De las 12 victorias que acumulan Los Angeles Lakers en sus primeros 23 partidos, prácticamente todas se pudieron analizar en su momento como puntos de inflexión. Ya sean las prórrogas ante Spurs, Heat, Hornets o Pacers; los finales ajustados ante Grizzlies o Pistons; o victorias sustentadas en colosales parciales como el de la segunda parte de ayer ante Sacramento Kings.
A todos estos triunfos los envolvió un halo de esperanza, de primer ladrillo en lo que en agosto nació como nueva oportunidad de construir un equipo campeón. Pero por cada una de estas víctimas balsámicas, hay un Oklahoma City Thunder al doblar la esquina. Las pocas o muchas noticias positivas que deja cada victoria se esfuman con la más mínima brisa.
Los partidos de los Lakers se han convertido en un bucle que baila entre el intercambio de canastas, la total apatía defensiva, el tramo de partido en el que los de Frank Vogel parecen recordar que esto va de meter canastas y evitar recibirlas, y una infinita incapacidad de cerrar los partidos con serenidad.
Palabras arrastradas por el peso de los hechos
Durante este primer cuarto de temporada se han tratado de buscar cuantiosas explicaciones para tal inconsistencia. Adaptación de los recién llegados, plagas de bajas, partidos sin LeBron, etc. A estas alturas, pocos argumentos quedan para rebatir que los angelinos, simplemente, son un mal equipo. El gran problema es que ellos mismos no terminan de asumirlo.
Hace semanas el discurso interno que encabezaba Anthony Davis esgrimía que el equipo tenía las herramientas para ser una gran defensa. Empresa para la cual Frank Vogel se ha cansado de decir que están trabajando día y noche. Pero el paso de las jornadas ha ido revelando la realidad. Desde su anillo de 2020, los Lakers se han ido despojando de los especialistas defensivos que les hicieron una trituradora en ese lado de la pista. Y sus recambios ni siquiera rozan la mediocridad por el límite de abajo.
La conjunción en cancha de Russell Westbrook, Malik Monk, Carmelo Anthony, DeAndre Jordan o Wayne Ellington es una invitación constante a la desconexión defensiva. Poco importa el esfuerzo que estos puedan poner en ese lado de la pista —especialmente llamativo en Melo aunque sea a pequeños sorbos—, pues bajar las posaderas o mantener la concentración en lado débil no emerge como un acto instintivo. Lo cual les aboca al desastre.
Lo que tiene gozar de figuras inconmensurables como Anthony Davis es que sus picos de rendimiento defensivo sirven para tapar cualquier vergüenza. Y dado que La Ceja ya se ha visto empujado a varias exhibiciones mastodónticas en las trincheras con el mero objetivo de sobrevivir, podría pensarse que, claro, los Lakers pueden ser un buen equipo atrás. Nada más lejos de la realidad, pues solo los Brooklyn Nets pueden competir en tendencia al error defensivo entre equipos que aspiran a formar parte de la nobleza de la liga.
Por ello, aquel discurso de Davis espoleando una vuelta a la élite de la defensa ha sido dilapidado por incontables ejemplos que nadan a contracorriente de su iluso anhelo. Los Lakers a menudo se muestran inoperantes a la hora de parar al rival. Algo que no suele mejorar cuando intentan mostrarse más rocosos, pues su obvia carencia de talento destructivo en general no se soluciona con aumentar el esfuerzo en un espacio finito de tiempo.
El cuerpo técnico admite que esta sangría existe, y los jugadores lo corroboran aludiendo a las horas que invierten en la sala de vídeo desgranando todos los desajustes, despistes y falta de comunicación que afectan a los angelinos. Mientras, en la pista no se atisba un ápice de mejora y el propio equipo empieza a preguntarse si realmente es realista que este equipo se construya desde la defensa. Quizás el sexto puesto por la cola que ocupan en porcentaje de rebotes defensivos capturados baste para explicar de qué tipo de equipo hablamos.
Asumiendo la realidad
A este respecto no he encontrado descripción más acertada que la de Avery Bradley. “No podemos activarlo y desactivarlo a placer. Aún no somos suficientemente buenos para ello” decía el escolta refiriéndose a los superfluos intentos de los Lakers por meterse en el partido que acabaron perdiendo por 22 puntos ante los Celtics. La verdadera preocupación, y es más que lógica, debería ser que ese ‘aún’ desapareciese para convertirse en el estado perenne del proyecto.
Voy a zanjar el texto casi sin mencionar el ataque porque, siendo francos, no compensa. Las semanas han ido revelando una versión ofensiva más que aceptable de Russell Westbrook, delegando el balón en jugadores muy por debajo de su jerarquía, limando la selección de tiro e incluso activándose como cortador en fases sin balón. Anthony Davis parece salir de la espantosa racha de tiro en suspensión que atravesaba. LeBron sigue manteniendo un nivel físico inverosímil, aún es capaz de dominar partidos y con él los angelinos tienen récord positivo (8-5).
Pero cuando se enfrenta la idea general de un conjunto que aspira al asalto del anillo, lo cierto es que importa más bien poco. Y seguirá haciéndolo hasta que el equipo entienda que para construir dinámicas positivas hay que jugar cada posesión con algo más que el cuerpo presente.
En este momento los Lakers son una masa amorfa que toma la forma que determina su rival. Sea quien sea. No son capaces de marcar el ritmo del partido ante ningún equipo de la liga. Como muestra, sus dos últimos partidos ante Detroit, en los que se jugó a lo que llevan jugando los de Dwayne Casey todo el curso: a nada. Después tres minutos buenos, pretendidas muestras de carácter y miedo a perder en los últimos minutos. Una y otra vez. Lo cual sucede porque, aunque se pretenda apelar a la identidad del equipo de 2020, este conjunto no tiene rostro.
Ni siquiera en un partido ganado con solvencia como el de la pasada noche ante los Kings está exento de esa apatía que marca el sino de los angelinos. El partido se ganó por 26 puntos, pero se llegó a ir perdiendo por 14 en la primera parte. De nuevo, producto de la languidez a la que ya acostumbran los Lakers. Lo sucedido al descanso bien podría explicar la temporada al completo.
La última primera chispa
Terminado el segundo cuarto con un parcial positivo, Frank Vogel supo que era el momento idóneo para encender la chispa de sus jugadores. “Estáis siendo perezosos, debéis subir el nivel de energía” comenzó diciendo el técnico mientras los jugadores terminaban de ocupar sus taquillas. Llegado el momento, Vogel se vio con la fuerza suficiente como para pronunciar unas palabras tan necesarias como difíciles de decir. “Dejad de decir que queréis un campeonato y no poner el esfuerzo que se necesita para ello”. Al término del partido todos admitieron al unísono que su entrenador “tenía razón”.
Vogel ha dado con la clave, pero me extraña que sea la primera vez que trata de poner los pies de sus jugadores en tierra aunque en esta ocasión parezca haber funcionado. Efectivamente, a los Lakers les convendría dejar de jugar al cuento de la lechera y empezar a tomarse cada jugada como un pequeño escalón que les acerque a su objetivo.
Mi duda está en si esto es posible en un equipo hecho deprisa y corriendo bajo la urgencia de exprimir los últimos años de LeBron James. En si jugadores que se apilan a la llamada del anillo por contratos mínimos serán capaces de renunciar a las prisas mostradas cuando hicieron sus maletas rumbo a California. En si dotar a Frank Vogel de un plantel contrario a sus sensibilidades como técnico no acaba siendo la lápida del proyecto.
Ayer Los Angeles Lakers protagonizaron su enésimo punto de inflexión de la temporada contra uno de los peores equipos de la liga y los hechos nos dicen que lo más probable es que no sea el último.
(Fotografía de portada de Elsa/Getty Images)