Charlotte, Jordan y Hayward: ¿atraco u oportunidad?

He entrado cinco minutos en Twitter para ojear las primeras reacciones a su fichaje, y me han sobrado cuatro para ponerle un titular al primer sondeo: ‘Robo a mano armada’ por clamor popular.

Y yo, raro en mí, en la acera de frente esperando la tomatina. Que me gusta oye.

  • ¿Sobrepagado? Y quién (que sea una estrella) no.
  • ¿Tóxico? Sólo el tiempo lo dirá.

Olvidamos a menudo, además, que el concepto de ‘sobrepagar’ adquiere una dimensión distinta en los destinos modestos, sin abolengo ni folclore. Y para no repetirme, permitid que me cite a mi mismo hace dos semanas cuando escribí sobre los Hornets y Devonte’ Graham:

–»…Y sobrepagar es el verbo porque es el que casi siempre acompaña a las franquicias pequeñas con sus mercados pequeños: que son muy pocos los que quieren ir allí, salvo que la oferta sea tan demoledora como para obviar este hándicap.

Para más inri, hace tiempo que el ‘efecto Jordan’ a modo de anzuelo (aquel que todavía a veces se ponía el chándal y bajaba a los entrenos a dar una master class) perdió su gancho. De ahí que Malik Monk flipara de aquella manera cuando toda una leyenda de los Spurs como Parker decidió, de motu proprio, terminar sus días NBA con su misma camiseta de atractivo extraño»–

Inflar el gasto de más cuando se trata de adquirir una estrella no es un error de cálculo ni un pie en el agujero, sino una penitencia de carácter no optativo; un aro por el que pasar.

Y ahora, sin más dilación, analicemos brevemente a Gordon Hawyard como jugador –el que ha sido, es y más o menos será– para (intentar) entender el porqué de tanto jaleo y abucheo en las redes.

¿Viejo o veterano?

Veterano-bien. 30 años, y salud mediante, la segunda mejor etapa de su baloncesto por delante en todo jugador moderno. La primera va de los 26 a los 30 (donde físico e IQ combustionan en su máxima amplitud) y la siguiente es la que recién empieza, con las piernas, si bien no tan frescas, aún lejos de sus últimos coletazos, y el conocimiento del juego en un ascenso incansable y vitalicio.

Lesiones… ¿propensión?

Pues depende. Lo efectista (en lo visual), sumado a lo reciente de sus lesiones, ha dejado un poso engañoso sobre un jugador que súbitamente parece de cristal, cuando toda su carrera se ha dedicado a dejar muestras de lo contrario.

Atlético, descarado, con desparpajo y sin ningún miedo. Así recuerdo al Gordon Hayward de sus primeros años en Utah. Con el rostro infantil, un corte de pelo de tijera y urinal y posters brutales de white nigga como éste sobre Paul George.

Cuando aterrizó en Boston la fiabilidad en su físico era absoluta, pues en sus siete años en Salt Lake City, su cifra más baja de partidos en RS había sido de 66. Y su lesión, dolorosa ante los ojos, vino precisamente en un ágil intento de alley-oop.

Lesión ósea la suya, como digo, más desagradable que lapidaria en lo profesional (ya lo analizamos años antes cuando Paul George sufrió idéntica suerte). De las que cuesta ver pero no tanto recuperar, si las comparamos con otras que, sobre la pista, apenas dan visos de haber tenido lugar –como el clásico ligamento cruzado, el menisco o el maldito tendón de Aquiles– pero mucho más mortíferas en sus secuelas.

Paciencia, ritmo de juego y más paciencia, es lo único que hemos necesitado para volver a ver al mejor Gordon Hayward, cercano a su nivel de Utah y con apenas una chispa de pérdida en su explosividad. La cautela y el derroche de testosterona (tras lesiones así se entrecruzan en la bisectriz) es otro cantar.

Pero el esguince más inoportuno en el instante más crucial de la temporada nos hizo unir la imaginaria línea de puntos y revivir viejos fantasmas, opacando una temporada del forward que no había sido buena… había sido sensacional: sin necesitar recurrir a sus fieros ataques al aro de otros tiempos, el pelirrojo venía de coleccionar, en 52 partidos de fase regular y 33,5 minutos de media, el mejor True Shooting de toda su carreara (59,5%).

En Finales de Conferencia volvió como un obús tras su mes de baja, pero le faltó rodaje al levantar la serie ante los, a la postre, subcampeones del la NBA, los Miami Heat.

En resumen: Hayward está en plena forma para rendir en Charlotte, en una edad cercana a la ideal y sin razones de peso para pensar que las lesiones deban convertirse en un problema recurrente en lo que le resta de carrera.

¿Es una estrella?

Desde luego que lo es. Que una larguísima lesión y las eclosiones de Jayson Tatum y Jaylen Brown como All-Stars (quitándole peso en ataque) no le haya permitido hacer unos números de locura, no implica que no esté condiciones de sumar el segundo All-Star de su carrera, y más en un equipo tan yermo de cracks y exigido de un líder.

A sus 30 años, Hayward cumple todos los requisitos para ser el buque insignia de los Hornets en los próximos años. A su capacidad para anotar se suma su creciente talento para crear. Ya en Boston hemos visto fogonazos de ese jugador hábil para subir el balón y con criterio para repartirlo (4,1 asistencias este año).

En su nuevo vestuario estará rodeado de jugadores para exprimir ese don, tanto desde la velocidad y el corte (Malik Monk, Miles Bridges) como en el catch and shoot (Devonte’ Graham, LaMelo Ball), así como opciones interiores nada desdeñables (Cody Zeller, PJ Washington).

¿Pero es tan, tan caro?

Pues si rinde como el All-Star que aún estamos a tiempo de volver a ver, asumiendo que pasada la crisis del Covid el límite salarial volverá a subir, que la plantilla, con Batum ya fuera, es tremendamente joven y por lo tanto liviana en lo salarial, y que, como dije al principio, las estrellas a Charlotte no llegan sino es a golpe de talonario…no tengo ningún problema en decir que no. Gordon Hayward no es caro.

Después de todo, Michael Jordan ha hecho con él lo mismo que Danny Ainge hace tres temporadas (128 millones por 4 años), y quizás lo único reprochable es que a los 34, sí ejercerá su player option cuando el epitafio de su carrera ya se divise en lontananza.

Pero MJ, con esta gran inversión y apuesta de (cierto) riesgo tiene a su alcance devolver a los Hornets algo de que perdieron con la marcha de Kemba a Boston y que ahora, desde Boston mismo, pueden devolverle el favor. Una cara. Un estandarte. Un capitán. Una razón para creer y un jugadorazo (pues eso es Hayward) con el que disfrutar.

Competir por (y en) los playoffs se convierte en algo automático e inherente tras este fichaje, y estoy convencido de que a la afición el avispón le basta con esto en el corto-medio plazo.

Con hasta 30 jugadores en la NBA por encima de los 30 millones de salario y 40 por encima de los 25, no seré yo quien tuitee que Gordon Hayward (talento, competitividad, defensa y experiencia) de el perfil de jugador tóxico ni soprepagado de más.

Y espero que alguno de vosotros, traes leer esta modesta columna de opinión, tampoco.

(Fotografía de portada de Maddie Meyer/Getty Images)


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