Varias preguntas rondaron mi cabeza durante el descanso del Game 4 de las Finales. Y prácticamente todas señalaban a LeBron James.
No habíamos presenciado el nivel sobrehumano al que nos tiene acostumbrado en playoffs y su impacto ofensivo había sido bastante discreto. Era su oportunidad para demostrar que el tropiezo sufrido en el anterior partido había sido un pequeño paréntesis en la eliminatoria y que la advertencia de Jimmy Butler era solo una frase vacía.
Así, se presentaba un escenario inmejorable para recordar que es uno de los mejores closer de la NBA. Y de paso demostrar que su equipo había aprendido la lección. “Sabemos qué hicimos mal y cómo mejorarlo”, declaró unas horas antes. Sin embargo, el guión estaba siendo el mismo y la catarsis personal amenaza con transformarse en un cruel relato de cómo tropezarse dos veces con la misma piedra.