Silencios cómplices y la verborrea del necio

La voz del jugador NBA ha tomado tanto poder social en la última década que incluso ha llegado a crispar a las esferas políticas estadounidenses. ...

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Por David Sánchez

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La voz del jugador NBA ha tomado tanto poder social en la última década que incluso ha llegado a crispar a las esferas políticas estadounidenses. Fruto del recelo hacia esos atletas descerebrados que se creen legitimados para filtrar sus opiniones sin filtrar nació el famoso “Shut up and dribble” que se terminó usando como artefacto de marketing para potenciar aún más el discurso del deportista de élite.

En el pasado ya hubo jugadores comprometidos con los movimientos sociales de su época. Pero figuras como Bill Russell y Kareem Abdul Jabbar —las luchas sindicales de Tom Heinsohn y Oscar Robertson son otra cosa—, prácticamente intocables a nivel deportivo, eran la bendita excepción en una liga que callaba de cara al público mientras denunciaban abusos de puertas adentro. El ejemplo más conocido quizás sea el de Craig Hodges, compañero de Jordan en los Bulls de la primera trilogía al que se despojó de cualquier relevancia deportiva por sus protestas sociopolíticas.

Treinta años después ver a jugadores liderando marchas por los derechos civiles es lo normal, y la propia NBA aplaude, incentiva y se enorgullece de ello a nivel institucional. A menor escala, ya no es raro que las ruedas de prensa se conviertan en el escenario ideal para que los jugadores viertan sus pensamientos sobre cualquier temática por tangencial que parezca con respecto a lo que sucede sobre el parqué. Lo cual habla de un ambiente de debate envidiable en la gran mayoría de grandes competiciones deportivas del planeta. Alcanzar esta libertad de expresión también ha provocado que ciertos jugadores propaguen discursos farragosos, especialmente en el marco conspiranoico que emana de vivir la crisis global que supone una pandemia. Pero estos pensamientos de dudosa base científica no son nada que no se pueda combatir a través de la información. Un pequeño precio a pagar por un avance sin precedentes.

Más allá del altavoz que les otorga la propia liga, nunca antes el jugador había tenido tantas herramientas para hacer llegar sus ideas al gran público. Internet, las redes sociales y las nuevas tecnologías han llevado la difusión de pensamientos a una nueva esfera. Y es esta libertad de contenido y formatos la que puede llevar al jugador a cometer desfachateces como la protagonizada recientemente por Anthony Edwards en su Instagram.

No soy quién para explicar lo problemáticas que pueden llegar a ser este tipo de afrentas para la comunidad LGTBI+. Ya existen voces ahí fuera que lo han expuesto con infinitamente más legitimidad y precisión de la que yo sería capaz. Pero sí me gustaría llamar la atención sobre el silencio que los jugadores NBA han abrazado a la hora de hablar de las opiniones o actos de otros jugadores que no les involucran de manera directa. En el caso de Edwards, él mismo y su franquicia actuaron con premura a la hora de pedir perdón y denunciar un comportamiento inadmisible. Incluso concretaron una rueda de prensa para que el jugador redoblase sus disculpas y se comprometiese a participar de forma activa en organizaciones que conciencian sobre y combaten contra la homofobia.

Abogando por el diablo

Dada la rapidez con la que se atajó el tema y a la espera de que el joven recapacite de forma real, es comprensible que ningún compañero se haya pronunciado al respecto. No obstante, sí hubo quien tenía algo que decir con respecto a este asunto. Cuando la NBA hizo pública la sanción de 40.000 dólares al jugador de los Timberwolves, Aaron Gordon decidió contestar twiteando con tres pulgares hacia abajo en símbolo de protesta. La publicación duró menos de una hora antes de que el de los Nuggets la borrase, lo cual no evitó que le sacasen el tema en rueda de prensa al día siguiente.

https://twitter.com/JoelRushNBA/status/1574469514686738432?s=20&t=Xcqdj_poRflQWy5k-0zAzQ

En su respuesta, Gordon viene a decir que “no le gusta que a sus hermanos les quiten dinero de sus bolsillos” y que lo sucedido con Edwards “es parte de lo que implica la libertad de expresión” mientras Ish Smith asiente a su lado. Añadió que “una vez investigué” decidió eliminar su publicación. Buen eufemismo para decir que algún departamento de comunicación seguramente le diese un toque o que la avalancha de críticas le obligó a retraerse. Por el camino se olvidó del pequeño detalle de denunciar el comportamiento de su “hermano” y por qué no debería de tener cabida en las redes de una persona con cientos de miles de seguidores. El vídeo publicado por Edwards puede ser una simple muestra de inmadurez más negligente de lo normal. Pero, si te preguntan por ello, lo mínimo exigible es hacer ver que es inadmisible y no pasar de puntillas.

Mejor callar y parecer tonto…

No mucho después, el training camp de los Charlotte Hornets dejaba un par de escenas llamativas. Obviamente, la situación de Miles Bridges es una de las grandes preocupaciones que afectan a la organización y al vestuario de cara a la nueva temporada. El alero está inmerso en la tercera prórroga en el juicio por el episodio de violencia doméstica que protagonizó hace unos meses y que le podría propinar una condena de hasta 12 años si se demuestra culpable de todos los cargos. De nuevo, no hay jugador que haya salido al paso para criticar los abominables actos de Bridges, a los que no se puede aplicar presunción de inocencia desde el momento en el que él mismo se entrega a la policía y la que es su esposa publica en redes sociales su descarnador estado físico tras lo sucedido.

Sin embargo, este episodio sí iba a ser una cuestión a responder en la vuelta a la rutina de los Hornets. Concretamente fue Terry Rozier al que le preguntaron por su todavía compañero. “Es mi hermano y le echamos de menos. Vamos a dejar que las cosas sigan su curso. No quiero hablar mucho sobre esto, pero estaremos esperando por él cuando todo salga bien”. ¿Exactamente qué debe de pensar una aficionada de Charlotte que haya pasado por algo similar a Mychelle Johnson? ¿Por qué la condescendencia de no hacer ni una sola mención directa a lo ocurrido ni a la víctima? ¿Por qué la responsabilidad social de los jugadores NBA queda totalmente anulada cuando el involucrado es un compañero?

Llama la atención que no haya un solo jugador que haya roto el silencio para hablar de situaciones que claramente vulneran los derechos de grupos que históricamente han sufrido represión social. Sobre todo, cuando es evidente que si estos casos estuviesen relacionados con un tema racial habrían estado en la agenda de todos los jugadores que se han mostrado vocales en el pasado.  Es de aplaudir que la gran mayoría de los jugadores quieran y puedan luchar contra abusos raciales y apoyar a sus comunidades, pero llegados a este punto quizás toque demandar que su discurso también vele por los derechos de otros colectivos. O al menos, que cuando les pregunten por ello, no tengan el poco respeto de ignorar a quienes sufren este tipo de discriminaciones y delitos de odio. Perro no come perro, pero la camaradería tiene sus límites.

(Fotografía de portada Jared C. Tilton/Getty Images)

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