Chicago Bulls: ¿listos, por fin, para subir de nivel?

Atacan bien y defienden fatal. Una opción divertida de ver estos Chicago Bulls (si no eres su gruppie o su técnico).

Un show en el que apenas hay tiempo para una relaxing cup de café con leche, pues con el segundo pace más frenético del circuito (108,5 posesiones por partido, cinco más que en 2019), es necesario recurrir a los tiempos muertos para respirar hondo y aflojar la hebilla del ritmo cardíaco.

Como digo, prolíficos en ataque (118 puntos por partido) y tercera peor defensa de la NBA (119,3), dando pie como corolario a que los Bulls, en estas primeras semanas, sean un equipo que necesita encestar mucho para así ganar. Elio (pre)dijo en su previa, antes de sentenciarlos fuera de playoffs, que este curso serviría para que «Chicago dejase que lo que tiene mostrase de lo que es capaz y a partir de ahí desprenderse de las piezas en las que no confíen». Bien… pues estos están demostrando de lo que son capaces. Y con ‘estos’ me refiero a ‘casi todos’.

El viernes invertí un par de horas en cotejar todos los partidos de los Bulls de esta temporada, sus siete victorias y sus ocho derrotas, buscando identificar un patrón. Un conjunto de variables (rotación, minutaje, ausencia de key players, perfil del rival, porcentajes de acierto, tendencias entre el back y el frontcourt…) que explicasen por qué los Bulls habían arrancado tan pésimamente la fase regular y cómo, con el paso de las jornadas, dicha percepción parecía estar invirtiéndose hasta el terreno llano al que habíamos llegado: ese en el que Chicago encadenaba una mini-racha de tres triunfos consecutivos, y donde el prefijo ‘mini’ hiere más si cabe al comprobar que no lo habían hecho ‘tan bien’ desde hacía casi dos años, pues toca remontarse a febrero de 2019 para recordar unos Bulls hilando tres victorias del tirón. El elevadísimo precio de la reconstrucción.

Los ‘Viejos Bulls’: 3 años de herencia

Los sedimentos de D-Rose, Jimmy Butler, Taj Gibson o Joakim Noah pesaban como diez tractores y no le ha sido fácil a la marea el arrastrarlos. Tras un último coletazo de la old era con Rondo y Wade (que bonita terna con Butler, por cierto, y que put*** la lesión de Rajon en aquellos playoffs), tocó dar carpetazo total al primer gran proyecto sin anillo de la era post-Jordan y volver a partir de cero. De derruir y reconstruir. Y ahí apareció Zach Lavine, y con él Lauri Markannen; las dos semillas del futuro a cambio del mejor presente de Butler.

Ante un traspaso de esta dimensión, no necesitamos conocer la PAC ni tener un huerto en el balcón de casa para saber que, por encima de todo y además de agua, sol, tierra y sustrato (mucho sustrato), las semillas lo que necesitan es tiempo.

Dos años y medio han pasado ya desde aquel volantazo ante el quitamiedos, fruto de que la directiva de GarPax asumiese que el proyecto estaba agotado y era el momento de resetear. Junio de 2017: dábamos paso a los ‘Jóvenes Bulls’. Epíteto suficiente donde el uróboro NBA no exige más para justificar el aluvión de derrotas que se venía encima, tiñendo claramente el horizonte. Desde entonces:

  • 2017/18: 27-55 (32% de victorias).
  • 2018/19: 22-60 (26% de victorias).
  • 2019/20: 22-43 (tendencia –a 82 partidos– de 33% de victorias).

Del ‘Tic-tac’ al ‘Pim, pam, propuesta’

Se acabó el tiempo de barbecho. La paciencia extrema como beneplácito está reservada a los Knicks, los aguacates y a Edmundo Dantés en el Castillo de If. Con Chicago tres años es margen suficiente. Ganar 30 partidos a estas alturas de ‘la reconstrucción’ es una miseria. Y además, analizando el vestuario, es (o se acerca) el momento de subir de nivel o estancarse.

Ese research de dos horas que os contaba antes, no arrojó ningún resultado satisfactorio si con ello pretendía descubrir ese stat avanzado, esa criba en Basketball-Reference o ese algoritmo hecho a medida que de repente diese sentido al despertar de Chicago en liga. Ni golpe de pizarra ni poción secreta de Bugs Bunny que explicasen el lavado de cara. Tan sólo una escala de grises sobre unas líneas borrosas y discontinuas. No había más; y esto es porque el único secreto se reduce a que los Chicago Bulls, simplemente, han empezado a jugar mejor porque ya era hora. Porque les tocaba. Ha arrancado la metamorfosis. Del Tic-tac de Pablo Iglesias al Pim, pam, propuesta de Carmona.

Coby White, su ‘1’ titular, os lo explica por mí. «Nuestra confianza en el compañero es altísima. Creemos que tenemos un equipo realmente bueno. Mejoramos a cada partido. Estamos convencidos y amamos jugar con el de al lado. Siento que estamos creciendo. Confiamos en el jugador que está en cancha en ese momento, independientemente de quién se trate. Estamos empezando a despegar. Tenemos le sensación de que deberíamos estar en balance positivo, por encima de ese 50% de victorias. Un par de las derrotas que sufrimos dolieron especialmente, y cerrar los partidos está siendo una de nuestras mayores dificultades en este comienzo de año».

Así están las cosas. Como dos masas de aire frío y caliente que se contonean acercándose, los Bulls han empezado a orbitar el vector de inflexión en el que todo proyecto afronta el reto de convertir en regularidad los chispazos de química diseminados en minutos, cuartos o incluso partidos enteros. Sin ser borrasca, el proyecto de Jerry Reinsdorf está justo en ese punto. Y creo que el asunto pinta bastante bien por varios aspectos que os paso a contar y que abordaré desde tres enfoques o perspectivas: la estrella, el entrenador y el grupo.

LaVine, la estrella

Zach LaVine ocupa, seguramente, el peldaño más bajo de entre los jugadores franquicia. No obstante, es (no hace falta ser All-Star) una estrella. Y con mucho recorrido por delante. Tiene 25 años y éste es su cuarto en Chicago; con la gore-renovación a la vuelta de la esquina (FA en 2022), es el turno de dar una nueva zancada en su escalera de calidad. De seguir haciendo buenos números en lo individual pero ahora revertiéndolos en beneficio del equipo. En abandonar el rol de ‘estrellita’ y empezar a jugar como una auténtica estrella, lo que incluye dirigir, defender, liderar, impartir ejemplo, y mandar en el clutch entendiendo, a su vez, que la tuya no siempre es la hot hand y que a menudo es mejor ser cómplice que protagonista.

Que dicha mutación ya ha comenzado para quienes estéis siguiendo a los Bulls en estos primeros compases, es, seguro, más que evidente. Y para el resto del vestuario también.

«Obviamente (Zach) está jugando a un nivel muy alto en este instante», comenta Lauri Markkanen.» No solo anota; todos sabemos que puede hacerlo. Lo hará todas las noches de hecho, pero creo que está haciendo un buen trabajo al involucrar a los demás, y empleándose a fondo en cualquier extremo de la cancha. Está reboteando bien para ser un base. Ha habido, además, mucho debate durante estos años sobre si no podríamos anotar juntos y simultanearnos en pista. Pero creo que estamos haciendo un gran trabajo».

El mismo LaVine –aprobado en autoestima– también aborda con franqueza su curva de madurez: «Creo que he dado un paso en la dirección correcta esta offseason, centrándome en cómo hacer mejores a mis compañeros y confiando en ellos. Estoy tratando de leer mejor las jugadas y generar tiros abiertos». ¿Y lo está consiguiendo? ¡Ya os digo que sí! Actúa de point guard menos que nunca en su carrera (solo un 5%) a la par que nos regala su mejor versión como playmaker. El ex de los Timberwolves (de donde jamás debió salir) está repartiendo 5,2 asistencias por encuentro (plusmarca) a la vez que anota más (26,8) y mejor (63,5% en True Shooting) que nunca desde que salió del Draft 2014. Y todo esto con el menor usage desde que viste su actual camiseta. No lo ganará, pero de seguir así sería un magnífico candidato al MIP.

Donovan, el entrenador jefe

Tras petarlo en la NCAA (dos títulos de campeón), Billy Donovan llegaba a Ilinois acompañado de su impoluto aspecto de congresista y con un fuerte aroma a playoffs; el mismo que le ha acompañado, sin excepción, en sus cinto temporadas al mando de Oklahoma City Thunder.

Fred Hoiberg y su básquet de cine-fórum de no calaron como se esperaba, y Jim Boylen, la antítesis del anterior, era a Thibodeau (podcast obligatorio de El Reverso) lo que el Sargento de artillería Hartman al General Hummel de Michael Bay, es decir, técnico de la vieja escuela reducido a despropósito vestido de mala leche (no te envían a casa el título de Coach Carter solo por matar a tu equipo a flexiones).

Billy Donovan, tras estos dos patinazos, era justo lo que necesitaban en el United Center para su comprar su reentrada al espectro competitivo: juventud bien entendida, cercanía, experiencia, gen ganador y mucho amor por el baloncesto. «Te reta en múltiples aspectos, y eso es algo que respeto», se refiere a él Zach laVine. «Soy un tipo bastante directo y eso me gusta. Cuando hablo con él sobre lo ocurrido en cancha, no sólo se limita a ‘Buen partido’ o ‘Mal partido’… son las complejidades de, ‘¿Qué has aportado a tus compañeros?, ¿Cómo estás liderando?’. Me está ayudando mucho».

Donovan da ejemplos de todo esto a cada oportunidad, deteniéndose en los detalles y haciendo partícipes a sus jugadores, apostando a menudo por los corrillos y las piñas en esos instantes del encuentro en que el rival aprieta y las miradas se ofuscan. Entonces el tiempo muerto se convierte en un círculo cerrado de cabezas donde se alternan los consejos con el empujón anímico que sus chavales necesitan oír.

En cuanto a LaVine, de quien detectó nada más llegar su potencial como estrella no solo anotadora, sino versátil, Donovan lo adopta bajo su tutela en la etapa, si a mentalidad nos referimos, a su vez, más ideal y frágil de su profesión. «Creo que todo jugador llega a un momento de su carrera en que ganar se convierte en algo muy, muy importante. En su caso, soy su sexto entrenador en seis años como profesional, lo cual implica poca estabilidad. Y él quiere empezar a ganar. Ama el grupo en el que está, y está aprendiendo muchísimo en estos primeros meses. Entiende que tiene la capacidad para conducir al equipo al siguiente nivel. Y cada vez pasa mejor el balón. Está evolucionando y trabajando durísimo este año».

Los Bulls: el grupo

Siguiendo con Billy Donovan, tras el pasado triunfo ante los Charlotte Hornets dijo esto: «Gran parte de la identidad de estos chicos se asienta en su capacidad para encestar el balón. A la mayoría de ellos se les da realmente bien. Y cuando eso no sucede, como en un par de posesiones al final del 3º cuarto donde movimos muy bien la pelota pero esta no quiso entrar, pues…»… Pues tiempo muerto, el susodicho corrillo y lección de psicología inversa. «Me encantaría que os enojaseis así no sólo cuando falláis esos tiros, sino cuando descuidasteis la defensa y permitisteis una bandeja fácil», capturaban los micros. «No veo que os cabreéis por ello. Necesitáis enfadaros en defensa, que es algo que sí podemos controlar, y no si un tiro (bien seleccionado) entra o no».

Sin alcanzar los 25 años de promedio, la de los Bulls repite como una las plantillas más jóvenes de la NBA; pero joven no es necesariamente sinónimo de inexperta. El Draft ha proveído mucho y bien últimamente, sobre todo en la pintura donde Gafford y Carter Jr. —nacidos en el 98 y el 99 respectivamente— van relegando poco a poco a Felicio al lugar de las ex en las fotos de familia, la esquinita del marco, y dan la impresión de garantizar el juego interior de los Bulls por mucho rato. No obstante, donde se cuecen por ahora las victorias no es en el puesto de ‘5’ sino en los demás, donde se junta un interesante combo de juventud, precocidad y veteranía. Garret Temple y Thaddeus Young son los abuelos del roster con 34 y 32 años: el ala-pívot, quien está regresando a su nivel, aporta, al más puro estilo Tom Boerwinkle, características únicas en las inmediaciones de la botella como anotador y asistidor, y Temple, eterno microondas desde el banquillo con sus 25 minutos por noche, está lanzando genial desde el triple (41,2% en 4,5 intentos por noche).

De hecho la mayoría de los jugadores de Chicago están tirando fenomenal este curso, algo que no sólo se debe al talento individual de cada uno, sino a la capacidad de mover el balón con rapidez y eficacia, mejora en lo que el head coach (en la que me detendré luego) está teniendo bastante que ver.

Hasta ocho jugadores superan o rozan los diez puntos por velada, seis rebasan el 40% en triples y nueve el 35% (cifra media de acierto en la NBA). Zach LaVine es el necesario líder de un equipo en el cuál rookies y sophomores están sabiendo encajar (Coby White, Patrick Williams) y donde la segunda unidad se mantiene solvente gracias al interesante reparto que está haciendo Donovan a la caza del equilibrio entre ambas, reservando a Otto Porter Jr quien, junto a Temple, Satoransky y un Denzel Valentine a quien por fin respetan las lesiones y le entran los triples como lo hacían en la NCAA, apuntillan una rotación con pocas grietas en su juego y donde la versatilidad del mejor Markkanen o un Carter Jr. que, poco a poco y con timidez, va abriéndose en cancha, permiten ver a unos Bulls completos y dinámicos, y más o menos alineados con el small ball en función de lo que exija cada tramo del encuentro.

Los cambios 20/21 más a fondo

No solo la rotación ha cambiado sino el sistema de juego. Donovan y su staff han hecho un buen análisis DAFO desde su llegada, identificando los puntos fuertes de cada jugador y abandonando las pizarras fallidas que repetía Boylen una y otra vez con los miembros incorrectos de la plantilla –como la ‘Princeton high post Offense’ con Otto Porter de ball handler, devolviendo al alero a su rol más eficaz de 3&D y spot shooter que vimos en los Wizards–.

La increíble variedad de jugadas, involucrando incluso a los big men en el poste alto (subiendo varios puestos en el escalafón en cuanto a elbow touches respecto del curso pasado), el mejor uso de las pantallas (dobles o simples) en beneficio del tiro limpio, o algo tan aparentemente sencillo como ejecutar cada acción con el jugador adecuado (dejando, por ejemplo, que sea LaVine y no Coby White quien se maneje en los aclarados, y reservando para el segundo situaciones de corte y velocidad facilitados en el lado débil tras un buen desplazamiento grupal off ball), se erigen obligatoriamente como la principal causa de que los porcentajes de acierto en el tiro se estén disparando y el equipo vibre, y nos haga vibrar, en un ataque multiorgánico y fluido.

Ahora bien, si estos Bulls están tan pintones… ¿por qué publicar esto justo después de que reciban una tunda a costa de los Lakers? Pues porque esa no es su liga y en nada afecta, por ahora, a su hoja de ruta –y quizás de camino me ahorre la estampita de oportunista–. Como bien manifestó Thad Young tras batir a los Hornets «De esto va todo. De vencer a los equipos que se supone que tenemos que vencer y luego, poco a poco, iremos aspirando a derrotar a los equipos a los que se supone que no deberíamos poder derrotar».

Diana, Thadeus, diana. Porque estos no son los Bulls que son. Son los Bulls que vienen. O mejor dicho: los Bulls hacia los que van.

No obstante, no pasa nada por resaltar (aunque el ritmo de posesión nada tenga que ver el de ahora con el de los 70 o los 80) que los actuales Bulls están, en estos dos primeros meses de competición, firmando sus mejores números en ataque en 50 años. Cincuenta (hola, Airness).Y a la mínima que de Thibs haya quedado un mísero legajo y Donovan traslade a la franquicia que le paga el sueldo parte de aquel sello (poderío en el rebote y el convertir su zona en un cerrojo) por el que tanto reconocimos a sus Thunder en estos cinco últimos años… tocará pararse y decir seriamente aquello de «Hay que hablar de Chicago».

(Fotografía de portada de Jonathan Daniel/Getty Images)


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