Causas y consecuencias del adiós del G League Ignite

El jueves por la noche Shams Charania adelantó que el G League Ignite, el equipo creado en 2021 para dar cabida a jóvenes talentos en su último paso previo a la NBA. Es una noticia que, aunque abrupta, no pilla de sorpresa a nadie. Pues Adam Silver ya había dejado caer en sus últimas apariciones públicas que en la cúpula de la Liga se estaban planteando la viabilidad del proyecto.

Los factores que obligan a su fin parecen bastante obvios. En aquel mismo 2021 la NCAA vivía un momento de dudas en cuanto al reclutamiento de talento. LaMelo Ball, llamado a ser una de las principales caras del Draft de 2020, eligió marcharse a la liga australiana para sacar tajada económica de su último año antes de ingresar en la NBA. Esto hizo que la liga universitaria y sus principales instituciones, que históricamente se habían beneficiado del usufructo del jugador, se plantease las cosas. Al mismo tiempo, otros frentes vieron este momento de debilidad como la oportunidad de irrumpir en el baloncesto formativo y tomar una porción del pastel que la NCAA siempre había comido sola.

Así, no sólo nace Ignite, también Overtime Elite. Dos proyectos llamados a competir la supremacía universitaria a golpe de talonario. En el caso del equipo de G League, las cifras partían de los 125.000 dólares anuales hasta el millón que se estima cobrará Matas Buzelis por esta temporada. En la OTE parten de los 100.000 y se elevan por encima del medio millón. Eso sí, con una cartera de jugadores mucho mayor. Esta liga, partiendo de una inversión totalmente privada y enfocada a la creación y venta de contenidos online, se puede permitir esa inyección de dinero como parte de su modelo de negocio independientemente de circunstancias externas (siempre y cuando sean capaces de atraer a jugadores cuya imagen poder vender al exterior). Con Ignite la cosa es distinta.

La sentencia del Ignite llegó antes de nacer

En julio de aquel 2021 la NCAA introducía una póliza preventiva para retribuir a sus jugadores por nombre, imagen y capacidad de atracción. Básicamente, permitían a los jóvenes talentos ganar dinero por la venta de sus derechos de imagen. El conocido NIL (name, image, likeness). Ahora, ya totalmente instaurado, se calcula que el año pasado generó hasta 1.200 millones de dólares para los deportistas universitarios de todas las disciplinas del país. Este mismo curso Bronny James se embolsará aproximadamente 4,9 millones de dólares en USC. Y, fuera de este particular caso, hay varios jugadores que sobrepasan la barrera del millón. Los derechos de Caitlin Clark, el fenómeno del baloncesto femenino de Iowa, se valoran en más de 3 millones de dólares.

Al contrario que la Overtime Elite, la NBA no buscaba ganar dinero con el G League Ignite. El fin era cobijar bajo su paraguas a algunos de los mayores talentos juveniles del mundo para suavizar su entrada en la liga. Un objetivo que no merece entrar en una guerra de salarios, pues la NBA los pagaría a fondo perdido. De hecho, los deportistas universitarios no cobran por lo que hacen en la pista, sino por su exposición individual. Es decir, es ilegal que ganen dinero por jugar al baloncesto para una institución educativa. Aunque, claro está, hay universidades que suponen un escaparate mayor que otras.

No puede competir

De existir algo parecido al NIL en el contexto de la G League, se vería fácil el desplome de la valoración del jugador con respecto a aquellos insertos en el circuito NCAA. La G League es una liga prácticamente invisible para el aficionado medio. De extremado nicho incluso para los muy cafeteros. Más si cabe un equipo que no juega la temporada completa y que apenas aspira a ganar partidos. La NCAA sin embargo es un fenómeno nacional, el verdadero caladero de sentimiento identitario deportivo en Estados Unidos.

Las audiencias de la final del March Madness del año pasado fueron las peores de la historia con más de 14 millones de espectadores en la CBS. El partido que más se vio de las finales de la NBA el curso pasado alcanzó los 7 en ABC. Ejemplo perfecto por la ausencia de grandes programas universitarios y grandes mercados NBA. Y ya no solo es un tema de notoriedad y atención. Es mera estética. El ruido de los estadios abarrotados no puede compararse con la frialdad que se vive en la G League.

Lo deportivo

La excusa que la NBA podía poner sobre la mesa a nivel deportivo eran las marcadas diferencias del juego practicado en NCAA y en NBA. La G League es un paso intermedio, pues en ella se juega con normas NBA y se compite contra jugadores que tienen nivel para estar en la mejor liga del mundo. Además, la organización con Shareef Abdur-Rahim, presidente de la Liga, a la cabeza, introdujo en Ignite a veteranos NBA para guiar a los jóvenes: Jarret Jack, Amir Johnson, Norris Cole…

Pero, por muchas cadenas tácticas, énfasis colectivista y defensas zonales que pululen por la Division I, competir en las situaciones mencionadas tiene más valor deportivo que compartir vestuario con viejas leyendas jugando a las órdenes de Brian Shaw. En un principio se intentó proteger al equipo del entorno competitivo real. Una afrenta al deporte si se me pregunta. Ignite comenzó disputando tan solo la Showcase Cup, un torneo corto previo a la temporada regular y lo complementaba con partidos de exhibición. Así, en los dos primeros años, el récord del equipo fue de 15-14.

En cuanto se les soltó en la competición real, el nivel real del conjunto quedó más o menos claro. El 11-21 de la temporada 2022-23 que levantaba suspicacias. Su actual 2-29 en la presente ha sido el último clavo en el ataúd del proyecto. La brevedad del mismo no permite tener muestra suficiente para valorar su éxito en lo que a temas estrictamente formativos se refiere. Solo nos queda ver en qué posiciones caen Buzelis, Ron Holland, Izan Almansa y Tyler Smith en el próximo Draft, y echar la vista atrás a las diez elecciones provenientes del G League Ignite en los tres años anteriores:

  • 2021: Jalen Green (Houston Rockets, número 2), Jonathan Kuminga (Golden State Warriors, 7), Isaiah Todd (Milwaukee Bucks, 31, traspasado a Wizards)
  • 2022: Dyson Daniels (New Orleans Pelicans, 8), Marjon Beauchamp (Milwaukee Bucks, 24), Jaden Hardy (Dallas Mavericks, 37).
  • 2023: Scoot Henderson (Portland Trail Blazers, 2), Leonard Miller (San Antonio Spurs, 33, traspasado a Timberwolves), Sandy Cissoko (San Antonio Spurs, 44), Mojave King (Los Angeles Lakers, 47, traspasado a Pacers).

¿Y ahora qué?

Que la NBA haya soltado la cuerda del mercado formativo estadounidense en etapa universitaria no quiere decir que abandone la lucha por completo. En los últimos años se ha visto que la cúpula que dirige Adam Silver está muy interesada en controlar el talento joven más allá de sus dominios y fronteras. De ahí los acuerdos con la NBL australiana, las NBA Global Academies o la Basketball Africa League. Todo ellos proyectos que trabajan con jugadores en etapa formativa bajo el paraguas o supervisión de la Liga.

De hecho, como se comentó en el episodio 179 del podcast de nbamaniacs, la idea de fundar una nueva liga europea de la mano de la FIBA podría tener como motivación secundaria el hecho de tender puentes directos con los clubes formadores. La NBA ya es el principal órgano rector del baloncesto mundial. O al menos el que tiene el poder. Por ello su razón de ser definitiva es aspirar a engullir el mercado global bajo sus siglas.

En estas hace años que varias figuras de gran calado en el entorno NBA (Gregg Popovich, Steve Kerr, Kobe Bryant, J.J. Redick…) critican con dureza el circuito AAU. Una amalgama de partidos disputados en un espacio reducido de tiempo y en el que se impone el más fuerte sin dejar apenas espacio a la formación real. Y del que, por si fuera poco, se sacan la mayoría de conclusiones con respecto al futuro de jugadores en etapa de instituto.

De todo esto que, de forma cíclica, aparezcan rumores sobre la posibilidad de que la NBA intervenga en el baloncesto formativo para dotarle de una estructura de la que ahora mismo carece. Hablando de menores de edad habría que apelar nuevamente al interés de la Liga por controlar la formación de sus futuribles jugadores. Y, en segunda instancia y como principal ‘guardián’ del deporte de la canasta, por salvaguardar el bien común del baloncesto.

(Fotografía de portada de Ethan Miller/Getty Images)


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