Scottie Pippen, el famélico utillero con once hermanos

Todo el mundo se conocía en Hamburg (estado de Arkansas) en 1965. Una localidad alojada dentro del sur profundo de los Estados Unidos —a unos kilómetros de la frontera con Luisiana—, con alrededor de 3.500 personas adscritas en su padrón municipal. Dentro de tan modesta cantidad, una familia en particular destacaba entre todas por las dimensiones de su plantilla nuclear.

Ethel y Preston habían conducido al mundo a nada menos que once retoños. Y faltaba por llegar el benjamín, quien compareció en septiembre de aquel año 65. Se llamaría Scott Maurice Pippen.

El que después se convertiría en leyenda de los Chicago Bulls y la NBA llegó al mundo en una familia pobre. Encorsetado en pleno meollo meridional estadounidense, con la connotación racial aún existente en aquella época.

Scottie pasó su infancia dentro de una casa con otras trece personas. Además, no contaban con un patrimonio demasiado corpulento. Más bien todo lo contrario. Apenas disponían de dos dormitorios completos, más luego una serie de arreglos y malabares para que todo el mundo pudiera dormir de manera más o menos decente.

“Éramos pobres, sí, pero siempre tuve lo indispensable. Podía hacer de canguro con mis hermanas (sobrinos), lavar platos o hacer recados para alguien. Siempre había algo que yo pudiera hacer”, podía recordar Scottie Pippen de sus primeros años de vida, en el libro The Jordan Rules, publicado por el periodista Sam Smith.

Scottie, como empezó a llamarle toda su familia, fue siempre un chico risueño; su gran objetivo vital resultaba llenar los bolsillos con un par de dólares sueltos para poder adquirir elementos de su agrado.

No es que en casa no tuvieran qué llevarse a la boca, pero siendo tantos miembros sí que les tocó pasar estrecheces.

“Estábamos muy unidos. Lo compartíamos todo. Éramos felices. No sabíamos que éramos pobres”, decía el hermano, Billy Pippen, en el documental, The Last Dance.

Todos tenían el cinturón ceñido hasta la garganta pero Scottie no guardó malos recuerdos de su infancia. Pobres, sí, pero siempre rodeado de los suyos. Era como un entretenimiento constante para él.

“Fue divertido. Con tantos hermanos, siempre tenía un amigo con quien estar”.

Su padre, Preston, era el único miembro familiar que aportaba billetes a la causa. Trabajaba en una fábrica de papel que quedaba cerca. Era el sustento de todo sin el cual la estructura familiar y la casa se venían literalmente abajo.


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