Chris Paul con lo justo y necesario

Existen dos etapas en la trayectoria profesional de todo jugador en las que la edad condiciona cualquier análisis. Una cuando una carrera acaba de nacer ...

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Por David Sánchez

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Existen dos etapas en la trayectoria profesional de todo jugador en las que la edad condiciona cualquier análisis. Una cuando una carrera acaba de nacer y la otra, más cruel, cuando esta llega a su etapa crepuscular.

Chris Paul ya evitó la primera irrumpiendo en la liga como uno de los mejores jugadores del mundo apenas embuchó un balón en una cancha NBA. Para su tercera temporada, aquella 2007-08 de caras a cara con Steve Nash y batallas contra San Antonio, el debate con él apuntaba ya a su posición como base puro en la historia del juego. Ahora, una vez dado portazo a las dudas que arrastraba la reputación de su anterior contrato y situado en un olimpo que no necesita refrenda de All-Star o Mejores Quintetos del Año para corroborar que efectivamente estamos ante uno de los mejores de siempre, la edad aparece como sombra constante en el juicio del día a día de CP3.

No seré yo el que diga que los años no pesan en el Chris Paul que vemos en cancha. Sería iluso pensar que su actual versión no es fruto de las limitaciones derivadas de las 36 primaveras que ya cumple el base de los Suns. Pero, siendo esto cierto, también lo es que Phoenix sigue siendo un equipo construido a su imagen y semejanza y que lo que se observa, más que incapacidad, es delegación de responsabilidades.

Raro sería que uno de los jugadores más inteligentes que jamás botó el balón se permitiese a sí mismo mostrar una imagen de importancia o apocamiento pudiendo ser amplificador de uno de los conjuntos con mejor salud deportiva de la NBA —ahora mismo, el de racha ganadora más longeva con 10 partidos seguidos—.

Cúspide de las cúspides

Acorde a datos de NBA Stats, los 14,1 puntos y 10,8 tiros que promedia por partido son ambos mínimos de carrera. Con tiros y porcentajes de tres también bastante por debajo de su media. Pero ni con esas se disipa la sensación de que Paul domina la gran mayoría de partidos que juega. El indiscutible mejor base de la historia en la relación entre volumen de asistencias y pérdidas vive el momento más dulce de su carrera en este aspecto. Los 10,5 pases de canasta por partido que registra en los 14 primeros encuentros de esta temporada le dan para dejar su mejor ratio de asistencias/pérdidas con un 4,77. Una absoluta marcianada.

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Esto no solo sirve para alabar por enésima vez el insultante dominio que Paul encuentra mezclando riesgo y recompensa desde el pase. Sino para corroborar que los Suns han dado un nuevo paso en la construcción de un colectivo que se retroalimente del talento de su gran jerarca.

No es CP3 el único que vive un proceso de reconversión y simbiosis con el sistema. Las dinámicas creadas por Monty Williams y alicatadas con el propio Paul apuntan a un baloncesto que abraza las capacidades individuales de todos los que participan de él, lo cual también conlleva cierta renuncia altruista.

Devin Booker podría aglutinar mucho más balón e incrementar su anotación y número  de lanzamientos. Pero lo que le convierte en el anotador perfecto para los Suns es el paso adelante que dio su faceta organizativa el curso pasado. DeAndre Ayton podría demandar muchas más jugadas que acabasen en sus manos sin necesidad de que un pick-and-roll le involucre. Pero prefiere que este mayor protagonismo en el juego le llegue de forma orgánica y sin imposiciones mientras se centra en demostrar su tacto cerca del aro cada vez que depositan el balón en sus manos.

De esta forma, jugadores como Mikal Bridges o Cameron Johnson pueden ejecutar sus propias jugadas mientras Booker o Paul esperan espaciando el campo. Y Kaminsky, Payne o quien se tercie pueden tener explosiones puntuales porque el sistema les hace hueco y las incentiva.

Sin embargo, Chris Paul no está renunciando a parte de su juego y expandiendo sus atributos secundarios, sino que está sublimando la versión más depurada de sí mismo al tiempo que condensa en instantes reducidos sus fases de idilio con el aro.

Lo bueno si breve…

En su corta etapa en Oklahoma Paul sacó a relucir su versión más decisiva desde la anotación, convirtiéndose de manera inequívoca en el mejor jugador de la liga en momentos decisivos. Esto ha cambiado en los Suns, equipo en el cual comparte el papel de closer con otro experto como Devin Booker y cuyos cierres no suelen verse obligados a resolverse únicamente a través de heroicidades individuales.

Y  aunque sus cifras en lo que se define como clucth hayan sufrido un pequeño bajón, Chris Paul no necesita que sus momentos terminales se circunscriban a los últimos cinco minutos de partidos igualados. Ahora es más normal que le valga con encadenar un par de tiros de media distancia al término del tercer cuarto para embolsar los partidos.

Esto pasa porque, como ha sido habitual en su carrera, las fases de flujo de CP3 provocan que todo lo que sucede alrededor dependa de él. Da igual el partido que pretendan jugar los otros nueve, que solo discurrirá por donde él tenga a bien. Siempre ha sido su mayor talento y aún está lejos de haberlo perdido.

Quizás lo que haya perdido el base es la capacidad para hacer de estos momentos algo rutinario. Llámalo limitaciones físicas, deliberación o lo que sea, pero Paul cada vez más se ve obligado a esperar que el partido llegue a él y no al revés. O al menos así sucede en el día a día.

Por ello funciona tan bien su matrimonio con estos Phoenix Suns. No hay otro conjunto en la liga capaz de bailar justo al ritmo que él desea sin demandarle nada más que su prodigioso cerebro y el físico necesario para plasmar sus ideas en pista.

¿Capricho o necesidad?

Es comprensible que atendiendo a cifras y sensaciones generales exista la preocupación por la pérdida del Paul más agresivo de cara al aro cuando lleguen los momentos clave de la temporada. La salud de la que goza la estructura grupal de los de Monty Williams bien podría servir de manta para esconder las carencias que la edad revela en Paul. Y, a pesar de que existe parte de verdad en ello, parece bastante claro que el bajón estadístico tiene que ver más con la frecuencia que con la ausencia general.

Los últimos playoffs de Chris Paul obligan a pensar que su capacidad para dominar partidos también desde la anotación está intacta. Juicio que queda refrendado a poco que se vean unos cuantos partidos de los Suns en los que CP3 siempre encuentra hueco para hacerse con el encuentro desde los codos de la zona.

De todas formas, la llegada de partidos a vida o muerte desvelarán cuánto hay de verdad en un declive físico que, como mínimo, se ha ganado el beneficio de la duda hasta que se demuestre lo contrario. Por lo pronto, toca celebrar que uno de los pasadores más superdotados de la historia goza de un privilegio que no siempre le ha concedido su carrera: ser director de una de las mejores orquestas del mundo.

(Fotografía de portada de Christian Petersen/Getty Images)

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