Serge Ibaka: «No sabía nada de Oklahoma»

El mundo es cruel, desigual, polarizado y maniqueo. También es cínico, y a veces parece que se mueve bajo los hilos de un titiritero inspirado en las raíces más frívolas del cine de Stanley Kubrick para hacernos bailar. Sin embargo, en ocasiones, también toma rasgos de Spielberg y destellos de Woody Allen. Algunos, muy pocos, son tocados por esa doble varita. Y sus historias, por desarrollarse dónde se desarrollan, al conocerlas, se disfrutan el doble.

La vida de Serge Ibaka se desliza con agilidad sobre ese triple guión. Y él parecía intuir ya una de sus partes. Nació en Brazzaville, la capital del Congo, el menor de los dos —junto a la vasta República Democrática del Congo— países hermanos que ocupan el centro y corazón de África. Desde finales del siglo XX la NBA se fue abriendo poco a poco al colonialismo deportivo, abierta y receptiva a acoger entre sus brazos todo el talento baloncestístico, independientemente de su lugar de procedencia.

Las llanuras africanas también contenían su dosis de talento, y poco a poco, con cuentagotas, fueron exportando su materia prima —(Ken Charles, Dikembe Mutombo, Makhtar N’Diaye, Hakeem Olajuwon)—. Pero eran, y son, pepitas de oro en océanos de polvo y arena. Por eso, imaginar de pequeño que algún día, por las calles de Norteamérica, otro niño vestirá una camiseta hasta las rodillas con el equipo de básquet de su ciudad y tu nombre a la espalda, es imaginar muy alto.

Pero Serge lo vio claro, y nos lo destripa en este artículo publicado en The Players Tribune, y que a todos aquellos que no estén peleados con el inglés recomendamos enfervorecidamente su lectura. A los demás, que por tiempo o ganas descartéis esa opción, os resumimos aquí lo más impactante y sustancial.

Nacido para el baloncesto

«Creo que Dios me puso en esta tierra para jugar al baloncesto», comienza.

«¿Cómo lo sé? Cuando era adolescente, mi vida cambió para siempre debido a un torneo que jugué con el equipo nacional junior del Congo en Sudáfrica. Lo que pasó después fue un milagro».

Ibaka tiene razón. Muchos son los llamados pero poco los elegidos. En el continente más pobre y despiadado del mundo, este refrán se multiplica por cien —o por mil, prefiero no echar cuentas—. De tener las condiciones físicas e innatas para jugar a este deporte a que todo concurra para que un día vivas de él, y lo hagas además en la mejor liga del mundo, hay varias constelaciones de por medio y al menos una estrella debe haberse fijado en ti.

«¿Viajar hasta Sudáfrica? ¿Quién pagaría por eso? La idea sonaba poco realista. Cuando mi padre jugaba al baloncesto, a mi edad, nunca tuvo la oportunidad de jugar en un torneo de esta índole. Pero por la gracia de Dios, la Federación de Baloncesto congoleña accedió. Yo era uno de los primeros sub-15 del equipo nacional junior de Congo en viajar para jugar en una competición continental».

A partir de ahí, levantada la baliza y tras el primer empujón del destino, su talento hizo el resto. «En ese torneo jugué en un nivel que, sinceramente, no creía que fuera era capaz de alcanzar. Tiraba en suspensión y girando en fadeaway, y luego iba por la cancha preguntándome,‘¿Cómo diablos has hecho eso?.’ En el primer partido, contra Sudáfrica, logré 19 rebotes, 12 tapones y 27 puntos. A pesar de que estaba jugando contra los mejores del continente, practiqué uno de los mejores baloncestos de mi vida».

Cogiendo impulso; España

Luego lo que vino, no fue sino un corolario de esta realidad. MVP del torneo, líder en puntos, chapas y rebotes, y una puerta que se le abría hacia el cielo. El siguiente paso: España.

«Cuando llegué a España, tenía 17 años. Me centré en dos cosas: aprender español, y trabajar cada día. Al principio, vivía con otro jugador africano que también hablaba francés. Eso ayudó a que las cosas fueran un poco más fácil para mí, ya que no hablaba español. Pero quería aprender. No quería perder el tiempo. No me gusta desperdiciar el tiempo en mi vida. Cada minuto, cada vez que me despierto, tengo que hacer algo para mejorar. Así que le pedí a mi equipo, el Club Bàsquet L’Hospitalet, que me ayudara a aprender español».

Ibaka compartía la opinión de los magos del lápiz, Uderzo & Goscinny, y que tan extendida está hoy por todo el globo: «España, es diferente». Y sí; también para el baloncesto. A diferencia de en su país natal, donde el nivel de profesionalismo era limitado, aquí «todo era baloncesto. Tuve un entrenador duro. Trabajé en mis fundamentos y en mi lanzamiento. Por las mañanas y por la tarde, tocaba entrenar».

Aquí, antes de soñar a lo grande, también tocó escalar. Comenzó en el «Equipo B», el de desarrollo; pero pronto se dieron cuenta que esos brazos eran carne de primer nivel. De primera plantilla. «Jugar en el primer equipo era mi único objetivo. No pensaba en aquella época en la NBA. Ni siquiera sabía como funcionaba el draft. Había leído algunas revistas sobre baloncesto mientras vivía en El Congo, pero nunca había visto básquet NBA porque no teníamos acceso a la televisión por satélite». Continentes distintos, realidades distintas, problemas distintos.

«Más adelante, empecé a ver vídeos de la NBA en Youtube. Quería ser como ellos, quería jugar en la NBA».

No obstante, su ascensión, como su impacto, fue meteórica. «Al cabo de estar un par de meses en España mi agente empezó a pensar en el futuro, y me habló sobre ir a entrenar a los EE.UU». No era precipitado. Para nada. Aún jugaba en el equipo B, pero su crecimiento en el parqué iba por delante. Fue declarado MVP del Reebok Eurocamp, los ojeadores empezaron a asistir a sus entrenamientos, y el cartel de futura estrella empezó a deslizarse por su cuello.

«Mi agente me dijo que sería una buena idea que me presentara al draft». Dicho y hecho, los Seattle SuperSonics —hoy trasladados a Oklahoma City y bajo el nombre de los Thunder— se hicieron con él en primera ronda, en el puesto 28º, en el año 2008.

Conociendo Oklahoma

Ibaka tenía todavía 19 años, y en Seattle prefirieron que siguiera formándose en España al menos durante un año más. Justo entonces, se mudaron a OKC. Y como reconoce abiertamente el hispano-congoleño en su texto: «No sabía nada de Oklahoma».

Pero el tiempo, hizo el resto, o vamos, hizo casi todo. «Oklahoma era el mejor sitio en el que podía estar. La ciudad me acogió y me abrió sus brazos. Pronto me di cuenta de que era comunidad llena de buenas personas y que cuidaban de mí. ¡Los fans eran increíbles! Tremendamente apasionados y leales de manera incondicional. He amado jugar para ellos».

El primer flirteo con lo más alto de la torre éxito le llegó en 2012. Finales ante Miami Heat. No pudo ser. Pero el proyecto, lo que le rodeaba, solo podía empujarle a creer. «No podía haber pedido otros jugadores mejores de los que aprender, especialmente KD y Russ. Es una gozada jugar con jugadores que tienen tanto talento, que pueden anotar —que pueden hacer realmente casi cualquier cosa— y que aman el juego de esa manera».

Conociendo a KD

«En mi segundo año en la liga, mientras todavía me estaba acostumbrando a todo aquello, Kevin [Durant] me dijo que había una casa libre por la zona en la que él vivía en el centro de la ciudad. Me mudé y nos convertimos en vecinos. Esa temporada me la pasé casi toda en su casa. Descansábamos, comíamos y jugábamos a la videoconsola juntos. Kevin tenía un montón de amigos, y me ayudaron a sentirme cómodo en un lugar en el que era un completo extranjero. A veces iba a su casa sólo para robarle algo de comida. Siempre fui bienvenido. Mientras he estado con los Thunder, Kevin ha sido como una familia para mí».

Pero claro, Durant no es uno de los mejores jugadores del mundo, y probablemente de la historia de este deporte, sólo por ser un gran anfitrión. Algo más debe esconderse detrás de su talento y su buen rollo con Serge.

«Una de las historias que me gusta contar sobre mi etapa en Oklahoma es sobre la primera vez que llegué allí. Quería tratar de impresionar a los entrenadores por ser el primero en llegar a los entrenamientos. Recuerdo que Scott Brooks nos dijo que los entrenamientos empezaban a las 11 a.m., por lo que me presenté en las instalaciones a las 10, con la seguridad de que yo sería el primero en estar allí. Pero KD ya estaba en la cancha, lanzando sus tiros. Él ya estaba allí sudando.

Así que, a la mañana siguiente, pensé, ‘está bien, voy a aparecer incluso antes. Tal vez sobre de las 9:30. Así sin duda seré el primero en llegar’.

Pero no.

La tercera mañana pensé en llegar dos horas antes, a las 9:00 a.m. Adivinad qué. KD ya estaba allí, trabajando. El tuvo que ser sin duda quien había encendido las luces».

Hoy, del trío, sólo queda Westbrook. Durant buscará la gloria absoluta con la camiseta de los Warriors, mientras que los despachos ha decidido que Ibaka continúe sus pasos en los Orlando Magic.

No sabía nada de Oklahoma, no tenía ni idea de que fraguaría amistad con Durantula, y seguro que hasta hace poco ni podía imaginar que la temporada que viene jugaría en los Magic.

Pero una cosa siempre la tuvo clara; él, Serge Ibaka, estaba hecho para el baloncesto. Ah, y ahora hay otra cosa sobre la que tampoco alberga dudas: «En Orlando, yo voy a ser el chico que enciende las luces».


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