Joel Embiid «se vio forzado» a presentarse al Draft

A los catorce años no había botado un balón. A los quince empezó a interesarse por el baloncesto inspirado por unos vídeos de The Dream, Hakeem Olajowon. Cumplidos los dieciséis, Luc Mbah a Moute lo descubría en un campus organizado por él mismo en Camerún, y lo convencía para viajar a los Estados Unidos y pelear por convertirse en jugador profesional.

De Camerún al Draft: un espejismo

Un par de institutos e impacto inmediato. Un don por explotar que le brotaba descontrolado, a espuertas. En su segundo año en el instituto The Rock School (Florida), lideró a su equipo promediando 13 puntos, 10 rebotes y 2 tapones por partido. Ganaron 33 de 37 partidos posibles y se llevaron a casa el campeonato estatal.

En 2013 las ofertas la asediaban como a Harry las cartas de Hogwarts. No eran lechuzas, sino las universidades más prestigiosas de todo el país las que se peleaban por este talento inadvertido. Embiid eligió Kansas, y a mediados de temporada su nombre se escurría por la parrilla hasta la primera línea del Draft. Aquella camada se decía que contaba con un podium de un nivel que no se recordaba en años. Andew Wiggins, Jabari Parker y Julius Randle copaban las portadas de los rotativos deportivos, acumulaban highlights noche tras noche e inducían a toda clase de comparaciones con estrellas del pasado.

No eran solo ellos tres. Como decíamos, este Draft venía a rebosar de regalos. Pero poco importaron los Gordon, Exum, LaVine, Smart, Saric, Nurkic, Payton, McDermott… Joel Embiid los adelanto a todos. En primavera se rumoreaba que su nombre podía ser el primero que saliese de los labios de Adam Silver. Finalmente, una desafortunada lesión de espalda poco antes de la ceremonia lo relegaba hasta el número tres del Draft. ¿Como desilusionarse? Del suelo arenoso de Camerun a la Green Room del Barclays Center, en un trance de apenas tres años.

Un yate sin remos

Para Embiid, quizás, todo pasó demasiado deprisa. No pudo disfrutar apenas de esta transición, y su paladar se quedó a medias, con el anhelo insatisfecho de saborear algo más las mieles del ‘no profesionalismo’.

Los 76ers se encuentran hoy en Lawrence, ciudad del estado de Kansas y donde los conjuntos de Miami y Philadelphia se verán esta noche frente a frente en su último partido de pretemporada. El Allen Fieldhouse fue el santuario de Embiid durante casi un año; esta mañana, jugador y parquet se han reencontrado. «Es gracioso. No creo que nadie conozca esta historia, pero realmente yo estaba decidido a quedarme [en Kansas] porque me encantaba este sitio. Pero, en cierto modo, me sentí forzado a irme de aquí», confesaba el pívot a los medios tras la sesión de entrenamiento y recoge USA Today. «Amo este lugar, y cada vez que tenga la oportunidad de volver lo haré».

No es difícil imaginar el grado de control que tendría Embiid en sus últimos años de adolescencia. Ninguno. Su futuro se fue escribiendo entre agentes, representantes, contratos y asesores no solicitados. Un mundo desconocido y por el que center camerunés se movía torpemente. Su zona de confort era la pista de básquet. Su magia era su perdición. Él jugaba, otros decidían. No estrujó como le hubiese gustado la movida universitaria. Demasiado fugaz para un chico al que, salta a la vista, le encanta divertirse.

Su nombre valía demasiado como para ceder a caprichos tan absurdos como dejarle vivir su vida. Era más importante asegurar su(s) futuro(s). Pero Embiid es feliz, nunca ha dejado de serlo entre tanto revuelo, expectación, lesiones y malos augurios.

Puede que, al menos, encuentre en sus 148 millones cierto consuelo ante aquella Kansas perdida.


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