Dwight Howard: su «casi retirada» de 2015

Detrás de su sonrisa eterna se oculta un mar de tribulaciones. Dwight Howard, una de esas personas que parece no tomarse la vida demasiado a pecho, ha tenido también su momento fragilidad. El mundo del baloncesto es unánime a la hora de reconocer que Superman perdió la capa y volvió a meterse los calzones por dentro tan pronto como abandonó la magia de Orlando.

Haciendo un análisis simplista, se suele afirmar que en los Lakers fueron Kobe y el hombro; en los Rockets nunca se llegó a definir exactamente el qué. Pero Howard, en eso todos coincidían, ya no era el mismo. Había dejado de ser ese pívot dominante y avasallador que condicionaba todo el juego entorno a su figura. Lejos de Van Gundy y sus Magic, volvía a ser un pívot mortal.

Todavía un buen complemento, desde luego, pero lejos ya de aquel jugador que cinco años antes liderara a un equipo de mitad de la tabla a las Finales por el título de campeón. Lejos de aquel jugador que en 2008 acumulaba más ofertas publicitarias que el mismísimo LeBron James. Lejos de aquel pívot agasajado que en 2009 sumaba 3,1 millones de votos para el All-Star Game, el mayor apoyo de la afición recibido hasta la fecha.

Una sombra

La 2014/15 se convertía en una temporada particularmente difícil para Howard; a causa de las lesiones sólo pudo disputar 41 partidos. Aunque sus números soportaban bien el golpe —15,8 puntos en 10,5 rebotes en 29,8 minutos— esta era, sin duda, su temporada menos productiva desde su curso de novato.

Hoy apenas logramos encontrar el rastro del pívot que una vez fue llamado a ser el más dominante de la nueva década.

Lo que antes era siempre una abultada carpeta de contratos de patrocinio —Gatorade, Vitamin Water, McDonald’s, Adidas, Kia, T-Mobile— ahora se reduce a una firma de marca de zapatillas de origen asiático. El pasado invierno, en las votaciones del último All-Star, Howard veía como su apoyo popular se limitaba a 151.000 votos —11.000 menos que Ersan Ilyasova—.

La semana que viene, a sus 31 años y tras cinco equipos en siete temporadas, arranca su último intento por relanzar su carrera. Un proyecto prometedor de la mano de Steve Clifford y los Charlotte Hornets.

Tocado y hundido

Pero hace apenas dos años, Howard veía gravemente minado su principal pilar en cuanto a capacidad impacto en pista: su estado de ánimo. Howard responde al perfil de jugador que para dar su mejor baloncesto, necesita estar bien consigo mismo y divertirse en el parquet. «La alegría de jugar había desaparecido», desvela el center en una entrevista exclusiva a Sports Illustrated.

Aquí entró en juego la figura de Calvin Simmons; un pastor de la Iglesia cristiana que lleva su papel clerical mucho más allá.

Simmons ha sido orientador y consejero de cientos de atletas profesionales durante la última década, incluyendo, entre otros, a la estrella de fútbol americano Adrian Peterson. Un avalado experto en sacar del derrotismo más oscuro a deportistas que no han sabido digerir el precio de una vida súbitamente invadida por los excesos. «Dwight había pasado de ser el más querido de la NBA a convertirse en su oveja negra», cuenta el sacerdote. «Se dio cuenta de que había hecho algunas cosas mal y que necesitaba cambiar».

Sesiones de tres y cuatro horas al día tres o cuatro veces por semana. Tal era el estado de dependencia psicológica de Howard. «Hablamos mucho sobre las diferencias entre la atracción física y el amor auténtico». Howard, nunca desposado, arrastra cinco hijos de cinco mujeres distintas. «Eres joven, apareces en televisión, y cientos de mujeres hermosas no paran de acercarse a ti. En aquella época me sentía como un niño que nunca había tenido caramelos en toda su vida y de repente le dan todos los dulces que pueda desear. Si sigues siendo un niño, que es lo que yo era, tu actitud se traduce en: ‘Dame más’. Y eso se acabo convirtiendo en un problema», confiesa.

Perdido en Los Ángeles

Los Ángeles, tierra de actores.

«Perdí la confianza en quien era como jugador —recuerda—. Escuchaba a la gente decir: ‘Debes jugar más como Shaq’, así que traté de intimidar a mis rivales. Pero eso no funcionó porque yo no soy tan grande como Shaq. Entonces escuché: ‘Sonríes demasiado, debes ser más como Kobe’, así que traté de poner cara de agresividad y jugar como una bestia. Pero terminé recibiendo todas esas estúpidas faltas técnicas y flagrantes».

Howard, incluso, llegó a lucir cintas en la cabeza y rodilleras, a lo Wilt Chamberlain. Imitó a toda estrella pretérita de los Lakers, excepto a la que realmente debía emular: a Dwight Howard. La ansiedad le devoró hasta tal punto que hubo veces en las que llamó a sus amigos en los descansos de los partidos para preguntarles qué pensaban hasta el momento de su actuación.

Aquel año, a pesar de todo, mermado física y psicológicamente, promedió 17,1 puntos y 12,4 rebotes. Pero sólo eran estadísticas.

Ni Harden ni «su» Atlanta

En los Rockets, a la sombra de Harden, degradado a segunda o, a menudo, tercera espada, pudimos a ratos ver fogonazos de un jugador que parecía empeñado en resurgir. Pero tras los 18,3 puntos de su primer año en Texas llegó la lesión, la apatía, la negatividad y el retorno a ese circulo vicioso que, reconoce, llegó a hacerle meditar seriamente su retirada del baloncesto.

A pesar de todo, la pérdida de confianza en él no era absoluta ni mucho menos. Los Hawks llegaron al rescate; traerlo de vuelta al hogar podía ser la solución. 70,5 millones en tres años parecían una apuesta suficiente. Un all-in a favor del renacer del pívot.

Luego vino el tortazo de realidad. Sus 8,3 tiros por partido —a pesar de su 63,3% de acierto— dejó claro que no iba a ser así. «Creo que ya tenían una postura clara sobre mí antes de que llegara», lamenta Howard. «Fíjate lo que hizo Dwight en Los Ángeles y en  Houston —apostilla Dwight sobre la reflexión que tuvo que sobrevolar las oficinas de los Hawks mientras preparaban su contratación—, éste debe ser él».

Charlotte, el último tren

Howard ha ido perdiendo mecenas como un Concorde carburante en cualquiera de sus extintos vuelos. Pero entonces llegó Michael.

«¿Por qué estás tan cabreado?», quiso saber Jordan en el primero de sus encuentros. «Pensé que eso era lo que la gente quería», respondía Howard». Entonces tomó la palabra la voz de la experiencia. «Cuando estás enojado, estás fuera de control y no te concentras en tus lanzamientos, o tus tiros libres, o en realizar la defensa correcta —alecciona His Airness—. ¿Por qué jugar enojado cuando puedes jugar simplemente con energía?».

Cambio de chip. En todos las vertientes y aspectos. Howard busca su yo interior. Este verano ha comprado una granja de 700 acres en el norte de Georgia, donde se relaja entre vacas, cerdos, pavos y ciervos. Ya ha pensado en su jubilación, y ha escrito lo que él bautiza su ‘Plan de los 99 años’, bajo el cuál espera convertirse algún día en agricultor. «Mi padre creció en el campo, y siempre que íbamos a casa de mi abuela, me fascinaban las granjas por las que pasábamos, lo limpio que estaba todo. Quiero retirarme allí, ordeñar vacas, trabajar en el campo. Ser capaz de decir de qué cultivo proviene cada sandía».

Pero aún es pronto para todo eso. Los sombreros de paja y los vaqueros remangados pueden esperar. Ahora tiene un reto previo que atender. Dwight lo afronta con realismo y ambición a partes iguales.

«Ya no puedo tocar la parte más alta del tablero, pero puedo llegar con seguridad a la franja justamente por debajo de la parte más alta del tablero. Lo que sea que haya perdido, lo que sea que me fue arrebatado, quiero recuperarlo». Toda una declaración de intenciones. Clark Kent quiere volver a entrar en la cabina.


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