Los súper equipos NBA: una visión diferente sobre sus pros y contras

En casi cualquier deporte, las colecciones de cromos son un clásico de cada final de verano. El afán por abrir (o destrozar) cada sobre, echar un vistazo eléctrico a las caras que aparecen y esbozar una sonrisa cuando te das cuenta de que ahí está el jugador que tanto llevas buscando es algo que siempre pasa a formar parte de ese cúmulo de imágenes y sentimientos que nos acompañan toda la vida cuando recordamos pinceladas de nuestra infancia.

Al contrario de lo que sucede con los álbumes de cromos, donde el objetivo primordial es lograr juntar todos y que no te falte ningún jugador, en la realidad deportiva hay que buscar un equilibrio. Es una cuestión de regulación interna que se impone desde fuera. Es acatar las normas de una institución para evitar que tu equipo, el que diriges con mano dura desde un despacho, sea una colección de lo más granado que haya en la liga. Así es una NBA donde siempre se ha proclamado la búsqueda de la equidad para garantizar la igualdad de todas las franquicias a la hora de competir por el ansiado anillo de campeón.

Desde hace unos meses atrás, se ha popularizado un término que, en realidad, tiene casi la misma edad que la propia liga. Son los súper equipos. Una palabra que, lejos de sonar como algo más propio de la Marvel – por aquello de que anteponer el ‘super’ a otra palabra y que parezca un personaje heroico –, tiene bastantes más connotaciones negativas entre cualquier aficionado que lo oiga decir o leer.

“¿Súper equipo? Así también gano yo con esos jugadores”, hemos especulado muchos algunas veces. Y tiene su lógica pensar así.

¿Qué es realmente un súper equipo?

Hagamos de diccionario. Apoyándonos en unas reflexiones que publicó NBA.com hace unos meses, podríamos establecer que un súper equipo es aquel en el que confluyen las siguientes situaciones:

  1. Acumula dos, tres o más estrellas en su plantilla. Uno de ellos sería capaz de ser un jugador franquicia por sí solo. La activación del súper equipo sería más idónea cuando se pasase de dos a tres estrellas; con dos, en muchos casos, no se podrá hablar de súper equipo.
  2. El equipo es un contendiente total. No se trata de elucubrar que X jugador podría llegar a explotar ese año o a dar un sobresaliente rendimiento, no. En el momento en el que juntes a tus nuevos jugadores, el equipo es automáticamente uno de los dos o tres grandes candidatos. Sin medias tintas en cuanto a sus objetivos.
  3. Para tener en nómina a esas estrellas ha tenido que darse un traspaso y/o agencia libre. No solamente vale con haberlos visto florecer en tu seno. Es decir, los Warriors se convierten en súper equipo cuando incorporan a Kevin Durant. No antes.
  4. Eres el foco principal de los medios de comunicación, redes sociales y aficionados. Aquí, la NBA hace hincapié en la necesidad de que el súper equipo conviva con noticias sobre la personalidad de sus estrellas, lo bien que están jugando o los problemas que acumulan en el vestuario. Este punto, personalmente, me genera más controversia.

¿El súper equipo destruye al resto de equipos?

La respuesta rápida y fácil sería decir que sí. Cuando uno ve que en un mismo equipo se juntan Stephen Curry, Klay Thompson, Kevin Durant y Draymond Green, el pensamiento más recurrente es el de creer que nadie va a ser capaz de destronarles; y si alguien puede lograrlo, tendrá que ser otro súper equipo que, en este caso y atendiendo a lo que ha sucedido en las tres últimas Finales, podría ser los Cavaliers de LeBron James.

Es evidente que para ganar a un súper equipo necesitas tener otro enfrente. Y, si no lo tienes, tendrás que completar una eliminatoria que roce la perfección para que salte la sorpresa. Si nos manejamos con cuestiones matemáticas y tuviéramos que hacer una apuesta justo en este instante, los Warriors son el equipo que mayor porcentaje tiene para alzarse de nuevo con el campeonato. O, lo que es lo mismo, hay otros muchos equipos que saben desde ya que no tienen ni por asomo las opciones de triunfar que tienen los pupilos de Steve Kerr.

Pero ni todo es tan bonito ni los números siempre tienen la razón. Estas líneas no guardan como objetivo ni alabar ni mortificar la composición de súper equipos; haberlos, haylos. Como las meigas. Y casi siempre, en algún momento de la historia, los ha habido. Por eso, hay que convivir con la situación, y saber analizarla desde un punto de vista más pragmático.

¿Podría la NBA vetar estas composiciones de equipos? Ni lo hizo con Chris Paul cuando no fue a los Lakers ni debería hacerlo ahora. La gestión de cada equipo es la que marca la habilidad de sus dirigentes y/o jugadores para atraer nuevas piezas. Esto también ha sido siempre así.

Todo en la vida es relativo. Y si nos quedamos perpetuamente con la misma visión de la realidad, no tendremos fuerzas para girar el prisma y ver los otros lados que alberga. Solo quedaría la alegría del que desea ver ganar a Golden State – o quien queramos establecer como equipo en ese momento – y la frustración del que pierde usando el argumento de que es injusto que haya un equipo que tenga tantos buenos. Démosle la vuelta a ese argumento.

Efectos del súper equipo

Tras la queja por ver cómo tu vecino se arma hasta los dientes y construye un muro infranqueable, lo siguiente que viene a la cabeza es la idea de qué hacer y cómo hacer para contrarrestar sus fuerzas. Ahí despierta el ingenio.

Ver cómo los Warriors el verano pasado se hicieron con Durant o cómo en Cleveland se han traído todas las piezas que LeBron ha ido considerando ha desencadenado, un año después, un curioso efecto dominó por varias franquicias. Sam Presti, de parte de Oklahoma City, ha sido uno de los más pícaros del mercado. Se ha aprovechado de los vacíos y de la indecisión de otros equipos para hacerse con Carmelo Anthony y Paul George, lo que coloca automáticamente a los Thunder en la esfera de los favoritos. ¿Qué está por debajo de los Warriors? Es posible, pero la distancia se ha acortado. Y si encima ya has renovado a Russell Westbrook y cuentas con la seguridad de saber que va a dar todo de sí para alcanzar la gloria, tus opciones empiezan a crecer como la espuma. Que nadie le quite el ojo de encima a Oklahoma.

Houston es otro que lo ha hecho realmente bien. Al núcleo conformado por James Harden y al estilo de juego que ha instaurado Mike D’Antoni, se une una pieza que potenciará aún más lo amasado hasta la fecha. Chris Paul es ese tipo de jugador que sube tus credenciales en cuanto firma el papel del contrato.

Si echamos cuentas, ahora contamos con tres potenciales ganadores en el Oeste. El año pasado, en cuanto se vio que Durant encajaba con el resto de estrellas, pocos tuvieron dudas de que arrasarían hasta llegar a los playoffs. Este curso, y sin olvidar su favoritismo, van a tener más problemas para ejercer con tanta autoridad en su Conferencia. Se van a enfrentar a equipos tremendos. Y no, no me olvido de los Spurs. Los de Gregg Popovich también estarán en la pomada. Solo que, al no haber tenido refuerzos del estilo de los Thunder o Rockets, su eco mediático no resuena tanto cuando se usa el término de súper equipos.

Demasiada presión sobre los hombros

Ser un súper equipo no es fácil. De veras que no lo es. Cuentas con los mejores, cierto; pero cada uno de ellos por separado cuenta con una enorme presión. Y ya ni qué decir a nivel colectivo: estás obligado a ganar. Pasarte un año arrastrando esa responsabilidad en los hombros no es sencillo, porque no se permite ni el más mínimo fallo. Y, cuando lo hay, suenan los tambores de guerra. Crisis, dicen.

Si vamos jugador por jugador, nos faltan dedos de la mano para contar las veces que Green, Durant o Curry han copado las noticias. Y si multiplicamos esto por todos los medios del planeta que cubren la actualidad de la liga, son muchas portadas. Por supuesto que en sus sueldos ya va incluida esta convivencia social, pero detrás de esos contratos también hay personas y situaciones. También tienen días malos, molestias físicas o, simplemente, malas rachas en cancha.

Hay ejemplos a lo largo de los años que ejemplifican que contar con muchas estrellas no siempre ha sido sinónimo de éxito. En el caso de los Warriors ya se ha visto lo bien que lo han hecho y sus resultados, juego y sensaciones siempre van a estar ahí. Se lo merecen. Pero si tiramos de retrospectiva, vemos que hay súper equipos que no han logrado superar esas presiones y han acabado sucumbiendo de rodillas ante la espada de Damocles que son los resultados.

Los Lakers de 1968-69 contaban con Wilt Chamberlain, Jerry West y Elgin Baylor en sus filas. Tras temporadas juntos, no lograron el anillo; los 76ers de 1976-77 juntaron a Julis Erving, George McGinnis, Doug Collins y World B. Free. ¿El resultado? Cero trofeos; los Rockets de la campaña 96-97 tenían a Hakeem Olajuwon, Clyde Drexler, Charles Barkley y Scottie Pippen juntos. Cierto es que ya pasaban la treintena, pero en tres años tampoco se hicieron con el campeonato; los Lakers de 2012-13, con Kobe Bryant, Dwight Howard, Steve Nash y Pau Gasol, se quedaron con las manos vacías tras un polémico año juntos.

Y si somos aún más analíticos, hay otros súper equipos que, aun consiguiendo anillo, pasaron las suficientes temporadas juntos como para haberles exigido que lograsen más.

La longevidad del súper equipo

Decía Michael Jordan hace un par de días que, debido a los súper conjuntos, los otros 28 equipos “eran basura” porque “merma la competitividad media de la liga”. Jordan, en la esencia de lo que dice, está cargado de razón. No tanto en el número de equipos no válidos que él establece, sino en el segundo concepto. La competitividad se resiente, porque se convierte en un oligopolio. O duopolio, que diría MJ.

La NBA siempre funciona por ciclos. Un equipo está en lo alto un año. Dos o tres a lo sumo. Y luego rota su poder. Hay una poderosa alternancia que genera esa competitividad reclamada. Con los súper equipos el sistema cíclico es más o menos el mismo. Solo que dura más porque destronar a los mejores es mucho más complicado que tumbar a un igual. La pregunta es, ¿cuánto dura un súper equipo?

La respuesta vuelve a ser relativa. En el caso de los Warriors, donde las cosas se han gestionado de maravilla, la durabilidad parece mayor. Has formado a tres de ellos y has incorporado a un cuarto. Lo has podido manejar sin tantas ansiedades de golpe. Incluso aunque al final del proceso te hayas tenido que rascar el bolsillo exactamente igual que si los hubieras tenido que fichar a todos. En el caso de otros equipos, sea ahora o sea a lo largo de la historia, cuantas más estrellas tengan igual hasta puede ser contraproducente estirar el chicle. Me explico.

Sostener tantos altos contratos de golpe es difícil para la economía de una franquicia. Volvemos a lo de antes. O ganas desde el minuto cero, o todo se puede ir al garete rápido. Son cosas que no se pueden sostener en el tiempo, o sino que se lo digan a los Nets de Paul Pierce, Kevin Garnett, Deron Williams y compañía.

Los súper equipos, en muchos casos, nacen de las prisas por ganar. Esto provoca que no se orqueste bien el tema salarial y eso te condena a corto plazo. Por tanto, su longevidad puede reducirse de tal manera que, la unión de tantos buenos jugadores, acabe siendo hasta anecdótica en el tiempo. Incluso menor que la de un “solamente” buen equipo que ha sabido crear una estabilidad en torno a una gran figura.

Otra variable, aunque puede tacharse como menor, es la de la imposibilidad de hacerse con el talento del futuro. Los jugadores que dan el salto a la NBA en la noche del Draft están destinados a acabar lejos de los equipos que están ganando en ese periodo. Esta idea refuerza el concepto de lo cíclica que es la naturaleza de la competición.

Entonces, ¿súper equipos sí o no?

Conformar un súper conjunto te garantiza muchos puntos positivos; aunque en otras situaciones también puede volverse en tu contra. La idea sobre si se debe regular cómo compones tu plantilla siempre sobrevuela esta polémica, pero no se puede obviar ni olvidar que los súper equipos han sido una constante. No es nada nuevo.

Si se prefiere no usar esta nomenclatura, se puede decir que es imposible no pensar que siempre habrá grandes equipos que estén en lo más alto de la clasificación. Y para crear ese conjunto, has de vestirlo con las mejores ropas que puedas. Va más allá de la cuestión deportiva; es una cuestión de la naturaleza humana. Siempre aspiramos a más.

El debate debe abstraerse de si hay que tener o no súper equipos. Como se advertía al principio, es más que comprensible que a muchos no les guste esta aglomeración de figuras. Lo relevante es la capacidad de adaptación a las circunstancias. A cómo unos se aprovechan de la coyuntura, otros intentan revertir la situación y, los últimos, permanecen casi inmóviles esperando que la suerte vuelve a sonreírles de nuevo. Esto también forma parte del ciclo.

Habrá que ver cómo discurre la temporada. Si todo va según lo planeado o si se rompe de manera inesperada generando conclusiones diametralmente opuestas. Si el (los) súper equipo(s) acaban imponiéndose con tanta diferencia o si es precisamente esa desigualdad la que acaba generando fuerzas que conduzcan a una competitividad mayor en un futuro más próximo del que parece. Quedan poco más de tres días para averiguarlo. Que nadie pueda decir que no tiene ganas de que empiece la fiesta.

Con y sin súper equipos, por supuesto.


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