Tras la de arena, claro está, tocaba la de cal. ¿Jimmy Butler, buen rollo y ni un solo asterisco? No, señores; no este verano.
Esta mañana publicábamos los tallos verdes de la entrevista entre el jugador de los Timberwolves y el medio The Athletic. La temporada se les ha echado encima a ambos, foward y franquicia, sin que pudieran deshacer el nudo contractual que les encadena. Así pues, hora de cooperar y guardarse el orgullo en la buchaca.
A ambos les interesa. El equipo es más fuerte con Butler en el quinteto. Tontería castigarlo en la grada o desperdiciarlo en el banquillo. Y Butler afirma de sí mismo ser un ganador. No lo ponemos en duda. Al igual que tampoco olvidamos que el verano próximo será agente libre, y los máximos se justifican a través de minutos, dominio, boxscore y baloncesto. Está claro, pues: reciprocidad y simbiosis mientras la penitencia dure.
En las duras y en las maduras
Ahora bien, una cosa es templar el orgullo y otra perder la altivez. Jimmy Butler, mentón rígido y barbilla en alto, está preparado para ser un jugador con equipo pero sin afición. «Desde luego. Adelante, que me abucheen –azuzaba Butler, sin remilgos, en el careo con Jon Krawzcynski de The Athletic–. Eso no va a cambiar mi manera de jugar. Me va a hacer sonreír incluso más. Así que por favor, adelante. Que lo hagan».
Hedonista. Provocador. Incendiario. Profesional. Arrogante. Independiente. Jimmy Butler.
Arranca la manada el curso regular en carretera (17 de octubre en casa de los Spurs), y regresa a Minneapolis para dar el pistoletazo ante su afición el viernes 19, con los Cleveland Cavaliers como su primer huésped. Será el momento entonces de sacar el sonómetro y medir la respuesta, a petición expresa de su estrella, del pabellón.