Hay personas a las que es más sencillo apreciar en su ausencia que de cuerpo presentes. Como ese profesor o profesora que infunde terror en sus alumnos con su mera presencia, pero cuya seriedad y rigor educan más que el de cualquier docente cuya condescendencia solo implica falta de fe en sus pupilos. O esa expareja con la que la convivencia llegó a ser insoportable por los continuos roces pero a la que, con el tiempo, te sorprendes recordando como el amor de tu vida. Jimmy Butler es una de esas personas.
Como casi siempre en la vida, los ejemplos expuestos caen en la falacia del ‘cualquier tiempo pasado fue mejor’ que siempre tiende a endulzar lo no vivido. Sin embargo, sea para bien o para mal, en deporte hay algo más potente en nuestra percepción de la realidad. Los fríos resultados.
No hay franquicia de la que Jimmy Butler haya salido en buenos términos. No ha habido hasta su llegada a los Heat grupo humano que soporte su abrasadora presencia en el día a día. No hay, tampoco, equipo que pueda decir que está mejor sin él.
Rebotado allá donde va
En los Bulls hizo fruncir el ceño que tomase los galones del equipo con Rose todavía como gran figura espiritual, y después que se negase a formar parte de la reconstrucción que decidió afrontar el equipo tras esa brevísima felicidad brindada por Rondo, Wade y el propio Jimmy. Cuatro años después de su marcha Chicago continúa soñando con acercarse tímidamente a los puestos de playoffs.
Su aventura en Minnesota era un desastre sobrevenido. No son los Timberwolves una cultura capaz de aguantar el terremoto que supone unir el mando de Tom Thibodeau al concepto de compañerismo que abandera Butler. Quizás fuese aquella su etapa más mezquina y procaz, permitiéndose la cruel honestidad de tachar a Karl Anthony-Towns y Andrew Wiggins de blandos. Y no a través de filtraciones o declaraciones a posteriori, sino en persona y a porta gayola. A su término, muchos fueron los que tacharon la experiencia de esa 2017-18 como experimento fallido. Un percance de laboratorio que, no obstante, se mantiene como la única presencia de los Wolves en playoffs desde 2004, tiempos de Kevin Garnett.
La relación con los Philadelphia 76ers tomó distinta forma. Por fuera, un matrimonio perfecto en torno a la aguerrida cultura competitiva nacida de las cenizas de The Proccess. Por dentro un goteo continuo que desfigura la más numantina de las resistencias. Nuevamente, una despedida de Butler dejaba cadáveres tras de sí. Esta vez de un Ben Simmons que admitía necesitar volver a enamorarse del baloncesto. Y, como en toda ruptura por desgaste, reproches cada vez que salía el tema con Butler en rueda de prensa. Ningún entorno le resulta lo suficientemente voraz.
Al menos, los Sixers han sido los únicos capaces de aprender a convivir sin Butler, pues la sombra de Embiid y Simmons cobija demasiado como para achicharrarse en el desierto por el que vagan Bulls y Timberwolves. Pero pasa incluso en las mejores familias que, cuando la estabilidad pende de un hilo, se reabren las heridas del pasado.
Acechando desde un hueco de la memoria
Ayer Joel Embiid salió a enfrentarse a los micrófonos con ganas de asestar un golpe definitivo en un conflicto con Ben Simmons que a estas alturas no parece tener fin. A cada declaración del entorno sixer, la réplica cada vez más ombliguista del australiano. La última, asegurar la incompatibilidad entre su juego y el del pívot camerunés una vez el sistema ha puesto a este último como alfa y omega del ataque.
Harto, Embiid dedica cuatro minutos de su rueda de prensa a desglosar por qué cree que Simmons se equivoca, argumentando que la franquicia se ha esforzado una vez tras otra en contentarle e insinuando que igual una evolución de juego como la que él mismo ha experimentado ayudaría a mejorar las cosas. El testimonio es uno de los análisis más crudos y condensados sobre una situación compleja y prolongada en el tiempo que se pueden escuchar en boca de jugador alguno. Pero a mí me interesa sobremanera una pequeña frase. “Tuvimos que deshacernos de Jimmy, lo cual sigo pensando que fue un error, para que él pudiese volver a tener el balón en sus manos”.
Sarna con gusto no pica
Otra vez, Jimmy Butler en el recuerdo de tiempos mejores. Jimmy Butler en las paredes del vestuario durante el mayor momento de zozobra que ha vivido la franquicia desde el comienzo del actual proyecto. Sirva esto para poner en valor a un tipo cuya aportación directa al devenir de sus equipos está a años luz del reconocimiento que se le brinda—interno y externo—. Lo cual es lógico puesto que es, con diferencia, la superestrella más altruista de la liga. Un individuo de talento superior sacrificado al colectivo hasta las últimas consecuencias y a costa de estadísticas, focos y galardones.
Excepto en las playas de Miami, el aire alrededor de Butler es irrespirable. Su presencia atosiga hasta el punto de obligarte a pensar que te va a ir mejor sin él. Dejarle ir se convierte en un acto de supervivencia para evitar la autodestrucción. Nadie lo revoca. Pero cuando ya no está, lo que recuerdas de él no es el sufrimiento, sino la gloria alcanzada. Echar de menos a Jimmy Butler habla más de quién eres ahora que de quien fuiste cuando él estuvo a tu lado. Porque en los malos momentos su ausencia hace que el pasar de los días tienda a ser tan insoportable como lo era compartir su rutina.
(Fotografía de portada de Mitchell Leff/Getty Images)