Ricky…. ¿y ahora qué?

El artículo de hace una semana donde divagué sobre cómo podía complementar Tyrell Terry, otro base prometedor, a Ricky Rubio en caso de que los Suns se fijasen en él la noche del draft, ya da pistas claras de lo mucho que vi venir el movimiento de ayer.

Steve Wonder y Aramis Fuster. Un servidor, todo en uno.

Ceguera total, y sorpresa también para muchos de vosotros –imagino–, ante a un traspaso gestado casi en la sombra. Frente a los que creíamos que tras un año prometedor, en Phoenix buscarían ajustarse al mosquetón y asirse bien a la roca, la directiva lo único que ansiaba era horadar un agujero lo más recto posible en la piedra y levantar un túnel por el que lanzarse correr, sin ataduras ni tampoco red.

James Jones (general manager) ha considerado que los 24 años de All-Star en ciernes de Devin Booker, (y aspirante a MVP… sí, sí, también), el tercer curso en la Liga de DeAndre Ayton y piezas sólidas como Baynes, Saric o Bridges en la rotación, eran suficientes para acometer el all-in.

Un all-in que toma forma en uno de los mejores point guards de todos los tiempos. El temporadón que viene de marcarse Chris Paul en Oklahoma ha pesado más que sus 35 años de edad (en la búsqueda del paralelismo de los casi 36 de LeBron ‘Viejoven’ James como MVP de las Finales) y sus 85 millones de nómina pendientes.

Ricky: sobresaliente sin matrícula

El caso es que a Ricky, principal víctima de este movimiento, parece que jugar bien le sale rana, pues las tres veces que ha rayado su mejor nivel se ha convertido en carne de cañón. Primero fueron los Wolves y Jeff Teague. Hace un año Utah y Mike Conley. Ahora ha sido el turno de Phoenix y Chris Paul. Es el precio a pagar por aspirar a estrella sin serlo. De liderar una plantilla sólida a convertirla (sobre el papel) en aspirante.

Y Ricky Rubio, 30 años recién cumplidos, vigente MVP del Mundial y desplegando, de largo, no el más mágico pero sí el baloncesto más maduro y eficaz de su carrera, sólo puede responder con un emoji a un mercado que hace tiempo dejó de cazarlo a contrapié.

¿¡Qué negocio éste de la NBA, eh Ricky!? Que se lo recuerden a DeMar DeRozan: cruel astilla en lo personal; grada indignada y dolida; intachable Ujiri en lo deportivo. El sacrificio perfecto para los mayas de Mel Gibson en Apocalypto, pues de la ofrenda de un solo ser (un franchise player), llovió el anillo del cielo de Air Canada.

–»Es mi mejor amigo. Es un negocio duro…¡es un negocio magnífico, sí…! pero a veces apesta”– Kyle Lowry al traspaso de DeRozan.

Oklahoma: ¿repostaje o destino?

Obviamente, sin Paul (Suns) ni Schröder (Lakers) los Thunder son mucho menos contenders. No al nivel que muchos los posicionaban en septiembre (cerca del farolillo) pero sí alejados de la grata impresión ofrecida a lo largo del curso y que culminaron en los breves pero intensos playoffs de la burbuja (4-3 ante Houston, a milésimas de dar sorpresa).

Y ahora Ricky Rubio… ¿qué? Vuelvo al titular para intentar meterme en la cabeza de un genio y dilucidar qué planea hacer Sam Presti con él.

No son pocos los que afirman que el catalán solo está en OKC de paso. Que su traspaso no ha sido sino el medio para un fin (cuadrar salarios, renegociarlo…) y que no arrancará el curso 2020/21 vistiendo el sky blue.

Diversos medios ya le buscan tercer destino. Un proyecto macerado y listo para rendir y competir, con buenas piezas individuales y que anden a la caza de un buen timonel al precio adecuado: un ‘1’ versátil, competitivo, ajeno a los focos y con rápida capacidad de adaptación.

San Antonio, Orlando o Pelicans son equipos a los que aportaría un salto de calidad inmediato, siendo destinos más humedos y soñados L.A. Clippers o Miami Heat, cultura y plantillas en las que encajaría como anillo al dedo y aspiraría por fin a lo que se le lleva resistiendo toda su (ya dilatada) carrera: el cuadrante final de los playoffs.

Pero…. ¿y si Presti decide quedárselo? ¿Y si Oklahoma no es un área de servicio y se convierte en su nuevo vestuario, desamparado a la espera de un líder?

El español viene de orquestar el juego de la plantilla más joven e inexperta de toda la NBA (24,5 años de media en la 2019/20), algo que acentuó el aprecio hacia el básquet desplegado por Monty Williams durante varios tramos de la temporada.

Los Thunder, con este último traspaso y ya Ricky en sus filas, son también una plantilla joven que tienen en Steve Adams, Danilo Gallinari (con muchos números para salir), Andre Roberson y el propio Ricky a sus miembros más veteranos.

No parece, ni de lejos, el sitio ideal para el playmaker en este punto (el más álgido) de su vida deportiva, cuando aún conserva la frescura para ser titular, y diferencial (a su manera, como efecto potenciador) en un conjunto que tenga el anillo en un enfoque corto y diafragma abierto, es decir, entre ceja y ceja.

¿Qué (a)guarda Oklahoma?

Pero imaginemos que se queda. ¿Qué escenario ofrecen lo Thunder para pensar que Ricky puede disfrutar allí y no estar únicamente ante un año de transición? Ahí van tres factores.

  • Pase y continuación: Steve Adams y Nerlens Noel se erigen en un potente dúo que invita al pick and roll, tanto por alto como por bajo. Una fuente fácil de generar puntos, de entre las predilectas del español gracias a su gran visión y precisión en el pase.

  • Luguentz Dort: todos alucinamos con el despliegue defensivo del ¡novato! en aquella primera ronda de playoffs, convirtiéndose en la lapa, obsesión y pesadilla de James Harden durante toda la serie, confirmando que podemos estar ante un stopper de época. Algo que Ricky siempre ha echado en falta toda su carrera (ni Mitchell, ni LaVine, ni Wiggins, ni Derrick Williams… algo más Booker) quedando apenas como única punta de lanza válida en el esquema defensivo perimetral de sus equipo. Jugador intenso desde siempre (aquí su debut con 14 años en el DKV), seguro que siempre ha soñado con tener a su vera ‘su propio Tony Allen’.
  • Libertad de acción: por más que nos encante verlo anotar, el mejor Ricky siempre ha florecido en su versión de playmaker generador. Un talento innato para acelerar o ralentizar el juego, leer la jugada y localizar la oportunidad y el espacio, talento a menudo opacado por entrenadores con la visión de conjunto de un buey de carromato (ese Thibs haciendo subir el balón a Wiggins en los últimos cuartos y llevando a Rubio a la esquina…). En Phoenix, él y Booker han sido pura sinergia, compartiendo el rol de distribuidor sin estorbarse… todo lo contrario; crecíendose en la sinapsis. Hemos asistido al mejor Ricky pasador (10,2 asistencias a los 36 minutos) de siempre. En OKC, con las salidas de Paul y Schörder, sólo tendría ‘en la competencia’ el joven talento emergente de Shai Gilgeous-Alexander, un combo guard que ‘es feliz’ sin balón, con el tiro y poderío atlético suficiente para hacer de sus virtudes y las de Rubio más todavía. El consabido poder multiplicador y generoso que aporta el base de El Masnou como su mejor baza a los mandos; juegue donde juegue, vista los colores que vista.

(Fotografía de portada de Kevin C. Cox/Getty Images)


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