Kyrie Irving y por qué parece que jugase desde siempre en los Celtics

Llegar a un sitio y ser el nuevo nunca ha sido tarea fácil. Ni siquiera para grandes estrellas de la liga que, en el paso de la historia de la NBA, han dejado muchos ejemplos de que la adaptación es uno de los factores más relevantes a la hora de marcar tu sino en el eco de una franquicia. No siempre es adecuado ir a la crítica fácil sobre por qué un jugador que ejercía como la promesa definitiva para subir el nivel de un equipo ha resultado no ser lo que se esperaba.

Esa adaptación puede expresarse de maneras variopintas; desde chocar con los pesos pesados del vestuario que ya estaban allí durante años cuando llegaste, hasta sentir que tu nueva ciudad no te ofrece las mismas cosas que la de origen. Y ya ni qué decir sobre realidades externas e incontrolables como lesiones que vienen demasiado pronto o no encontrar el feeling de siempre en la cancha. O incluso que tu familia no se sienta cómoda en su estrenado hogar. Todo influye, por supuesto.

Este verano hemos sido afortunados. Una enorme amalgama de traspasos ha sucedido delante de nuestros ojos, a cada cual más potente, arriesgado o ilusionante. Los ejecutivos han estado bravos, valientes. Los temidos superequipos han generado un efecto secundario que nadie se esperaba y que tiene su punto agradable. Si mi enemigo se arma hasta los dientes, yo intentaré hacer lo mismo. Y de esa ecuación han salido resultados tan chulos como el de Oklahoma, Houston y Boston.

Precisamente es en la ciudad de Massachusetts donde reside el centro de interés de estas líneas. Porque allí han llegado muchos nuevos. Se han ido otros. Y en el camino, la sensación de que los Celtics se han vuelto a convertir en uno de los grandes favoritos a hacerse con el anillo. Desde luego en el Este, los Cavaliers y ellos son los caballos ganadores a priori. Habrá que ver si la mano de cartas que llevan en esta partida acaba siendo suficiente para derrocar al portentoso Oeste. Pero esa ya es otra reflexión aparte.

La primera gran llegada fue Gordon Hayward. Un movimiento que lograba a uno de los grandes aleros de la liga, justamente la posición que ansiaban reforzar en Boston. Golpe de autoridad de Danny Ainge. Otros se hubieran conformado con haber firmado esta jugada, pero el ejecutivo quería más. Y, en esas, llegó Kyrie Irving. Un fichaje nada baladí. En importancia, incluso por encima de Hayward. Estamos hablando de uno de los mejores jugadores – ya no solamente como un base – de la liga; uno de esos que automáticamente te sitúan en otra dimensión; y también uno de esos que, si te sale mal, puedes haber metido la pata hasta el fondo. Es la gran apuesta de Ainge.

Su adaptación

Hay tantos focos sobre Irving que, por momentos, da la sensación de que él sea el único nuevo en el equipo. Y, a la vez, su manera de actuar y expresarse hasta ahora generan la sensación de que el point guard llevara años jugando para los Celtics. Lo complicado que resulta encajar en un nuevo lugar se ha convertido en coser y cantar.

Basta con oírle hablar de lo impresionado que le ha dejado Boston en sus primeras semanas allí. La ciudad desprende idiosincrasia. Es uno de esos lugares donde se respira el amor por sus equipos, como algo que va mucho más allá de sus vidas diarias. Leer a Isaiah Thomas desde que se marchó a los Cavaliers es el mejor ejemplo para entenderlo. La manera en la que expresa su amor por Boston es empatía pura y dura. La traducción del modo de vida que todo deportista quiere para sí.

Irving deseaba salir de Cleveland, con todas sus fuerzas. Es uno de los traspasos que más se ha solicitado por parte de un jugador en los últimos años. Y ya no es solo que haya encontrado un nuevo destino, sino que ha encontrado uno de los que mejor se podría adaptar a carácter y personalidad.

En Boston andaban faltos de un jugador que fuera el líder definitivo. Y que esta frase no sea malentendida. Porque lo que ha armado Brad Stevens es digno de copar todos los elogios: ha creado, desde la base, un verdadero equipo que fluye a través de la unidad de sus jugadores y que tiene en esa unión a la fuerza representativa. Thomas ejercía como cabeza visible de ese colectivo, cuajando un año sobresaliente en lo individual. Pero también es cierto que, si querían elevarse hasta lo que proponían los Cavs – y ya ni qué decir de lo que se mascaba al otro lado del muro –, necesitaban encontrar un líder. Y no uno robado a base de negociaciones infinitas, sino uno que encima estuviera buscando un grupo al que guiar. Lo de Irving y los Celtics ha sido amor a primera vista. No cabe la menor duda.

Su peso en la cancha

Analizar cómo van a jugar los Celtics una vez arranque la temporada lleva irremediablemente a pensar en que al equipo le faltan piezas importantes con respecto a lo visto antes. Eso genera una conjugación diferente del verbo; aunque no por ello la pronunciación tiene que sonar de manera opuesta para los oídos. Por lo visto hasta ahora en pretemporada, la apuesta de Stevens sigue siendo el movimiento continuo de balón, lo que genera la intervención de todos los jugadores en pista casi en cada ataque y la sensación de que esto acabará creando mayores conexiones de juego entre todos. Incluyendo los nuevos.

Irving va a tener sus uno contra uno. Sería una locura no proponerle que se apodere de esos momentos. Y no porque sea la gran estrella, sino porque es un auténtico especialista en esa habilidad. Sin embargo, Stevens seguramente quiera que Irving aumente sus minutos como base al uso, dejando los egos anotadores aparcados y buscando aumentar al máximo el número de amenazas que proyecten los Celtics en sus ofensivas.

Irving tiene tiro, penetración y un manejo de balón como pocos. Si a esos ingredientes añadimos perfilar su capacidad de asistir, algo que está trabajando a conciencia en los entrenos, estamos hablando de que Irving no tendrá casi ningún punto flaco a la hora de encarar el aro rival. Y esto es algo que es realmente complicado de encontrar en muchos bases de la liga.

Lo positivo de todo ello es que Irving está realmente concienciado de hacer todo lo posible por tener el mayor impacto en el juego. Tiene que ser una traslación del entrenador en cancha, algo de lo que ha adolecido mucho tiempo en Cleveland. Ya sea porque, en última instancia, Tyronn Lue apenas le pedía que ejerciera como asistente y le diera más prioridad a su capacidad anotadora; o bien porque el mismo Lue no destaca precisamente por ser el gran estratega que necesita en cancha un jugador que lleve al dedillo las órdenes que haya dado en el vestuario.

El factor Stevens

El señor Stevens es un entrenador magnífico, de los grandes de la competición. Y no solo a nivel táctico, estratégico o a la hora de inculcar conceptos de juego a sus pupilos; también es un excelente motivador. Según cuentan fuentes cercanas a Irving, ya se han producido varias conversaciones entre jugador y técnico. Y en ellas el denominador común ha sido la palabra “motivación”. Stevens está tratando de involucrar al máximo a Irving. Quiere que tome las riendas de la responsabilidad desde el minuto cero, y le va a exigir que apriete en defensa y ejerza como buen ladrón de bolas.

Si en ataque no se puede hacer otra cosa que destacar sus skills, en defensa es donde más flojea el bueno de Irving. Él mismo sabe que ha de mejorar al bajar el culo y Stevens ha convertido esta cuestión en un desafío. La defensa es el factor que convierte a buen equipo en candidato de verdad por el título, y Stevens no es precisamente un entrenador que se caracterice por descuidar este aspecto.

También hay visos para pensar que el técnico evitará confrontaciones con los otros jugadores importantes. Véase Hayward o Al Horford. La conexión entre los tres tiene buena pinta, y la gestión de cómo se distribuyen los roles entre cada uno será esencial para entender la ruta que tome el equipo a lo largo de la temporada.

Irving no debe monopolizar la producción de los Celtics. No ha venido para eso. Su llegada viene para aportar, no para seguir con la misma canción que tarareaba en Cleveland. Stevens tiene en su mano crear una buena química, e Irving tiene en la suya que estas intenciones se lleven a cabo. En la mochila lleva ya un anillo de campeón, un Oro Olímpico y varias apariciones como All-Star. Esa experiencia es lo suficientemente grande como para no crear ansiedades para querer conseguir hitos de manera precipitada. A sus 25 años Irving tiene ante sí el gran reto de su carrera deportiva. Esto va no solamente de lograr resultados; ahora está en los Celtics. Esto va de dejar huella. De crear un legado. Y, por qué no, de hacerse un hueco en el libro de historia de una de las grandes franquicias de la NBA. Tiempo al tiempo, dicen.


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