Las expectativas, ese arma de doble filo

Dice el diccionario de la Real Academia de la Lengua que la expectativa es la posibilidad razonable de que algo suceda. Definición precisa salvo por otra palabra: razonable. Y aquí es donde la expectativa se convierte en plural, porque cada uno tendrá la suya, y visto lo visto hay expectativas razonables para todos los gustos.

No pretendemos hacer una clase de léxico (que no sabemos), pero sí hacer una reflexión de cómo se están interpretando las actuaciones de los jugadores españoles en la NBA cuando (¡todavía!) no se ha cumplido ni tres días de la competición.

La expectativa sobre Pau Gasol a ojos de la prensa norteamericana, de la masa social que envuelve a los Lakers (envoltorio de dudoso gusto en muchas ocasiones, sirva de ejemplo el rapero de dudoso honor Snoop Dogg) parece ser que el catalán debe dar un paso al frente, producir estadísticamente lo suyo y lo de Bynum, sacar las castañas del fuego de un equipo empobrecido con los movimientos de su departamente técnico-directivo, y todo ello tras saber que su equipo le ha querido traspasar hace unas pocas semanas. Ahora Gasol vuelve a ser el hermano blando, el compañero erróneo para Kobe, y hasta (¡oh! ¡Dios mío!) una jugadora de la WNBA.

Cuando has ganado dos anillos y tienes un currículum como jugador de baloncesto envidiable las expectativas son tan tan altas que corres el riesgo de no cumplirlas. Y son tan tan exigentes que ni siquiera tienen que pasar tres días de competición para que la redes sociales y, en menor medida, la prensa te fulminen. Se olvidan los verdugos de Gasol que los Lakers son cada vez un equipo más viejo y más pobre, que tienen nuevo entrenador, que no han tenido pretemporada tranquila, que la química del vestuario ha sido saboteada desde dentro y que han jugado dos partidos seguidos… tras meses sin competición.

Las expectativas sobre Ricky Rubio amenazan con engullirle. Es impresionante el revuelo mediático alrededor del jugador salido de la cantera de la Penya. Pero juega en los Wolves, que no tiene más exigencia que el crecimiento a largo plazo y seguir viendo a esa suerte de Moses Malone blanco que se llama Kevin Love. Ricky cuenta además con la exigencia, pero con el temple también, de Rick Adelman, que seguro haya medido mejor qué grado de expectativas reales haya que reposar en los jóvenes (y veteranos al mismo tiempo) hombros de la promesa española. Rubio firmó un buen debut, pero no llegó a dos dígitos en ninguna categoría estadística, su equipo perdió y su pareja de baile (Russell Westbrook) acabó con 28 puntos. Y sin embargo, todo son alabanzas.

Y con Pau Gasol y Ricky Rubio en el disparadero, las expectativas sobre el resto de españoles están en un segundo plano. Pero, como las meigas, haberlas haylas. Las hay sobre el rendimiento de Marc Gasol tras la apuesta de los Grizzlies, que exigirá lo mejor del hermanísimo; las hay sobre Rudy Fernández, aunque sólo sean «parecerse a J.R. Smith, pero siendo un poco más cuerdo» (George Karl, dixit), y ¿las hay? sobre José Calderón, un veterano ya en la mejor liga del mundo, al frente de un equipo que no parece estar entre los 30 de la NBA. Será por canadiense, será por su plantilla. Y en estos tres casos, además de expectativas, parece haber hasta pausa para analizar lo que no ha hecho más que empezar: la nueva temporada.


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