El jueves, New Orleans se preparaba para una de las citas más especiales de cualquier ciudad en la NBA. La discriminatoria ley HB2 del estado de North Carolina había dejado unos meses antes a Charlotte sin All-Star, dejando como relevo de urgencia a la que ya había sido sede en 2008 y 2014. La costumbre y la celebración del multitudinario Mardi Gras (el carnaval local) hacía presagiar un menor interés de New Orleans por el evento. Pero, aun así, su fin de semana fue mucho más especial de lo esperado.
El viernes y el sábado fueron mejorables. Buddy Hield, en la que sería su última aparición como jugador de los Pelicans, no logró el MVP del Rising Stars Challenge ante el empuje final de Jamal Murray. Poco después, Anthony Davis quedaba eliminado a la primera en el Concurso de Habilidades. Decepciones menores perfectamente compensadas en el cierre del All-Star.
La gran noche de Davis
Davis explotaba en un partido de las estrellas para el recuerdo, anotando 52 puntos (récord absoluto en la historia del All-Star) y llevándose de forma indiscutible el MVP. Pero a esas alturas, la atención estaba en otro lugar. Un compañero de Anthony Davis en el equipo del Oeste iba a serlo también en los Pelicans. Aún con las gradas del Smoothie King Center de New Orleans por vaciarse, los Kings traspasaban a DeMarcus Cousins.
«Ha sido un fin de semana inolvidable», declaraba Davis con una sonrisa a ESPN, tras conocer la noticia. «MVP del All-Star y ahora quedándonos con Boogie. Mejor, imposible». Ambos jugadores formarán ahora quizás la pareja interior más cargada de talento de la NBA. Si bien su encaje óptimo será todo un reto para Alvin Gentry, entrenador de los Pelicans, el potencial de ambos jugadores es espectacular.
Torres gemelas
Los Pelicans quedan algo huérfanos en su juego exterior, perdiendo a tres jugadores de su rotación como el prometedor Buddy Hield, Tyreke Evans y Langston Galloway, quedándose solo a Omri Casspi como recambio inmediato. Con Jrue Holiday, en su mejor temporada desde su año de All-Star en Philadelphia, reforzado como distribuidor principal de balón, el reto será ahora conseguir que sus talentosas torres se complementen bien.
Las armas extra del arsenal de DeMarcus Cousins (35,4% en triples esta temporada y 4,9 asistencias por partido, en ambos casos máximos de carrera) deberían ayudar a este encaje, dejando la pintura más despejada de lo que parecería en una pareja de interiores «naturales» con Anthony Davis. Para New Orleans, en plena lucha por los playoffs (en la 11ª plaza con un balance de 23-34), no habrá demasiado tiempo para pruebas.
El futuro de Cousins
La gran duda desde el punto de vista de los Pelicans será asegurar pronto el futuro de DeMarcus Cousins, cuyo contrato expira en 2018. El pívot ha perdido el gran estímulo que tenía en Sacramento bajo el nuevo convenio. De haber seguido, Cousins era elegible para una extensión cuyo salario inicial hubiera sido el 35% del tope salarial, pudiendo sobrepasar los $200 millones en caso de firmar por cinco años. Con New Orleans, esa opción será inviable al ser un recién llegado, conformándose con el 30%.
Aun así, los Pelicans confían en que ser un equipo «local» para Cousins jugará en su favor. El pívot es natural de la cercana ciudad de Mobile, a dos horas en carretera de New Orleans. La posibilidad de que el pívot tenga tan cerca a su hogar habitual durante la post-temporada será un factor que su nuevo equipo intentará explotar.
Mirando hacia arriba
Pero nada importará más que el éxito deportivo. DeMarcus Cousins no conoce todavía lo que es jugar un partido de playoffs tras siete años en la NBA. Solo Greg Monroe, actualmente en Milwaukee, ha jugado más en la liga sin conocer qué ocurre después de la temporada regular. Los Pelicans tienen la oportunidad de construir un proyecto capaz de asaltar la élite del Oeste, pero a la vez a costa del riesgo de añadir a una personalidad tan especial como la de Cousins, con solo un año y dos meses de continuidad garantizada. Pero, de momento, New Orleans podrá seguir disfrutando de un Mardi Gras muy especial.