Chicago y el adiós a su hijo pródigo

Derrick Rose era mucho más que el jugador franquicia de Chicago (al menos antes de su lesión). Era más que el segundo MVP de la historia de la franquicia, tras Michael Jordan. Era más que la principal esperanza para volver a celebrar un campeonato en la Ciudad de los Vientos. Para Chicago, Derrick Rose era uno de los nuestros. Un chaval del South Side (como Dwyane Wade), del durísimo barrio de Englewood, que había conseguido llegar a lo más alto con su talento y su esfuerzo.

Como debe ser, no hay un ídolo baloncestístico más grande en Chicago que Michael Jordan, pero su relación con la ciudad era mínima hasta el día que fue elegido por el draft. Rose nació, creció, se hizo un hombre y un jugador de baloncesto en sus canchas al aire libre con piso de cemento. El orgullo del South Side que acabó seduciendo también al resto de los ciudadanos, independientemente de su raza, procedencia o condición social. Por eso su auge se vivió de forma especial. Y por eso su declive dolió de la misma manera.

Chicago dijo el miercóles adiós de forma oficial a Derrick Rose tras su traspaso a New York, pero la desconexión había empezado mucho antes. El carácter reservado y algo defensivo de Derrick Rose no le permitió mostrar su mejor cara tras una saga de lesiones que nadie desearía ni a su peor enemigo. Sobreprotegido por su entorno y no siempre bien entendido por su franquicia, algo empezaba a fallar en la historia de amor entre Rose y Chicago. Con su peligrosidad y explosividad decayendo tras cada lesión, la frustración aumentaba entre todas las partes involucradas.

La consecuencia fue el divorcio irreversible. En la rueda de prensa posterior al traspaso a los Knicks, el General Manager de Chicago, Gar Forman, explicaba que no había podido darle la noticia directamente al propio Derrick Rose. Solo pudo comunicarse con su agente, una leyenda menor de la franquicia como B.J. Armstrong, además de dejarle un mensaje en el buzón de voz. Y Rose no estaba en una cueva escondida en los montes Apalaches. El día anterior a su traspaso se encontraba en Los Angeles, entrenando en las instalaciones de los Lakers con el alero español Dani Díez (drafteado por Portland en 2015), entre otros jugadores.

Los Bulls están en reconstrucción. La casi segura baja de Pau Gasol y Joakim Noah, agentes libres este verano, hacía presagiar de todas formas un cambio de dirección, con o sin Derrick Rose. Con Jimmy Butler como estrella (aparentemente) intocable, y con un trío de bases quizás provisional llegados vía traspaso en este mes como el veterano José Manuel Calderón y los jóvenes Jerian Grant y Spencer Dinwiddie, el equipo va a ser casi irreconocible respecto a los años de plomo de Tom Thibodeau.

Eso sí, jugadores como Nikola Mirotic, Doug McDermott o Bobby Portis ya habían puesto el primer peldaño de unos nuevos Bulls. Fred Hoiberg, el discutido entrenador de Chicago, tendrá vía libre para hacer lo que mejor hizo en Iowa State: formar jugadores sin perder competitividad en el proceso. Quizás en un crecimiento aún mayor de Jimmy Butler o en la explosión de alguno de los jóvenes la afición de los Bulls pueda recuperar la ilusión en volver a la élite de la NBA. Pero sin Derrick Rose se ha perdido algo más que la esperanza de recuperar a un MVP. Sin Derrick Rose, se ha perdido un trozo de Chicago.


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