Grandes (y pequeñas) decepciones de la primera mitad de temporada

La primera ley de Newton o ley de la inercia enuncia que un cuerpo en reposo tiende a seguir quieto y un objeto en movimiento tiende a seguir moviéndose a una velocidad constante. Solo una fuerza externa a dicho cuerpo provocará que este altere su velocidad o dirección.

En la NBA este factor puede ser el 10 de febrero, día límite para acometer traspasos antes de que el mercado cese su actividad. Pero habiendo pasado el ecuador de la competición, lo más lógico es que los equipos y jugadores sigan siendo lo que han sido hasta ahora. Con independencia de lesiones y otros contratiempos.

Por eso es el momento perfecto para sellar en piedra las que personalmente estimo como las mayores decepciones de la temporada. No quedo impune a que las críticas que emitiré a continuación me golpeen con la fuerza de mil huracanes al término de esta misma temporada. Pero pronunciándolas ya existe un bagaje suficiente como para dejar de considerarlas tendencias o momentos de forma concretos. He aquí las realidades más crudas de lo que va de curso.

Atlanta Hawks

La decepción con mayúsculas de lo que va de temporada. Cuando los Hawks eliminaron a los Philadelphia 76ers en las pasadas semifinales de la Conferencia Este, yo mismo escribía que el equipo vivía una primavera que debían disfrutar, pero de la que pronto se iban a ver obligados a salir.

Lastimosamente y a juzgar por las infames declaraciones de Trae Young con respecto a la motivación que despierta en el grupo la temporada regular, los muchachos de Nate McMillan permanecen en aquella adolescencia vitalista para mal. El balance para uno de los conjuntos que esperábamos ver en la zona noble del Este habla por si solo. 18-25, duodécimos y a cuatro partidos de distancia de los puestos de play-in.

Su caso se ha intentado explicar desde el ponzoñoso rendimiento defensivo. Atlanta registra a estas alturas el tercer peor dato de puntos recibidos por cada cien posesiones, solo superado por Portland y Houston. Los jugadores y miembros de la organización también se han volcado en localizar los problemas a ese lado de la cancha. No obstante, por sonrojante que sea el boquete, cuando un grupo de jugadores tan talentoso como este no carbura, los problemas van más allá de una simple faceta del juego.

Para empezar, no hay jugador llamado a ser importante cuyo rendimiento no haya caído en picado. Exceptuando a Trae Young, claro está. John Collins se queja de su rol en ataque y demanda que la pizarra le mire más como finalizador, pero cuando el contexto le ha dado oportunidades, ha estado lejos de demostrar que necesita más galones. Capela ha dejado de ser el pilar sobre el que asentar al equipo, a Hunter le sigue martirizando la irregularidad de las lesiones, Bogdanovic no es el desahogo creativo y anotador que se esperaba de él, Huerter disfruta más sumándose a dinámicas positivas que teniendo que tirar para salir del fango y Reddish ya está en Nueva York.

Este último punto, el de la salida de Cam Reddish, es el que apunta a la única solución que se atisba a corto plazo. Travis Schlenk, general manager de los Hawks, ya anunció que venían curvas y la primera ronda adquirida en el intercambio con los Knicks hacen pensar en movimientos para empaquetarla. Ahora mismo, solo Trae Young y Clint Capela, que no puede ser traspasado hasta final de temporada, son intocables.

James Harden

La temporada de James Harden ha ido claramente de menos a más. Su pobre inicio de campaña lo explicaban aludiendo al cambio de reglamento y a su preocupante estado físico. Él mismo aludió a la recuperación de la lesión sufrida en los pasados playoffs como su gran rémora.

Entre la mejora de su predisposición física y la vuelta del arbitraje a senderos similares a los que ha cabalgado los últimos años se explica el subidón de sus cifras desde que comenzase diciembre. Los porcentajes siguen estando bastante por debajo de los de sus años de dominancia o mismamente de los del pasado curso, pero el actual Harden merece ya la etiqueta de superestrella.

Si está aquí no es por las sensaciones individuales que transmite, que también. Harden engrosa la lista de decepciones por la cuota de culpa que debe asumir en el mal juego de los Brooklyn Nets. Que, en mi opinión, es mucha.

Se dice que los Brooklyn Nets no han sido equipo desde la unión de su tridente de superestrellas. Que las lesiones han comprometido la química entre ellos y que el equipo de Steve Nash nunca ha jugado a nada. Dogma con el que discrepo.

En la 2020-21 Harden, Irving y Durant solo coincidieron juntos en siete partidos de liga regular. Pero, en contra de lo que se suele decir, los Nets sobrevivieron a tanta ausencia con tramos de muy buen juego. El cual tuvo a La Barba como mayor baluarte ocupando el rol más puro de playmaker que ha visto su carrera. Harden le fue dando sentido a todo lo que le rodeaba por raquítico que pareciese sobre el papel e Irving le sirvió como desahogo anotador para poder centrarse en la organización.

Este curso eso se acabó. Los Nets, ahora sí, parecen incapaces de generar ningún automatismo que vaya más allá de observar como Durant anota. No han sobrevivido ni las sinergias creadas alrededor de LaMarcus Aldridge, ni los short-rolls con Bruce Brown, ni cebar a Mills en lado débil. Lo cual se encuentra en gran parte den el debe de Harden.

De hecho, se ha convertido en lo usual que sea Kevin Durant el que coja por las solapas el partido y cargue también con la parte creativa que le tocaría asumir a su compañero. Harden sigue generando asistencias consumadas y potenciales a granel porque su talento pasador es inconmensurable. Pero buena parte del funcionamiento de estos Nets pasa porque Harden los convierta en su equipo, y ahora mismo es menos suyo que nunca. Visto lo visto, quizás ya nunca lo sean.

Anthony Davis

Es cierto que Los Angeles Lakers tienen demasiados problemas como para individualizarlos. Más cuando el juicio general ha señalado a Russel Westbrook como objetivo en el que cargar todas los males del equipo. Sin embargo, la discusión entorno a los angelinos antes de comenzar la temporada sopesaba la posibilidad de ver lo que estamos viendo en el anárquico base y en el envejecido núcleo que rodea a las estrellas. Lo que estaba fuera de toda predicción era la pobre versión que Davis mostró hasta la lesión.

Este curso comenzaba con una empresa clara para La Ceja. La llegada de Westbrook demandaba que Davis se arremangase y jugase de pívot a tiempo casi completo, algo de lo que él siempre ha renegado. Él respondió ocupando dicha posición, pero no ejerciéndola.

Incómodo con el desgaste físico que supone arremeter el juego interior cada noche, Davis siempre ha preferido huir al perímetro y a posiciones intermedias para ejecutar desde allí un buen volumen de lanzamientos. Pero este curso su paupérrimo porcentaje no excusa ese paso atrás. El 17% que registra desde el triple es el peor porcentaje de la historia para jugadores que lanzan más de dos triples por partido.

Incluso en un curso así, AD ha dejado exhibiciones que le vuelven a descubrir como uno de los jugadores más dominantes del planeta. Pero es justo eso lo que hace lamentar su inconsistencia. Con él el estigma nunca está en el talento, sino en el carácter, y sus declaraciones diciendo que su deseo es ser cada vez más alero y menos interior desnudan todos los defectos que se le achacan a una figura que debería ser incorruptible. Con su regreso a la vuelta de la esquina, se atisba perjudicial la desaparición de los automatismos creados con LeBron como cinco obviando que hablamos de un talento que debería acallar cualquier debate de este tipo.

Cabe redimirle, eso sí, como único baluarte defensivo en estos desastrosos Lakers. Durante demasiados tramos el equipo ha sobrevivido moribundo gracias únicamente a los titánicos sobreesfuerzos de Davis en defensa. Utilizo también este último párrafo dedicado a los Lakers para señalar a Talen Horton-Tucker como otra de las grandes decepciones de su temporada.

Jalen Suggs

Odio esta expresión, pero Jalen Suggs es el claro bust del pasado draft. La decepción vaya. Casi parecía un regalo para los Orlando Magic que los Torontop Raptors dejasen pasar la oportunidad de seleccionar al base como relevo generacional de Kyle Lowry. Qué remoto suena todo esto ahora ¿eh?

Suggs no solo tenía pinta de buen jugador, sino de portador de un carácter ganador que no se enseña en las escuelas. Es cierto que pierde la final del pasado March Madness contra Baylor en lo que suponía la primera y única derrota de Gonzaga en todo el curso. Pero también que llevó a los Zags allí con un triple que ya es historia del baloncesto universitario.

Hace un año, Norteamérica estaba prendada de un chico cuyo currículum y árbol genealógico anticipaban a un competidor feroz en la NBA. En el instituto, fue el primer atleta en la historia del estado de Minnesota en recibir los premios a Mejor Jugador en baloncesto y fútbol americano. La familia Suggs es troncal para entender la historia reciente del deporte de instituto en Minnesota y su primo Terrell Suggs fue Defensor del año de la NFL en 2011 y levantó dos Superbowls con Baltimore Ravens y Kansas City Chiefs.

Todo parecía idóneo para caer de pie en la NBA, y puede que esas expectativas le hayan acabado costando demasiado en su primer año. Suggs acaba de volver de una ausencia que le ha tenido cerca de veinte partidos en el dique seco. Sin embargo, replicar el nivel mostrado antes de la lesión apenas le serviría para formar parte de los quintetos de novatos de los que la mayoría de especialistas le sacan.

Las cifras del base no son desastrosas y se le atisba un compromiso defensivo que, aún sin pulir, ya denota un futurible tormento para sus rivales perimetrales. Pero sus porcentajes son muy bajos incluso para un rookie y su volumen de pérdidas inasumible. El crecimiento de Cole Anthony le ha despojado de los mandos por completo y  Franz Wagner le ha pasado por la derecha como novato a mirar en los Magic. Lo único positivo de su temporada podría ser una mejor adaptación al rol que le permita Anthony una vez se asiente tras regresar de su lesión. También que le queda mucha carrera por delante para dejar esta temporada en anécdota.

Portland Trail Blazers

Toda persona mínimamente enterada de lo que ocurre en la NBA sabía que los Blazers corrían el riesgo de caer hasta el estrépito tras un nuevo verano en el que nada pasó en Oregón. Aún así, todo lo que podía salir mal ha acabado saliendo peor. Empezando por los líos protagonizados por Neil Olshey en las oficinas y siguiendo por lo que sucede en el parqué.

Chauncey Billups carga contra la profesionalidad de sus jugadores, pero es incapaz de generar impacto real desde el banquillo. Damian Lillard protagoniza la temporada más pobre que se le recuerda en muchos años, aquejado de un dolor abdominal que le ha terminado dejando fuera de combate de forma indefinida. Jusuf Nurkic es prácticamente un exjugador, la esperanza de Robert Covington queda ya demasiado lejos en el tiempo y Norman Powell es insuficiente. Larry Nance Jr., el único fichaje de peso de la última offseason, naufraga en una marea que desbordaría a cualquiera. La lesión y la errática temporada de C.J. McCollum terminan de poner la guinda a unos Blazers que ni siquiera parecen querer agarrarse a esa última posición de play-in que ocupan actualmente. Dame se toca la muñeca. Esta vez pidiendo la hora para que le otorguen la estocada final a todo este tinglado.

Dada esta desidia, resulta contraintuitivo encontrar buenas noticias en Portland. Pero las hay. Anfernee Simons ha aprovechado las bajas de los dos patrones del backcourt para acumular exhibiciones ofensivas que dan pequeñas esperanzas para todo lo que quede después del huracán que está a punto de arrasar al equipo. Nassir Little, en mucha menor medida, también puede ser un complemento útil para cuando ‘sólo’ quede Lillard —o ni siquiera eso—.

Nikola Vucevic

Incluso en las mejores cosechas hay uvas podridas. Aunque Chicago pase por la que quizás sea su peor racha de juego de la temporada, todavía lideran el Este a la espera de recuperar sensaciones con la vuelta de los lesionados LaVine, Ball y Caruso. Hace casi un año, Nikola Vucevic llegó a Illinois para ser segunda espada del proyecto solo por detrás de Zach LaVine. Un segundo escalón jerárquico que en principio mantendría tras las llegadas de DeRozan, Lonzo y compañía. Pero, aunque sus cifras coincidan con el puesto que ocupa en la cadena de mando, su incidencia en los mejores Bulls del último lustro deja mucho que desear.

En ataque, cabía esperar que Vucevic fuese un nexo que secundase y alimentase a la par la anotación de DeRozan y LaVine. El montenegrino ha fracasado a la hora de tomar partido en la integración de las piezas que le rodean, pasando a actuar en un aparte con respecto al discurrir general del partido.

Si una noche Vucevic se siente cómodo de cara al aro, los Bulls sí incidirán en trabajar con él situaciones de pick-and-pop para sus triples o con continuaciones para ejecutar tiros laterales. Pero si no es el caso, los de Billy Donovan miran a otro lado sin mucho problema, revistiendo a Vucevic de una intrascendencia que no debería ser tal. Solo cuando Vooch ase acerca a la zona con persistencia los Bulls se permiten fluir, cosa que no ocurre todos los días.

Esto se ha visto de forma clara durante las ausencias de Lonzo, que es el principal encargado de situar al resto de fichas sobre el tablero. Sin el mayor de los Ball, Chicago no sabe con qué espacios dotar a Vucevic en ataque y él no siente la potestad de absorber esa responsabilidad. Mientras tanto, su presencia en defensa incide en que los Bulls sean una de los peores de la liga protegiendo la pintura. Lo cual les hace ser tremendamente dependientes de su defensa exterior.

Ciertas voces apuntan a que Chicago estaría dispuesto a participar en el cierre de mercado de traspasos para dar el salto definitivo en su candidatura en el Este, y a estas alturas no sería ninguna sorpresa que su pívot fuese una de las monedas de cambio.

Rick Carlisle

Si el principal cometido de la vuelta a casa del reputado técnico era reordenar el caos que dejó la efímera etapa Bjorgren, el fracaso de Carlisle es absoluto. En ningún momento ha conseguido dotar de sentido a un equipo que se siente agotado. Hay muchas caras nuevas, pero no han tardado en cansarse de mirarse los unos a los otros. La bruma de irrelevancia con la que Indiana Pacers comenzaba este curso lo ha devorado todo, y su entrenador no ha sido una solución.

Hasta que Domantas Sabonis se ha hecho con el timón del equipo, los Pacers ni siquiera podían contestar a la pregunta de quién era su líder. Un problema que, aunque en ciertos contextos suponga algo positivo, aquí estaba lejos de serlo. Tanto Brogdon, como Sabonis, como Levert creían poder ser la primera espada ofensiva del equipo, pero no lo gritaban muy alto por si molestaban al de al lado. Por el camino Domas, el mayor talento de los tres, quedaba desnaturalizado lejos de su amado codo de la zona. Finalmente fue la baja de Brogdon la que empezó a colocar las cosas en su sitio, aunque no sirviese para remontar el vuelo.

Carlisle no ha resuelto ni uno de los problemas que Bjorgren dejó a su paso, ejemplificado a la perfección en un Myles Turner que vive en un permanente descontento con su rol. La demolición no se ha efectuado, pero el actual proyecto de Indiana lleva un par de meses derruido y Carlisle no ha podido salvar ni un mueble. Los Pacers son un muerto viviente.

El triunvirato de las promesas incumplidas

Por distintos avatares y en diferentes medidas Kings, Pelicans y Timberwolves van camino de encadenar una nueva temporada por debajo de las expectativas. En todas las previas de los últimos años estos tres conjuntos partían como potencial sorpresa para asaltar los playoffs de la Conferencia Oeste, pero se han terminado quedando en el camino un curso tras otro.

Es cierto que esta temporada los tres siguen en la pelea por el play-in, aunque en el caso de Pelicans y Kings parezca puro artificio seguir dotando de relevancia a los partidos que juegan. Dado el bajón general de rendimiento sufrido por sus rivales de conferencia, este era el año para irrumpir de una vez por todas como equipos serios. La realidad es que esa mediocridad generalizada solo les sirve para mantener una ilusión que se diluye asomándose al baloncesto que practican.

Toca hacer la excepción con los Timberwolves, que ocupan ahora mismo la séptima del Oeste y rozan el 50% de victorias con un récord de 22-23. En la fría Minnesota surgen briznas de calor al cobijo de un grupo con tanto talento como oficio. ¿Su problema? Que talento y brega están totalmente separados.

Towns, Russell y Edwards pueden ganar un partido de efervescencia contra cualquiera, pero su tibio carácter también puede acabar echando por la borda el trabajo colectivo de todo un partido. Los Vanderbilt, McDaniels, Beverley y cía dotan al equipo de un espíritu combativo que antes no tenía. Pero da la sensación de que la mayoría de noches Chris Finch tiene que elegir entre una cara u otra. Lo cual deriva en una inconsistencia que les aleja de ser un grupo hecho y derecho. Eso sí, cuando sus tres estrellas han podido compartir pista, su balance asciende a 15-9. Queda tiempo para esperar a que la salud sonría y los resultados se asienten

A Pelicans tocará perdonarles por el tema Zion y por su inercia reciente. Pero más allá de Valanciunas y de recuperar a un Ingram nivel All-Star durante buena parte del último mes, pocas cosas han funcionado en la confección de un equipo que ha perdido a Lonzo Ball y Jrue Holiday en años consecutivos.

Sacramento no merece indulto alguno. Ni el cambio de entrenador, ni las rajadas de Tristan Thompson, ni los constantes rumores que circundan a sus principales estrellas han conseguido espolear a un conjunto históricamente malo en defensa. El pasado curso los Kings protagonizaron la segunda peor temporada de la historia en puntos recibidos por cada cien posesiones con 117,2. Este año ocupan la cuarta posición por la cola y conceden 113,4.

New York Knicks

Aunque Tom Thibodeau tenga adherido a sus huesos el barro de la defensa aguerrida, ambicionó con noches de brillo ofensivo y anotación fluida. Los Knicks pagaron con pragmatismo la promesa del talento, y a cambio perdieron ambas cosas. La debacle de Nueva York obligaba a encabezar este epígrafe con la franquicia al completo. Pero bien podría tomarse el caso de Julius Randle como explicación del todo.

El ala-pívot cimentó su arrolladora recta final del curso pasado con la duda de la insostenibilidad sobrevolando cada acción. Con Thibodeau, los Knicks simplifican su libreto ofensivo hasta dejar únicamente las páginas que recogen los aclarados y pick-and-rolls de Randle y Rose. Sin llegar a darle sentido de virtuosismo, Julius lo convirtió en una resolución viable a base de canastas de complejidad excesiva. Triples y tiros de media distancia con pasos atrás que generaban poca ventaja por su corta amplitud. Suspensiones con rectificado en la mecánica superior de tiro. Filia por la línea de fondo como hogar cuando el resto del mundo evita pisarla. Arremetidas contra el aro con tres rivales colgando. Al invento se le empezó a ver las costuras en la eliminatoria frente a los Hawks, y este curso se ha terminado de deshilachar.

Cuando las cosas con Kemba y Fournier comenzaron a ir mucho peor de lo esperado, se recurrió de nuevo a la sobrecarga de Randle, que ya era incapaz de sostener ese rendimiento. Al otro lado, el compromiso y mejora defensiva mostrada el curso pasado aparece con cuentagotas. El proyecto buscó vestir a Randle confiando en que con nuevos abalorios él les apoltronaría en un lugar que la franquicia no huele con consistencia desde finales de los 90. Pero cada vez que salen a pista el Madison exclama que el rey está desnudo.

Spencer Dinwiddie

Llegó a Wizards como la verdadera apuesta para construir ilusión de los restos del traspaso de Westbrook. Su incidencia en el equipo, donde se esperaba que fuese la segunda voz detrás de Bradley Beal, resulta irrisoria. De hecho, han tenido que ser Kyle Kuzma y Montrezl Harrel los que se han visto obligados a asumir los galones que deja esparcidos el base.

Existía cierto riesgo firmando a un jugador que venía de una temporada prácticamente en blanco, pero Dinwiddie no ha sobrevivido ni a las expectativas más moderadas. Ni siquiera cuando venían bien dadas.

(Fotografía de portada de Steph Chambers/Getty Images)


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