¿Podría ganar Chris Paul el MVP hoy en día?

Mi oposición se compone de un total de 240 temas, y raro es el que, cuando te introduce una institución o figura jurídica nueva, no arranca con un enfoque doctrinal objetivo-subjetivo para sentar las bases de la Oreo que te vas a ir comiendo durante las 10-15 páginas siguientes.

El combo, a la hora de abarcar, la verdad que es infalible: primero lo que es, y luego el cómo lo percibimos. O dicho de otro modo, unas reglas básicas para todos, asépticas e inmutables, y a partir de ahí banda ancha al pábulo de un estudio más experimental a cargo de cada individuo, sostenido en cómo interpretamos dichas reglas y todo lo que, partiendo de ellas, se puede llegar a proyectar. Lo intocable: los hechos. Y lo discutible: las opiniones.

En la NBA, a la hora de dar el MVP de la temporada, apenas existe lo primero. Y cuando lo dejamos (casi) todo a la opinión, el pucherazo del subconsciente está un poco más cerca.

Adam Silver, por fortuna, dio un paso absolutamente necesario hace cuatro años, en la 2016/17, cuando comprendió que podía existir (y de hecho existía) un conflicto de intereses entre votantes y votados. Mantener la neutralidad durante el proceso de votación se repetía como un serio problema anual si eran –como sucedía– los locutores de radio y televisión de los propios equipos, los designados para entregar el máximo galardón individual.

Así pues, el formato cambió, y desde ese momento el panel pasó a estar integrado por 100 periodistas de calado internacional que, en ningún caso, podrían estar afiliados a alguna de las franquicias de la NBA.

Año tras año, en aras de alimentar la transparencia, en el portal NBA Communications se cuelga, además, la lista con el periodista, el medio al que representa y sus cinco seleccionados para alzarse con el trofeo (aquí el de 2019/20), todo ello bajo el control de la febril lupa de Ernst & Young, una de las ‘Big Four’ del mundo de las auditorias.

Este paso supuso un gran salto en la ‘objetivización’ de los votantes, aumentando la imparcialidad y ahuyentando el fanatismo e incluso el velo del cohecho. Pero las bases sobre las que construir la ‘opinión’ siguieron estando diáfanas y expeditas. Un lienzo en blanco para hacer y deshacer, sin criterio estético, práctico o teleológico alguno, ni un marco definido sobre el que poder justificar una votación u otra y, por tanto, criticarla, si esta llegaba a salirse exageradamente de madre. Igual cabida, por tanto y a priori, para el trazo fino de Vermeer como para el suprematismo abstracto y endogámico de Malévich.

¿Qué significa ser MVP?

Afortunadamente –nunca me cansaré de repetirlo–, el baloncesto no es fútbol, y la pasión como sesgo o el hooliganismo como carretera no son símbolo ni seña de identidad de este digno deporte; tampoco entre sus periodistas. No es normal ver votos raros, y la lista de nombres que se disputan el MVP cada año no suele superar los ocho o diez.

Ahora bien… si estos periodistas no disponen de un marco inicial consensuado ni tampoco una criba elemental en formato legal o tácito (más allá de una cifra mínima de partidos disputados)… ¿Cómo delimitar realmente un concepto tan etéreo y extremadamente subjetivo como es el de Most Valuable Player (Jugador Más Valioso)?

Procurar responder a esta pregunta de la mejor de las maneras es vital porque, fijadas las coordenadas de meta, será mucho más fácil recorrer un camino a rebosar de trucos vistosos (los highlights), cepos ocultos (boxscores vacíos) y caminantes taimados (populismo televisivo).

Este debate que os traigo, por otra parte, no es algo para nada nuevo, pero sí plagado de discursos disonantes. Hace seis años desde Bleacher Report trataron afrontar el interrogante de a qué se refieren exactamente las siglas de MVP. Y lo hicieron con una serie de preguntas retóricas, en mi opinión, innecesarias; complicando el asunto de más.

What do we mean by "most valuable player"?
Is it the best player on the best team? The player with the gaudiest stats? The player who did the most to elevate his teammates? The most indispensable player? The most outstanding? The player who, by some measure, "defined" the season?Bleacher Report

Sinceramente, no creo que haya que romperse los sesos en demasía para reducir este ‘Hundir la flota’ planteado por Bleacher a una única respuesta valida. Y para ello basta con incidir en dos premisas:

  • La primera –una que a veces parece que olvidamos– es que el baloncesto no es tenis, bádminton ni ajedrez. No es un deporte individual sino de equipo, algo que Mark Lenders (o Steve Hyuga, según) tardó años en comprender y que Kobe Bryant sufrió en sus propias carnes como nadie antes en la temporada de los 81 puntos, donde su apogeo individual coincidió con la plantilla más peripatética (pero sin el ‘peri’) del mundo.
  • Y la segunda (ligado estrechamente a lo primero) es que los jugadores salvo LeBron, no eligen a sus compañeros de trinchera; eso es labor exclusiva de los GM de cada franquicia y sus propietarios, y siempre bajo los límites de un presupuesto salarial dado.

Con esto podemos ir descartando las alternativas de BR una a una:

  • ¿El mejor jugador del mejor equipo? No, por la premisa dos.
  • ¿El jugador de boxscore más arrasador? No debería, por la premisa uno.
  • ¿El jugador más sobresaliente? Tautológica y abstracta; no nos sirve.
  • ¿El más indispensable? Psssé!… se acerca pero le falta contexto… chicha.
  • ¿El jugador que, de algún modo, ‘definió’ la temporada? Interesante, pero corre el riesgo de caer en el sensacionalismo al reducir una larga fase regular a un manojo de instantes clave, cuando en realidad todos (la RS es una carrera de fondo, no de vallas) todos lo son.

Sí me gustaría detenerme algo más de una línea, con la que he dejado para el final:

¿El jugador que hizo lo máximo para elevar el nivel de sus compañeros?

O según Bleacher: The player who did the most to elevate his teammates?… pues me temo que tampoco.. Aunque aquí es importante detenernos en el porqué, y recurriré a un par de casos reales para dar más color.

Elevar el nivel de tus compañeros es, efectivamente, exprimir casi a rajatabla la Premisa Nº2, pues busca sacar lo mejor de sí de un vestuario o plantilla preconcebida. Pero como con Adam Smith y su concepción de la libre competencia, aparecería aquí John Nash para decirnos que la hipótesis vuelve a ser es incompleta pues, como entonces, vuelve a haber un segundo agente implicado:

  • El ‘YO’, es decir, el jugador en sí.
  • Y el ‘ELLOS’, referido al resto de miembros del equipo.

La clave, efectivamente, es potenciar al máximo lo segundo… pero nunca a costa de renunciar a lo primero si ello mismo puede redundar en perjuicio del grupo. ¡Todos para uno y un (casquete) para de todos!

James Harden 2017/18

No fue su campaña más anotadora, ni siquiera la segunda (metió más puntos en los dos años siguientes y en ambos se quedó sin MVP), pero hizo exactamente lo que debía hacer dadas las circunstancias: desplegó un nivel de ensueño en la parcela individual al tiempo que explotaba al máximo el rol de sus compañeros –la mayoría de ellos, eso sí, traídos descaradamente para amortizar sus cualidades, de la mano a la filosofía Moneyball de Daryl Morey– y traduciendo todo ello en el mejor récord de los Houston Rockets en toda su larga andadura (65-17).

LeBron James 2010/11

El perfil de jugador demasiado egoísta (Ey, Josh Smith!) lo tenemos todos claro, ¿verdad?

Pero… ¿se puede ser, o pecar de demasiado generoso? Por supuesto que sí. Y el LeBron de su primer año en Miami, esto es, el del nacimiento del Big Three, es un ejemplo clásico de ello. Cada uno de los tres implicados (Wade, Bosh y LeBron) sacrificó dinero por unir sus carreras y engendrar un equipo único. Pero James renunció a más que ningún otro: renunció a su necesario protagonismo en cancha. ¿Y esto por qué? Por el miedo a romper la armonía de un corral con tanto gallo en su interior. Claramente se equivocó.

Mucho se escribió sobre ello en aquel entonces, especialmente tras caer en las Finales ante los Dallas Mavericks de Nowitzki y constatar que fue precisamente ese afán por alimentar por igual las tres cabezas de la hidra, uno de los detonantes principales del fracaso. Y en el (ultra-recomendable) documental de D. Wade: Una vida inesperada’, emitido en este 2020, el escolta volvió a hablar sobre ello.

Las Bahamas fue el lugar que ambos jugadores (y amigos), junto a sus parejas, escogieron para resetear y lamerse las heridas. Para olvidarse de Dallas y del duro primer strike al equipo de los invencibles (¡Not one… not two… not three!). Y allí, entre cócteles y sombreros de paja, D-Wade se sinceró:

«Escucha, te he visto jugar este año. No eras tú. No estabas jugando a tu estilo. Intentabas que todos estuviéramos bien. Oye, tienes que ser tú. Y los demás te seguiremos«, a lo que un LeBron patidifuso solo acertó a responder: «¿¡Qué!?»

Y es que lo que Dwyane (reconvertido a ‘Flash’ desde que lo Shaq lo tomase bajo su tutela), un dominador absoluto del juego, logró en aquel instante fue ser más grande que sí mismo y entender el meollo como pocos, firmes en su ego, habrían sido capaces en su situación. Como Shaquille con él cinco años atrás, comprendió que ahora era su turno; que era a él a quien le tocaba sujetar la luz del foco en lugar de situarse una vez más bajo la lumbre.

Hay jugadores que han sido elegidos para brillar, así como también existen etapas, periodos más o menos largos, para que esto suceda. El crupier de eso que llamamos ‘statu quo’ había barajado y repartido de nuevo, y su mano de ahora invitaba a Wade a dar un paso atrás e impulsar a Lebron en beneficio de todos. El de Akron tenía las armas para hacer refulgir al equipo si estos se ponían previamente a su servicio. Así lo hicieron y así sucedió. Y los Miami Heat nos regalaron dos de las mejores temporadas de siempre, endulzadas con otras tres Finales y back-to-back titles. Cayó el two-peat y Lebron fue doble MVP de la temporada.

Mi concepto de MVP

Tras estos dos ejemplos, sumado a todo lo anterior, paso a formular la que, a mi modesto criterio, debería ser la tesis definitiva sobre la que elegir al MVP. El jugador que aporta un mayor beneficio marginal a su equipo. Un concepto clave de la economía en el campo de la satisfacción, la productividad y el cálculo de valor.

En este caso, ante un equipo dado, el jugador de la plantilla con más capacidad/talento/magia (usad la palabra que más os guste) toma las riendas para hacer precisamente eso, conducirlo a su máximo nivel, independientemente del rol que él mismo (ya sea como anotador, como pasador, como ancla, como líder, como clutch o como una amalgama ideal y heterogénea de todo esto) necesite asumir para que ello ocurra.

Y a partir ahí, amigos míos, con este marco-objetivo establecido, aún nos quedaría un amplísimo margen para que la ansiada subjetividad en forma de libertad de voto, se cobre lo suyo.

Si me compráis la fórmula, compartiréis también que la labor de análisis a la que aún se enfrenta cada uno de esos 100 periodistas con derecho a voto sigue siendo titánica. Pero ya sea a través de un meticuloso desglose del Big Data (para los más fans de los numeritos) o un predominio absoluto del feeling (para aquellos que no entiendan la NBA como ciencia exacta, sino como un microcosmos donde pasión, sangre y stats se entremezclan en una ecuación de intangibles, irresoluble por una calculadora), lo cierto es que la mayoría de MVP’s, desde una perspectiva histórica, han compartido una serie de puntos en común. Dos por encima de todo:

  • Hay que alcanzar los playoffs: sólo una vez en toda la historia no se ha cumplido esta regla. El artífice, Kareem Abdul-Jabbar (1975-76) cuando sus Lakers acabaron el curso con un récord de 40-42, insuficiente para disputar la postemporada.
  • Ganar mucho, importa: no solo jugar los playoffs se revela como imprescindible, sino que las opciones van exponencialmente en aumento cuanto mejor es el récord. ‘El mejor jugador del mejor equipo’ es una máxima que, aunque inadecuada por elitista y burguesa, tiende a cumplirse.

    El 85% de los MVP’s de la historia se los han llevado jugadores cuyos equipos concluyeron la RS con el mejor o segundo mejor balance (de la Liga, no de su conferencia).

    Sólo en seis ocasiones el MVP ha ido a parar a un jugador cuya franquicia no terminase entre los cuatro primeros, y mientras el Stephen Curry de los Warriors de 2015/16 (es decir, el mejor jugador del mejor equipo de siempre, con su 73-9) se convirtió en el primer caso de MVP unánime, sólo un año después, y en la orilla opuesta, se lo llevó un Russell Westbrook mesiánico, a pesar de finalizar con el décimo balance de la 2016/17 (47-35), en los Thunder post-Kevin Durant, erigiéndose como el paradigma de la excepción.
AñoMVPRécordPorcentaje de victorias%
2016Stephen Curry73-90.890
1996Michael Jordan72-100.878
1967Wilt Chamberlain68-130.840
1973Dave Cowens68-140.829
1986Larry Bird67-150.817
1992Michael Jordan67-150.817
2000Shaquille O’neal67-150.817
2007Dirk Nowitzki67-150.817
2015Steph Curry67-150.817
1971Kareem Abdul-Jabbar66-160.805
2009LeBron James66-160.805
2013LeBron James66-160.805
1983Moses Malone65-170.793
2018James Harden65-170.793
1987Magic Johnson65-170.793
1997Karl Malone64-180.780
1965Bill Russell62-180.775
1972Kareem Abdul-Jabbar63-190.768
1985Larry Bird63-190.768
1990Magic Johnson63-190.768
1968Wilt Chamberlain62-200.756
1981Julius Erving62-200.756
1984Larry Bird62-200.756
1993Charles Barkley62-200.756
1995David Robinson62-200.756
1998Michael Jordan62-200.756
2005Steve Nash62-200.756
2011Derick Rose62-200.756
1962Bill Russell60-200.750
1991Michael Jordan61-210.744
2010LeBron James61-210.744
1999Karl Malone37-130.740
1970Willis Reed60-220.732
1980Kareem Abdul-Jabbar60-220.732
2003Tim Duncan60-220.732
1963Bill Russell58-220.725
1961Bill Russell57-220.722
1974Kareem Abdul-Jabbar59-230.720
2014Kevin Durant59-230.720
1978Bill Walton58-240.707
1994Hakeem Olajuwon58-240.707
2002Tim Duncan58-240.707
2004Kevin Garnett58-240.707
2012LeBron James46-200.697
1969Wes Unseld57-250.695
1989Magic Johnson57-250.695
2008Kobe Bryant57-250.695
1964Oscar Robertson55-250.688
1966Wilt Chamberlain55-250.688
2001Allen Iverson56-260.683
1958Bill Russell49-230.681
1959Bob Pettit49-230.681
2006Steve Nash54-280.659
1960Wilt Chamberlain49-260.653
1977Kareem Abdul-Jabbar53-290.646
1957Bob Cousy44-280.611
1988Michael Jordan50-320.610
1975Bob McAdoo49-330.598
1979Moses Malone47-350.573
2017Russell Westbrook47-350.573
1982Moses Malone46-360.561
1976Kareem Abdul-Jabbar40-420.488
1956Bob Pettit33-390.458

Estos dos aspectos de arriba encajan casi a la perfección dentro del molde tricolón que explicó hace un par de años Joey Leifer para Basketball Joe, en base al cual, tanto expertos como aficionados, solemos evaluar, ya sea de un modo automático o más pausado, a los potenciales MVP’s.

  1. El boxscore del jugador.
  2. El éxito de su equipo durante la temporada.
  3. La narrativa de los medios de la comunicación.

El boxscore del jugador

El desarrollo de la estadística avanzada ha supuesto una nueva presa a la que agarrarse y con la que meter otro gol más al lado subjetivo de la ecuación, a través del arte más frío (aunque también más manipulable) del mundo: los números. Las columnas clásicas de toda la vida (puntos, rebotes, asistencias, tapones y robos), junto con el acierto en el tiro, mantienen su fuerza en el discurso y se reafirman como tabique de carga argumental a la hora de postularse por un jugador u otro.

Sin embargo, la avanzada, esos datos que no se captan a simple vista en cancha pero que descubren a posteriori todo lo que hace (y deja de hacer) un jugador sobre el parquet, van ganando enteros a cada año que pasa. Peter Li, para Towards Data Science (el nombre de la web ya es una pista en sí misma), desglosa todos estos factores a las mil maravillas e incluso se atreve con su modelo propio con el que, apilando los datos del pasado, trata de predecir los MVP’s del futuro.

Para ello conjuga la información de siempre –como el número de partidos jugados, los minutos en pista de cada jugador, el net rating– con otros datos cada vez más escuchados pero no tan en boca de todos, como el WS (win share), el VORP (value over replacement) o el ratio de Usage.

En un estudio espectacular que va de la temporada 2010 a la 2019, somete al modelo tanto a los ganadores de cada año así como a los que estuvieron cerca de serlo, escudriñando en las desviaciones típicas de la fórmula y cómo y cuáles de las tres patas de antes (boxscore, éxito del equipo y narrativa) tienden a llevar la voz cantante en la votación.

Como es su trabajo y no el mío, os dejo sin más el link para que lo disfrutéis a sorbitos (vale la pena). Sólo añadiré que según sus estándares (los cuales aciertan mucho más que fallan), en la temporada 2010/11 Pau Gasol quedó 5º en la carrera por el MVP, por delante de la (presunta y verdadera) superestrella del equipo, Kobe Bryant.

No obstante, como os digo, puntos, rebotes y asistencias (unidos al récord del equipo) siguen siendo el sota, caballo y rey, e invitan, por sistema, al ridículo a quien ose oponerse a stats tan ‘concluyentes’. En esta tabla de abajo, elaborada por Leifer y bastante reveladora, se aúnan todas esas categorías principales (PTS, REBS, AST), destacando en color amarillo cuando el jugador (o equipo) han sido líderes en cada apartado, el rojo para el segundo puesto, y el verde si han acabado entre terceros y quintos.

La narrativa

En un proceso donde son los propios periodistas (y los más populares del ramo) los que votan, la temida influencia del Cuarto Poder se anula por tautológica. Los mismos que generan la narrativa son los que luego se apegan a ella, así que toca, una vez más, confiar en la humildad, buena fe y sosiego de estos cien afortunados que reparten cada año el MVP.

MVP que, como tal, nace de un error garrafal en su concepción. Entregar el trofeo al mejor jugador de la temporada sin saber siquiera quién va a alzarse con el título todavía, es como ponerse a dirimir el podium olímpico de la final de los 1.500 metros justo al momento de sonar la campanilla de la última vuelta: en ese punto es imposible saber a ciencia cierta si el corredor que va en cabeza está en las últimas, agonizando en su papel de liebre, o si todavía le quedarán fuerza en las piernas para dar la batalla en el sprint final.

Así, nos quedamos con un agujero, una especie de vacío sin recompensa que ni el MVP de las Finales logra tapar.

En todo caso, retomando el hilo, está claro que los propios medios de comunicación se retroalimetan entre sí, y puntualmente la gran bola de nieve adopta una forma geométrica distinta a la que nos tiene habituados. Son casos aislados, y ocurre cuando emerge una voz, una idea, que se hace fuerte frente (y en contra de) los otros dos pilares del discurso (boxscore individual y récord del equipo), los cuales tienden a avanzar en una especie de unidad indisoluble.

Westbrook, rey del triple-doble

En 2017 no fueron los colosales números de Russell Westbrook en sí mismos los que lo avalaron como MVP (31,6 puntos, 10,7 rebotes, 10,4 asistencias), sino la narrativa de que era el primer jugador en promediar un triple-doble desde que lo hiciera Oscar Robertson en 1961-62. Un titular lo bastante potente (y que también alimentamos sin parar desde nbamaniacs) para romper la tónica y convertir en algo secundario, casi desdeñable, el sexto lugar de los Thunder en la Conferencia Oeste, así como minimizar el también sensacional año de Harden (29,1 puntos, 8,1 rebotes y 11,2 asistencias) unido a un mejor balance de equipo (55-27), pero el cual quedó sin efecto por un déficit de 1,9 rebotes y la consecuente ‘ausencia’ de titular.

“No me gustó que se utilizara un criterio diferente este año para el MVP en comparación con los 55 años anteriores», manifestó abiertamente un molesto Daryl Morey al ver que ‘Su Barba’ se quedaba en remojo y con el aftershave inútil en la mano. «Y todo para ajustarse más a un eslogan de puro marketing».

Curioso, sin embargo (o no), que en 2018 y 2019 Westbrook volvió a repetir exactamente la misma gesta, para situarse como el único jugador en la historia con tres temporadas consecutivas promediando un triple-doble. Pero ahí, ni en 2018 ni en 2019, hubo MVP. La narrativa había cambiado, y cuando lo extraordinario se convierte en costumbre, esta deja de interesar.

D-Rose y Lebron: héroe y villano

Otro caso en que la narrativa hizo su efecto fue en el año 2011, pero esta vez enraizó y creció, no a través de los los grandes medios, sino desde el sentimiento a pie de calle. En 2010 Derrick Rose era una joven estrella en claro ascenso y que defendía los colores de su ciudad natal, Chicago. El primer gran motivo para volver a sonreír en el United Center desde el adiós de Maese Jordan.

Por otro lado, Lebron James, The Chosen, el heredero de Kobe como jerarca de la Liga y que venía de encadenar sus dos primeros MVP’s, pasó de héroe a villano tras uno de los anuncios más sintonizados y odiados (y hasta la fecha sólo igualado por Kevin Durant y su fichaje por los Warriors): ‘The Decision‘, la original: la que le condujo a Florida para comandar un Big Three, sujeto y objeto de buyilling.

Aquel año, según el modelo de Peter Li, le volvía a tocar a LeBron, pero su decisión cayó sobre él con todo el peso de los abucheos que lo acompañaron el curso entero, desde todas las gradas y pabellones del ancho y largo del país. Y el temporadón de Rose (en un derroche técnico/atlético espectacular a los ojos) hizo el resto.

Pasado el chaparrón y calmadas las aguas (y las masas), los Heats no se cansaron de hacernos vibrar con su juego y los reporteros le devolvieron el beneplácito a James: otros dos MVP’s. Regreso a la normalidad.

MVP 2020/21… ¿cabe Chris Paul en la discusión?

Toda esta extensa pieza, quiero explicároslo, nació inspirada por unas declaraciones de un ex jugón y showman televisivo que, cuando no antepone la audiencia a la inteligencia, es muy capaz de decir cosas bastante interesantes de escuchar.

Hablo de Charles Barkley y su reciente opinión sobre el MVP.

En una temporada en la que son dos pívots no nacidos en Estados Unidos (Joel Embiid y Nikola Jokic) los actuales favoritos (junto a un James Harden que se ha colado de lleno en las quinielas tras entrar en los Nets arrollando como un bulldozer) para llevarse el trofeo a casa, Barkley, leyenda en el America West, nos plantea una pregunta legítima para defender (casualidad o no) a uno de ‘los suyos’.

Tras un conato por sus colegas de tertulia de descartar a Chris Paul de la conversación por el MVP sin pasar antes por rayos, Barkley lanzó su guante al aire.

«Los Suns vienen de no jugar los playoffs, hacen un trato en verano (fuera Ricky, entra Paul) y ahora son líderes del Oeste». Esta realidad, con sus matices (hubo otros pequeños retoques en la plantilla), encaja como un puzzle con la idea que os expuse al principio del beneficio marginal. Chris Paul utiliza su tremendo talento y conocimiento del juego para llevar el juego de los Suns a su potencial más elevado, y lo hace indistintamente desde la anotación, la creación, el control del juego y el liderazgo.

A esto, Shaq y Kenny objetan que ‘para ser parte de la conversación’ el jugador debe ser lo suficientemente dominante por sí mismo (algo que Chris Paul ya no hace como en su época de los Hornets… quizás porque no lo necesita), a lo que Barkley contesta con una de las evidencias más demoledoras. El doble MVP de Steve Nash.

Tres segundos de silencio en plató, caras de dudas y un O’Neal que concede por fin legitimidad al debate con un ‘thats a good question’ (animado también, quizás, porque el que esos MVP’s fueran a Nash tuvieron, como perjudicados directos, a Kobe Bryant, a D-Wade y a él mismo).

Entonces, Ernie Johnson, conductor del programa, menciona que Steve Nash tuvo peores números individuales que Chris Paul en la presente temporada. Vamos a verlo. Recurro, par ello, a los mejores números de Nash, los de su segundo MVP.

  • Steve Nash 2005/06: 18,8 puntos, 10,5 asistencias y 4,2 rebotes en 35,4 minutos y con un True Shooting del 63,2%.
  • Chris Paul 2020/21: 15,9 puntos, 8,7 asistencias y 4,5 rebotes en 31,7 minutos y con un True Shooting del 59,1%.

Si los equiparamos a 36 minutos, los números son casi idénticos, pero con el canadiense algo por encima, por lo que yerran aquí; aún así, la diferencia es tan nimia que el argumento numérico (en detrimento de Paul) pierde casi su total valor.

No obstante, está claro, siguen siendo buenos números para un point guard de su perfil (playmaker total) y más teniendo en cuenta su nivel de usage, pues incluso su compañero Devin Booker amasa mucho más balón y juego que él.

PuestoJugadorUsage%
Luka Doncic34,9
Bradley Beal34,1
Joel Embiid34
Giannis Antetokounmpo32,3
….….….
115ºChris Paul21,8

Fruto del Usage y el respectivo peso en sus equipos, los números de varios cracks del circuito ensombrecen los de Paul hasta casi convertirlos en fosfatina, ganando por goleada el apartado individual. Por su parte el base de los Suns se apoya, para equilibrar la contienda, en el evidente y palpable salto directo en el rendimiento y la clasificación, que ha implicado su fichaje por el conjunto de Arizona. Se embolsa, pues, el punto del ‘colectivo’.

Quedaría, por descarte, la narrativa. Y la de un Chris Paul MVP de la 2020/21, no parece tener muchos adeptos haciendo cola para comprarla. He tenido que irme hasta 2008 para hallar un post veraz donde el 11 veces All-Star formase parte del elenco definitivo al MVP y fuese, incluso, el favorito para ganarlo (pero se lo llevó Kobe, el único en su haber).

Un tercio de Liga por delante

Y he aquí lo interesante. Aún queda mucha liga, y cada partido que pase y los Suns aguanten en lo más alto, será una garganta más la que se una a este loco hipotético. La de un Chris Paul de 35 años peleando por un MVP trece años después de hacerlo por última vez. Rejuvenecido, mágico, eficiente, dominador, inteligente y portentoso adalid del baloncesto hasta el último de sus ribetes.

De momento ya nos tienen a Barkley, a mí y a este artículo de Medium donde no lo descartan pero lo catalogan como ‘altamente improbable’.

Yo sólo digo (aunque sea un enamorado de Jokic y respete como el que más lo que están esculpiendo Harden y Embiid)… que qué bonito sería.

(Fotografía de portada de Stephen Dunn/Getty Images)


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