Kevin Love, ese jugador inútil

No útil. Así es como define nuestro Diccionario de la Real Academia, en su primera acepción, la palabra inútil.

En Cleveland Cavaliers apostaron por esa fórmula contrastada y efectiva, cortesía de los Heat, ya internacionalmente acuñada como Big Three. Tres jugadores de talla mundial capaces de, aunando sus virtudes, encauzar un equipo directo al anillo.

El problema es que por ahora, en los Cavs no hay ningún Big Three. Efectivamente. Kevin Love marca la nota discordante. A continuación veremos la realidad de esta orquesta de Stradivarius, y lo que sucederá si la banda de tres llega a mayo sin encontrar la armonía.

Esta reflexión viene al hilo de la última actuación del de Santa Mónica ante Golden State Warriors.Su humillación fue la última gota. Y para sortear el oportunismo también tendré en cuenta el partido de la semana pasada ante San Antonio Spurs, así como el esperado show navideño, a la postre show de Green, también ante los campeones, y que vino a suponer la primera reedición de las pasadas Finales en la actual campaña. En los tres partidos,en los tres envites más exigentes de la temporada, ahí está el dato, los Cavs salieron con la misma cara; la de la derrota.

Escojo ambas caídas del Everest y la otra del Kanchenjunga, porque aquí no estamos para discernir sobre la calidad como jugador de baloncesto de Kevin Love. Porque de ella, el ala-pívot, ya sabemos que anda sobrado. Esta misma campaña la ha sacado a relucir en no pocas ocasiones. El problema viene cuando compruebas ante quién. 34 puntos a Orlando Magic y 26 ante los Nets son sus dos cifras más altas. Incluso un par de buenas actuaciones frente a miembros de la aristocracia como Atlanta Hawks (25) o Miami Heat (24).

Un incómodo trono de tres

Irremediablemente, todos asumíamos que su impacto no iba a ser el mismo que en una franquicia desastrosa y sin rumbo como eran los Timberwolves y en la que el Beach Boy era casi su único faro. Las cifras, era evidente, iban a sufrir un desplome. Quizás el tortazo numérico ha resultado más alto de lo que esperábamos, y eso hace que uno se ponga a pensar en pasado.

Los Cavs entregaban al diamante del draft a cambio de un jugador que venía de pulverizar registros desde cualquier zona de la cancha y con un físico nada impresionable.

Su último año en la fría Minneapolis; 26,1 puntos, 12,5 rebotes —promedió más de 15 capturas en la 2010/11— y 4,4 asistencias por partido.

En sus dos años en Cleveland, pisa el parquet 3,25 minutos menos por noche, pero sus números se resienten terriblemente: 15,8 tantos, 10,3 rebotes, y 2,3 asistencias.

Ojo que, como marcan las estadísticas, me dispongo a atizar a un jugador que promedia nada menos que un doble-doble. Más que al jugador al ecosistema que le rodea y averiguar si, para Darwin, Love es un sujeto susceptible de adaptación, o más bien uno de esos que el entorno terminará condenando. Por el bien de los Cavs, visto los visto, Kevin debe convertirse en el paradigma del sapiens sapiens a escala evolutiva. Si no, las aspiraciones de conquista de los actuales reyes del Este, amenazan con desaparecer.

Love ante los ‘Grandes’

Como decíamos, más allá de a título informativo y para completar los márgenes del dibujo, no voy a tener demasiado en cuenta el desmorone aritmético de Love desde su mudanza. Igualmente pasaré por alto que, aquel jugador que en Minnesota al estornudar anotaba, ya lleva, desde el arranque en octubre, siete partidos con solo un dígito en anotación.

Se acabaron las prebendas con el Dr. Amor. Con o sin el permiso de Oklahoma, vamos a por esos tres encuentros que, con un 80% de posibilidades (sin arriesgar), pudieron disputarlos ante dos equipos que se perfilan como hipotéticos pero muy probables rivales en una Final.

El pasado lunes pudimos ver una catequesis cruel en la que los Warriors aleccionaban a su mayor adversario por 34 puntos, y a un Kevin Love que se quedaba sólo en tres.

Ante San Antonio, hace una semana, cumplía con 10 puntos y sus clásicos 12 rebotes. En el Christmas Day se libraba del carbón con otros 10 tantos y 18 rebotes. Pero el marcador, de últimas lo único que importa, reflejaba siempre lo mismo. Los otros terminaban más puntos que ellos.

Está claro que en el ámbito recolector de melones y mandarinas no se le puede abordar. Pero es que esa parte jamás ha preocupado. Quien tiene un imán para rebotear en defensa lo tiene aquí, en el resto de la NBA y en la canasta más destartalada sobre la última puerta de garaje de los Estados Unidos de América. Es arriba, en el puzle de la ofensiva, donde la rama técnica y táctica debe trabajar, y donde la pizarra por ahora no le encuentra su hueco.

Tres veces se han encontrado. Tres veces se han desafiado, y tres veces su rodilla ha empolvado el suelo. 31 lanzamientos y 10 en la diana. 12 tentativas desde el linde de tres, y sólo tres conversiones. Resumiendo; cuando ha importado, Love ha tirado con un 31% acierto y ha sumado 23 puntos en total. Y por ello Love, a 21 de enero, es inútil. Porque no está sirviendo para aquello por lo que se le contrató.

LeBron James quitaba toneladas de hierro tras la el baño de los de Bahía Blanca en una ciudad sin costa. A lo Homer Simpson y rehuyendo responsabilidades, en Ohio siguen sacando papelitos de prueba, despreocupados, advirtiendo que lo serio está aún por venir. Vamos, que el mono no piensan encasquetárselo hasta llegue la hora de trabajar de verdad. La procrastinación, excusa predilecta del estudiante confiado—y yo como veterano de ella que fui— ya me la conozco y sé como suelen acabar los que la practican: mal.

Dan Gilbert no pagó 110 millones por Kevin Love para ganar (que nadie se ofenda) a Hornets, Suns, Wizards o Blazers. Para eso ya tenían a LeBron y a Irving. Para atracar cómodos en postemporada basta con una buena química entre uno sólo de los de arriba y las aportaciones de Shumpert, Mo, Thompson o una buena noche de J.R. Smith.

El motivo por el que se renunció a dos first picks para contar con Love, fueron las grandes galas. Las noches de etiqueta, esas en que no puedes fallar, en las que la sonrisa debe ser perfecta y el discurso impoluto. Solo así arrancas el aplauso del público, el reconocimiento de la Academia y subes a recoger tu Larry O’Brien.

Los Cavs sufren el síndrome de DiCaprio. Un buen director, un gran guión y un elenco extraordinario. Pero hasta donde yo sé, las nominaciones no suman estatuillas. Con el pobre Leo sigo sin saber que diablos falla — veremos si por fin con ‘The Revenant’—. Aquí la cosa está bastante más clara; uno de los actores. Pero el problema no es suyo; ni del todo ni de lejos. El problema nace en su director, David Blatt, que no sabe cuales de sus registros quiere ni cual es el más eficiente en pantalla.

¿Qué podemos esperar de Love?

En el apartado defensivo, desgranarlo es como hacerlo con el Enes Kanter. Duele. Y ya no sólo por los ataques de apatía que sufre a menudo.

En mi percepción, de hecho, el Love de Cleveland defiende mucho más que aquel Love lobuno. Al menos se esmera y le pone intensidad. Pero cuando no es la desidia, es la incompetencia. No tiene un buen desplazamiento lateral ni su genética le da para ser un buen saltador.

Por otra parte, la agilidad que ha tratado de ganar perdiendo peso y perfilando su figura, ahora le hace perder duelos más físicos frente a los cuales antes, al menos, podía presentar oposición. Músculos menos voluminosos hacen que encontrarse con las espaldas de Draymond Green acaben, casi siempre, con canasta warrior. Su zona de influencia atrás se ha convertido en una autopista sin peaje para rivales que conocen su debilidad.

En cuanto al Love ofensivo, donde debería equilibrar y desequilibrar la balanza a su favor, ahora mismo, entristece decirlo, no es mucho más que un James Jones con la anticipación para los rebotes del Varejao de 2012. Caricaturizado al extremo, vale, quizás sí, pero el pensamiento a transmitir ha de ser ese. Estamos hartos de repetirlo y siguen haciendo oídos sordos a nuestra colecta de firmas. No regalas a Andrew Wiggins, para marginar a uno de los mejores power foward del mundo a esperarla en una esquina.

Y lo peor, ya ni siquiera es ese anotador veloz y efectivo en que se convirtió durante un tramo la pasada temporada. Sus porcentajes, tanto en tiros de campo como en triples son los peores en seis años —si excluimos el curso 2012/13—, en el que se fracturó la mano derecha, la buena, y en la que apenas pudo jugar 18 partidos.

Muchos de los Hall of Famers no son precisamente la definición de versatilidad. Dikembe Mutombo nunca ha sido un genio del juego al poste ni Dennis Rodman un maestro de las asistencias. La clave del éxito consiste en mitigar las debilidades e irradiar tus fortalezas. En los Cavs están consiguiendo todo lo contrario con el californiano. Tan mal lucen las virtudes de su mejor ‘4’, que Tristan Thompson, con sus dos o tres cositas pero que las tiene muy claras y hace muy bien, por momentos parece mejor que él.

Ser el menos bueno de un trío de estrellas tiene ese riesgo en el que Blatt no para de incurrir. Con Kyrie y LeBron, los Cavs nunca juegan para él. Por ESPN, sabemos que entrenadores rivales, scouts y antiguos compañeros de equipo se plantean los mismos interrogantes: «¿Por qué no le dan Kevin el balón en la botella como solían hacerlo en Minnesota? ¿por qué no buscan más a menudo su pick-and-pop para que anote mucho más? ¿por qué se limitan a confinarlo en una esquina?»

Pueden que sean preguntas demasiado simplistas. Ninguno de nosotros asistimos a los entrenamientos, no estamos en los corrillos ni presenciamos las charlas tácticas de vestuario. Pero aún sin todo eso, no debe temblarnos la mano al señalar a Blatt.

En un equipo que ostenta el mejor récord del Este y en poder de un auténtico top 5 en el puesto de ala-pívot, nadie parece inmutarse que, a pesar de sus tres participaciones en el All-Star, no sea ni un fantasma en las quinielas del que se nos aproxima.

¿Habrá anillo sin Big Three?

LeBron James necesitó al mejor Wade y al mejor Bosh para ganar su primer anillo ante los Thunder. Luego, además de todo eso tuvo que aparecer a Ray Allen y su trébol a falta de cinco segundos para alargar la serie y repetir hito ante los Spurs. Al año siguiente ni siquiera bastó todo eso.

El curso pasado, más abandonado que nunca, se desfondó para presentar una batalla digna ante los Warriors. Y bien que lo hizo, pero resultó insuficiente.

El 2016 es una jauría de sementales. En Cleveland tienen al mejor James y van calentando al mejor Irving. Necesitan al mejor Bosh, porque sin él, sin su versión de guiri desnatado, sin Mr. Doble-Doble, Spurs, Warriors, Thunder o Clippers, no tendrán clemencia, y los tirarán por el cadalso… por mucho Big Two que haya.


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