El día en el que Rodman estuvo a punto de suicidarse

Llevaba largo rato conduciendo. Sin un rumbo demasiado claro. Meditabundo. Con una intranquilidad que le estaba friendo las neuronas. No sabía adonde pero tenía que ir a algún sitio. Necesitaba moverse. Pensar. Dar una vuelta y refrescar las oscuras ideas que llevaban tiempo revoloteando por su azotea.

Dennis terminó conduciendo hasta una de las miles de plazas libres —era de noche— del Palace de Auburn Hill, en Detroit. Hogar del equipo campeón en 1989 y 1990 del que él fue materia prima crucial.

Adoraba algunas canciones del grupo Pearl Jam, por lo que le pareció una buena idea detener su coche mientras escuchaba música. No estaba solo; no al menos de compañía inanimada. Llevaba consigo una herramienta de fabricar tragedias.

Mientras se dejaba hipnotizar por la melodía, sostenía un arma de fuego. Una pistola de su cosecha personal. La llevaba habitualmente en el coche y en ese momento la portaba con fuerza en su mano derecha. Peligrosamente, cada vez con más decisión.

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