo en una boda Dothraki.

En la España parlamentaria de últimamente, es muy poco lo que separa estos textos de arriba –y su empleo por la Federación y Gobierno– del artículo 34 de la Ley O’Neal: «Hago lo que quiero, cuando quiero y como me da la gana».

Discrecionalidad y arbitrariedad no son lo mismo… hasta que lo son: el Gobierno dice donde le pica y el Poder Judicial, fiel golden retriever, pues le rasca.

En 2015 España concedía la nacionalidad por carta de naturaleza a diez deportistas de una tacada, pulverizando cualquier dato anterior en un solo año. Y desde ahí la fiesta no hay quien la pare. Como analizó en su momento El Confidencial, desde 2013 dos tendencias se cruzan: España cada vez otorga menos pasaportes por las vías ortodoxas y más a golpe de decreto, batiendo récords de deportistas de élite nacionalizados, al tiempo que la cifra de inmigrantes regulares se ha despeñado un 50%.

A las puertas que tumbó el régimen de Franco en los años cincuenta,repartiendo carnets de español a Alfredo Di Stéfano, Ladislao Kubala y Ferenc Puskas en fútbol, o Wayne Brabender y Clifford Luyk en baloncesto, ahora, los que gobiernan le han añadido al puente unas escaleras mecánicas. Se entregan pasaportes con el león rampante como chuches en una cabalgata.

Llora Orishas (por su isla bella)

Y España, en este back market del que nadie escapa, ha hecho de la bella isla de Cuba su África particular. Su centro de abastecimiento por el que se compran preseas a precio de saldo, ya que se cuentan por docenas los atletas cubanos que aprovechan los viajes con su comitiva para desertar en los aeropuertos, pasando a la clandestinidad y a la (corta) espera de que la federación de turno le coja el guante y el pasaporte. ¿La razón? La misma que en el continente africano: mejor remuneración y opciones de prosperar.

El caso del vallista Orlando Ortega, nacido y formado al más alto nivel en Cuba, atrajo el foco de los grandes medios porque el corredor lograba el pasaporte español en un tiempo récord –justo para llegar a Río 2016– cortesía de nuestro Consejo de Ministros. Tres años antes estaba compitiendo con los colores de su isla natal en los Mundiales de Moscú, de los que también desertaría ganándose la animadversión de muchos de los suyos, pues ya contaba con antecedentes por «indisciplina grave» y sanciones impidiéndole competir.

Esta nacionalización exprés, sumada a las anteriores de Yidiel Contreras y Jackson Quiñónez, daba paso a un escenario inédito: un posible podio de 110 metros vallas con tres españoles nacidos en Cuba. Tremendo varapalo en la piel otros atletas. Y la respuesta no se hizo esperar: una carta con la firma por los mejores vallistas nacidos en España protestando y pidiendo a la Federación «reducir el número de atletas nacionalizados en la selección» (aquí el manifiesto al completo).

Bajo estos métodos, muchas plusmarcas de españoles de cuna pasan a la trastienda, diseminándose cualquier aspiración de medalla y, de la mano, múltiples ayudas y subvenciones ligadas a ellas en disciplinas que no retozan en la opulencia.

Caso Lorenzo… ¿sin solución de continuidad?

Ahora, con el bueno de Lorenzo Brown –que ha puesto de pie al baloncesto español, especialmente en el encuentro de octavos ante Lituania– repite guión, e incluso lo mejora, porque su caso es de los que le encantan a Neven Spahija.

Las lesiones de Ricky Rubio y Carlos Alocén, junto a la renuncia de Sergio Rodríguez, abrían de repente un agujero negro en la posición de base, y Sergio Scariolo así como la Federación, optaron por mirar hacia afuera en lugar de hacia el interior del nido.

Lorenzo Brown era el elegido, y su nacionalización exprés levantó de inmediato una tremenda polvareda, ya que su convocatoria se parecía a las de Ibaka y Mirotic lo mismo que un tractor a una bicicleta: no había vivido jamás en nuestro país ni jugado nunca en ningún equipo español. Ni familiares, ni adosado junto a la playa ni ningún idilio especial que se le conozca con la paella, el salmorejo o el jamón ibérico. Tan norteamericano como una fábrica de coches en Detroit o un rascacielos en Park Avenue. Pero aquí lo tenemos, hoy considerado como imprescindible en el éxito de España en el Eurobasket y el que pueda estar por venir.

Lejanas parecen ya las quejas del hermano de Felipe, Alfonso Reyes, exjugador y actual presidente de la Asociación de Baloncestistas Profesionales (ABP): «Es una noticia perjudicial para nuestro baloncesto. Están transmitiendo el mensaje de que van a contar con un puesto menos para los jugadores que están actuando en las ventanas y para los jóvenes. He visto que hay muchos aficionados que no comparten esta decisión. Es inexplicable. No por el jugador, que es el que menos culpa tiene. Pero las explicaciones que se dan desde la Federación y el CSD no me convencen. Si no velan por lo español, pues entonces apaga y vámonos».

«No me parece bien. Ya se lo he dicho al presidente y como capitán tenía que dar mi opinión. Me enteré por la prensa de la nacionalización de este jugador, que no tiene ninguna vinculación con el país. Hay muchos jugadores españoles que se han ganado estar en esa plaza y al final quizás no tendrán el reconocimiento que se merecen al haber fichado a ese jugador»… ¿alguien recuerda estas declaraciones de Rudy Fernández del pasado 8 de julio antes de suavizar radicalmente su discurso?

Dije antes que todo vale a día de hoy con tal de colgarse otra medalla del cuello sin distinguir entre deportistas y federaciones. ¿En qué lugar deja esto a Lorenzo Brown? Sencillamente al de un jugador que, en este caso, no ha nacido en terreno yermo sino al contrario; en un país con sobreabundancia de talento y donde sus posibilidades de representar al Team USA son iguales a cero. Gracias a su pasado con Scariolo en los Toronto Raptors de repente se abrió una ventana, la de la carta de naturaleza, que le condujo a una segunda, las ventanas FIBA. Y ahí puso la directa y se hizo con su gran oportunidad de vivir el fragor competitivo a escala internacional.

Este ejemplo y otros tantos (A.J. Slaughter con la selección polaca, Anthony Randoplh y Mike Tobey con Eslovenia, Kendrick Perry con Montenegro, Earl Calloway con Bulgaria o Shammond Williams en Georgia…) podrían significar el germen de un alud.

Mientras el ‘triunfoducto’ entre África y Europa se sostiene en su procaz riego por goteo (Antetokounmpo, Embiid), el más amenazante lo caracterizan los Estados Unidos de América y su empacho de superestrellas que no tienen cabida bajo el himno nacional.

Hasta ahora, los que más han optado por la vía del exilio han sido jugadores de segunda línea, pero… ¿y si de repente esta vía empieza a ser también atractiva para otros de mayor entidad pero a quienes no alcanza para el Team USA? ¿Qué ocurre si jugadores del perfil –por decir algunos– de Bobby Portis, Julius Randle, Kevin Huerter, Jae Crowder, Seth Curry o Aaron Gordon les da por contemplar esta forma de experimentar eso de cuadrarse ante un himno que les suene a esperanto? ¿Empezaremos a ver selecciones de alcurnia configurarse en torno a jugadores que recién acaban de aprender a pronunciar el ‘Guten Morgen‘ con marcado acento de Kentucky?

Todo esto no deja de ser una esquirla, una minucia, una gilipollez soberana comparada con la auténtica hipocresía que sobrevuela de fondo; y aquí, para terminar, mejor hablar por boca de Álvaro Hervás del diario El País, cuando abordó la nacionalización por Francia de Joel Embiid:

«En cualquier caso, todos son ejemplos que sirven para demostrar lo fácil que puede ser obtener la nacionalidad de un país, independientemente del origen, si este tiene un interés determinado en la persona. Algo que, especialmente en los europeos, contrasta drásticamente con las inmensas dificultades que muchas personas migrantes encuentran, ya no para conseguir la nacionalidad, sino para simplemente poder regularizar su situación. Trabas administrativas, policiales y judiciales con las que se topan constantemente y que en muchos casos les empujan a la precariedad y a que sus derechos no sean respetados. Todo ello, pese a ser personas que sí tienen un vínculo estrecho con ese Estado, puesto que residen, trabajan, forman parte de la comunidad. Es aquí donde entra en juego el doble rasero: en el agravio comparativo de cómo es la actitud de recibimiento institucional y social hacia las personas migrantes en función del beneficio que se les presuponga, ya sea real o imaginado».

Ahora a por Alemania. Força España.

(Fotografía de portada de Justin Setterfield/Getty Images)


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