All-Star Weekend 2015; la reinvención del ave fénix

Uno de los fines de semana más esperados del año en la NBA, el de las estrellas, ha llegado casi con la misma velocidad que lo hemos dejado atrás. Sin casi darnos cuenta nos hemos visto sumergidos en una trepidante recta final en el mercado de traspasos.

Unos buscaban ese movimiento maestro que los coloque en la lanzadera hacia el campeonato. Otros, directamente, dando la temporada casi por perdida, han tratado de plantar los cimientos del futuro, introduciendo en el trompo un menage de primeras rondas/espacio salarial/juventud. Inmersos, lectores y colegas redactores, en estas últimas horas de vertiginoso negociar y bombardeo de noticias —y algún que otro bombazo en forma de trueque—, yo me lo he tomado con más calma y aprovecho para despedirme de ese otro popurrí galáctico que ya empequeñece en la distancia.

Habiendo tenido por fin la oportunidad de disfrutar a fondo de todo el espectáculo que nos ha dejado el All-Star Weekend (este año no he podido trasnochar tanto como me gustaría) escribo ahora sobre las impresiones que me han dejado esos ratos concentrados de ciencia-ficción. Un sabor agridulce; pero más dulce que amargo.

Fue hace alrededor de un año precisamente, cuando me puse en contacto con el director de esta página con la intención de unirme a su estupendo elenco. También estábamos en vísperas del All-Star, y, como no, aproveché la ocasión para contarle la opinión que me merecía por entonces el, siempre, tan esperado y pre-analizado evento. En concreto me lancé a desmenuzar el Sprite Slam Dunk Contest. Vamos, el, de toda la vida, concurso de mates.

Concurso de mates, un ligero flashback

Por entonces ya se había hecho pública la lista de jugadores que tratarían de sorprendernos con sus acrobacias aéreas. Sin embargo, mi postura era de una ceja hacia arriba, y cierta, —por eso de tropezar varias veces con la misma piedra— suspicacia.
Lanzaba al aire, aventando la polémica, un par de preguntas de claro tinte ladino. ¿Realmente es tan grande el show a la hora de la verdad? ¿Cumple con toda la vorágine publicitaria que desde semanas antes se va generando en los medios?.

A base de tanta expectación, tanto repetir, tanto imaginar ese fin de semana, marcado con un circulo rojo en tu agenda y en el que vetas cualquier otro compromiso, a veces, de poner el listón tan alto, en el cielo…te estrellas.

Por no remontarnos excesivamente atrás, hagámoslo solo 15 años. Apuntemos con el láser de nuestra mirilla a Vince. Culpable! Culpable de querer ver tanto. De no conformarnos con medios vuelos y tres cuartos de giro. Responsable de hacernos olvidar nuestras clases de Física en el colegio, donde estudiábamos que para el resto de los mortales la gravedad terrestre sigue siendo de 9,807 m/s².

Si ves la segunda parte del Padrino y. tras esperar un año retorciéndote en el asiento, te ponen la tercera, pasa lo que tiene que pasar. Sencillamente no colma las expectativas. Por aquel entonces yo me sentía algo así. Estafado por las dos últimas ediciones.

En 2012, Jeremy Evans, mano a la nuca, no estuvo a la altura de lucir la camiseta de Karl Malone. Un año antes, Blake Griffin, la fusión más espectacular de atleta/jugador de baloncesto que ha pasado por la liga en mucho tiempo, era el causante de que se nos hiciera la boca agua solo de imaginarnos lo que sería capaz de hacer en la alfombra roja, viendo lo que a diario destilaba, con adversarios de por medio, en el indomable parqué. Pero Norte América a veces cae en eso. En el show por el show. En la grandilocuencia, la pompa y los besos en el espejo. Y se olvida del contenido. La cosa prometía con el primer mate. Lo de menos es que precisara de tres intentos para clavarlo. Ese giro completo llevándose el balón a la espalda levantaría y haría gritar a un pabellón de sarcófagos. Pero ahí murió la función del jugador de los Clippers. Alguien tuvo que decirle que lo de engancharse hasta el codo del aro es algo que funciona y te deja al espectador con esa medio sonrisa de incredulidad y estupefacción…solo la primera vez.

De hecho fueron sus otros rivales quienes nos deleitaron con una ronda clasificatoria para nada descafeinada. Pocos recuerdan ya que Serge Ibaka protagonizó (¡y materializó!) la eterna intentona de machacar el hierro saltando desde la línea de tiros libres. DeRozan tampoco desentonó con sus «50 puntos» en un tomawawk a aro pasado. Sin embargo la final estaba cantada. JaVale McGee, que venía de hundir por el aro hasta cinco balones en solo dos mates, fue un mero espectador. El trofeo ya tenía su nombre esculpido desde hacía rato, antes de saltar. Que otra cosa puede ocurrir si de repente entra por el túnel un Kia Optima escala 1:1 (con el logo de Sprite, patrocinador del concurso, bien impreso en las puertas) e instantes después entra por el otro lado del pabellón un coro de Ghospel vestido de azul y hace de la banda sonora de tu último salto el «I believe I can fly»… Griffin ya solo debía recoger ese cheque al portador que le lanzaba Baron Davis desde el techo solar y cumplir con su parte. Y eso es exactamente lo que hizo, cumplir. A secas. Lo que sin coche, sin coro, y sin el beneplácito anticipado de toda aquella multitud habría sido solo «un mate más» en su imperial registro, fue justo lo que inscribió su nombre en el el anexo histórico como mejor dunker del 2011. Cosa que por otra parte era, sin duda. Pero para ganarse el titulo oficial se conformó con flotar sobre el capó. La parte baja del coche y sin realizar ninguna filigrana en esa carga de ariete. Muelles le sobraban para levitar sobre la parte central del vehículo y hacer de aquel instante una corto de dibujos animados en el que solo faltarían Michael Jordan y los Looney Tunes.

Corríamos el riesgo de entrar en la peligrosa dinámica en la que originalidad y dificultad podían perder importancia en beneficio de la puesta en escena. Cuestión acentuada por la excesiva arbitrariedad de los «jueces» —por la inexistencia de patrones de valoración— a la hora de otorgar la máxima puntuación, sumado al acto reflejo de estos a, según el jugador, levantar el diez en la tablilla antes de que el aspirante de turno hubiese terminado de hundir el balón.

Pero en 2013 las acciones del torneo volvieron a revalorizarse gracias a un alienígena llamado Gerald Green, la entrega de Bledsoe y Farieth, la insistencia de Jeremy Evans (que ya se le deben estar agotando las ideas sobre que cosas puede uno saltar) y la creatividad ganadora de un Terrence Ross que, éste sí, supo honrar la camiseta del ’15’ de los Raptors.

Volviendo al fascículo de 2014, aspirantes ya en cartel, compartía con Elio una reflexión al respecto. En la lista facilitada leía Ross, George, Lillard, Wall, Barnes y Mclemore. Una buena lista, no lo niego. Pero una lista donde por decreto deberían figurar Gerald Green, Blake Griffin y (si me apuras) hasta Dwight Howard. El resto ya es cuestión personal, pero a mí me gustaría ver aquí a los dos cocos; Lebron y Durant. Soberano y heredero. Otro magnífico escenario para ver medirse una vez más a sendos cracks. Algo habrá en todo este tinglado que no termina de empujarlos a participar.

2015, tiempo de LaVine

Terminada —y disculpas por la extensión— la retrospectiva, llegamos al 14 de febrero de este año. Que San Valentín rime con LaVine no deja de ser una chorrada que se me acaba de ocurrir. Pero el caso es que desde que anunció su inscripción, su nombre ya sobresalía por encima del resto. Algo así ocurre con su cabeza cuando salta para martillear la red. Si quisiera hasta podría plantarle un beso al objetivo de la cámara que graba parapetada tras los tableros.

Por primera vez desde 2012, el concurso de mates vuelve a un formato de competición de tan sólo 4 jugadores. Los otros tres inscritos no eran de postín. Solo Oladipo entusiasmaba, y Giannis despertaba cierta curiosidad. Mason Plumlee alcanzó el listón, pero solo porque se lo habíamos puesto muy bajo. El selfie de los Antetokoumpo, como los de los ciclados de gimnasio, innecesario; como su mate de espaldas. Oladipo, en un prodigio de originalidad (algo que a menudo echamos de menos) realizó en mi opinión, y en la de muchos otros, el mejor mate de la noche. He wanted to be a part of it, decía Sinatra, y bien si lo hizo. Se metió a todo el público de New York, y al del mundo entero, en el bolsillo. Primero con su voluntarioso SingStar vestido de esmoquin, y luego gracias a ese mate centrifugado.

No obstante, en un anticipo de los Oscars, la categoría a la que aspiraría el jugador de los Magics sería la de mejor actor secundario. La de mejor actor principal tenia garantía de custodia y entrega a un único postulante: Zach LaVine.

Para el 2015 hemos vuelto al viejo formato de toda la vida. Carpetazo al experimento fallido de la «Freestyle Round” por Conferencias. En la sección de mates la NBA ha decidido no volver a arriesgar y delegar el éxito de la noche en los propios concursantes.

Todo lo que sube baja…y aunque por lógica cuántica no todo lo que baja tiene que volver a subir, aquí los parámetros son otros. Y tras la floja justa del año pasado donde solo John Wall y su mate (y baile) final con la colaboración de G-Wiz generaron cierta algarabía, este año ha habido uno que nos ha devuelto con fuerza la ilusión por el género. LaVine, como Carter, compite bajo gravedad lunar. Y lo hace sin traje de astronauta ni escafandra.

El de Oladipo puede que fuera el más espectacular, aunque terminado el giro y el mate, solo le restaba tiempo para concentrarse en caer de pie. El combo guard de los Timberwolves —un símil del Gerald Green más ‘soplavelas’— por su parte, parecía que podría machacar tres veces seguidas en la misma suspensión si le viniese en gana.

Ver en directo a ese F-35 en despegue vertical burlando al balón por debajo y por detrás de la espalda debe ser una delicia. Lo único, por ponerle una pega, es que, desde distintos ángulos, repitió misma virguería tres veces. Con tanto brío acumulado en su tren inferior, un poco más de variedad habría sido de agradecer. Pero eso no empaña una realidad. Zach LaVine, nuevo amo y señor del concurso de mates hasta que él decida otra cosa.

En su dualidad zonal que opte por desarrollarse en el puesto de escolta. Que Ricky dirija y él penetré, intercepte sus alley oops y los taladre contra la red.

Los pitchers del baloncesto

En el concurso de triples solo me detengo para abonar el peaje. Está muy bien como está. Además acudieron los mejores. Los campeones de 2013 y 2014, Kyre Korver, mejor francotirador del momento, los Splash Brothers, y la agradable, por competitiva, compañía de Harden, Matthews y Reddick. Solo hubo una leve modificación que a mi me pareció brillante. Un carro entero, ubicado a gusto del consumidor, cargado de balones de tres colores y doble valor. La guinda que faltaba para que, en caso de empezar con mal pie, aún hubiera tiempo para la remontada de entonarse en el plaustro de los money balls.

J.J. Redick metió la pata en la línea, Korver se redimió el domingo, Thompson e Irving se desinflaron en la final, y Curry, la muñeca más rápida del Oeste, no dio opción a nadie con 13 aciertos consecutivos. Ya cuenta con su primer Foot Locker.

Silver, un chef de gastronomía molecular

El nuevo Comisionado está aportando frescura, no solo por el mero hecho de haber jubilado al que parecía que jamás cobraría la pensión, sino porque además ha venido con ganas de experimentar. Si en el Slam Dunk Contest optó por volver a lo tradicional, en lo demás no ha dejado de innovar.

Adam Silver, el Martin Berasategui de la NBA, se ha esmerado en la búsqueda de recetas que doten nuevamente de lustre a la totalidad del fin de semana de las estrellas, y no solo al tramo final.

El aperitivo del sábado, El Concurso de Habilidades, también lo pasado por la máquina de nitrógeno líquido —perdonad, tanto Top/Máster Chef termina haciendo mella—. Otro gran resultado. Al más puro estilo Grand Prix, duelos simultáneos de a dos que sin duda han revitalizado esta sección. Gracias al nuevo formato pudimos presenciar dictamen sobre la bocina. Desde el triple, y con dos intentos de desventaja, Patrick Beverley llegó a tiempo para encestar su particular game winner.

Un día antes, el viernes, la fiesta abría con la mayor apuesta personal de Silver. El defenestrado choque entre rookies y sophomores (por el invento televisivo de Charles & Shaq) ya no escogía como aliciente el grado de experiencia ni la discrecionalidad de dos pívots ex estrellas. Ahora hay que buscarlo en el sentimiento patrio. El de los estadounidenses por un lado, y el nacional de cada uno por el otro. EE.UU contra el Mundo.

La tentativa, en su primer año, ha cosechado el éxito habitual. Mismo público que en una sesión de cine de 16:30.

Al hecho de que Andrew Wiggins se alzara con el MVP vamos a darle el mismo corolario que se dedujo del que sumó Glen Rice, Jr. en la Summer League de Las Vegas. Ninguno, mera anécdota. Donde no hay defensas — ¡TAPÓN DE GOBEERT!— el mérito se limita a la plasticidad de la acrobacia.

No obstante, y por presentir que no quede, ganaron los de fuera (121-112). Y los americanos eso de perder al basket lo llevan medio regular. Si se consiguiera rodear al del año que viene, si perdura el formato, de cierta atmósfera de revancha, quizás podríamos ver algo más que un último cuarto interesante.

#defenderesdecobardes

El hashtag que ese fin de semana maneja los hilos en la sombra cualquiera que sea su sede.

En España nos quedaremos con el salto de los Gasol y el trozo de pared en nuestras habitaciones que le estamos reservando al póster enmarcado del momentazo. Aparte de eso, el partido nos dejó más cosas y varios datos. Mayor anotación combinada al descanso, mayor anotación combinada de triples, mayor anotación combinada final, etc. De tanto récord anotador se deduce algo. Lo de siempre. Aquí, sino está Noah, no defiende ni el Chapulín Colorado o, en nuestro argot ibérico más puro, ni el tato.

Una regla invisible que no se hasta que punto funciona. Greg Monroe, creo, piensa como yo. En 2012 dibujó la ralla límite que rozaba la ridiculez de lo permitido.

De mates ya tenemos una buena ración el sábado. Muchos queremos un cóctel distinto el domingo. Uno mejor. Sin llegar al ritmo de un partido de temporada (se entiende por las lesiones y por lo amistoso del choque), pedimos un poco más de intensidad. Las cabriolas se vitorean, sí, y cada uno quiere la suya.

Pero puede que en el partido de los jóvenes, Rudy Gobert (gen galo-Noah) diera alguna pista sobre que otras cosas pueden levantar el ¡¡Ooohhh!! de los aficionados.

Aun así, y en términos generales, este fue un buen All-Star Game. Tuvo un poco de todo; LeBron James se colocó segundo y a dos tantos del récord de puntos anotados en la historia del All-Star, Westbrook, MVP del partido, no desperdicia una ocasión para demostrar que podría seguir la estela de Harden y ser jugador franquicia y top 5 de la liga en cualquier equipo que se lo agenciara.

Curry… Curry es pura magia ‘copperfieldiana’. Es elegancia, es belleza, es clase, es, en estos momentos, la estrella que más brilla de la constelación.

Y este All-Star Weekend, como cada año, hace olvidarnos de lo que no nos gustó del anterior, y nos hace soñar. Cada año renace cual ave fénix de sus cenizas, pero en esta ocasión, lo ha hecho con plumas nuevas de colores.

Como cerraba mi discurrir hace 12 meses, nos guste o no, con sus muchas virtudes y algunos defectos, así es como hacen las cosas al norte del otro lado del Atlántico. Puedes tomarlo o dejarlo. Ser un escéptico o dejarte, a sabiendas, embaucar por ello. Yo por el momento, y a pesar de cierta desconfianza y resignación, lo compro.

The Show Must Go On

Se me ha hecho de noche y de día, y tras 37 intercambios de cromos y un par de partidos jugados parece que los Thunder se colocan, virtualmente, como los más beneficiados de esta locura de mercadillo.

Se terminaron las bromas y los juegos. Empieza la segunda parte de la temporada y se acabó el tiempo para pensar. Ya no se juega en los despachos. A partir de ahora todo se resuelve en la cancha. 16 plazas y mucho galgo con ganas de correr. Que prosiga el espectáculo.


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