Por manido que resulte, a la NBA la salvó una rivalidad. Los 70 fueron una etapa de confrontación. Las más de las veces traducida en violencia de todo tipo dentro y fuera de las canchas. La llegada de la nueva década, con un David Stern que ya se empezaba a hacerse un hueco en la cadena de mando de la directiva, tendría como uno de sus principales objetivos reducir esa tensión violenta al mínimo. Algo que, en gran parte, se logró. Aunque no de la noche a la mañana.
Ese gusto por el conflicto supuso el escenario perfecto para poner la liga a girar en torno al enfrentamiento entre Lakers y Celtics. Magic y Bird. Tiempos de Guerra Fría. Como en el mundo bipolar, la mayoría de interacciones entre ambas trincheras se daban de forma indirecta. Incluso a través de terceros, como mostró el famoso ‘beat L.A.’ que el Garden le cantó a los Sixers de Julius Erving. Cualquier aparición en público era buen momento para dejar patente el odio que se dispensaban ambos equipos, que eclosionó en las finales de 1984, 85 y 87.
A lomos de esta rivalidad, y de un jovencito llamado Mike que encontró en los Pistons a su perfecta némesis; la NBA registró una audiencia y bonanza económica desconocidas. Más si cabe viniendo de los ruinosos 70. La liga y el mundo han cambiado mucho, y la competición ya no necesita de enfrentamientos encarnizados para firmar opulentos contratos televisivos y disparar los salarios de los jugadores. Desde el escándalo del Palace, cualquier muestra de violencia en cancha, sea o no física, se castiga con contundencia y celeridad. Lo que evidentemente afecta a la forma en la que se desarrollan las relaciones entre jugadores y franquicias. Siguiendo el camino de una sociedad occidental por norma pacífica, aunque cierta red social se empeñe en mostrar lo contrario.