Serie ‘Pabellones NBA’: guerra y gloria en The Palace

El 4 de marzo de 1985, una fuerte tormenta que azotó el estado de Michigan provocó el derrumbe de una parte del techo del Pontiac Silverdome. Este accidente obligó a los Pistons a trasladarse durante el resto de la temporada al Joe Louis Arena, casa de los Red Wings de la NHL.

Aquel gris episodio escribió las primeras líneas del final de una década de baloncesto en el Silverdome y una relación a veces contenciosa entre la franquicia y la gerencia del recinto deportivo. Más importante aún, impulsó a los Pistons a construir uno de los pabellones más influyentes y relevantes durante las siguientes tres décadas.

Este inesperado cambio de hogar a causa del accidente fue recibido con una gran dosis de pesimismo. Hacía apenas un lustro que habían ‘escapado’ del Cobo Arena rumbo a los suburbios de Pontiac, a unos 40 kilómetros al noroeste del centro de Detroit. Vender menos de 500 abonos de temporada había facilitado mucho la decisión: el aforo medio en el Silverdome ascendería hasta las 20.000 localidades en el Silverdome.

Operativamente, sin embargo, las cosas no iban del todo bien. Los Lions de la NFL disponían de una mayor preferencia por parte de los dueños del estadio, lo que provoco numerosos conflictos en la programación de los partidos y otros problemas derivados de la logística y la organización de los encuentros.

Aunque ahora el contratiempo era bien distinto: qué iba a ocurrir con las 121.000 entradas vendidas y cómo reubicar a los aficionados en la nueva localización. Los temores se cumplieron y la asistencia media disminuyó entre las 5.000 y las 6.000 entradas por velada. “Cuando nos trasladamos allí no recibimos el apoyo de los aficionados. Fue una llamada de atención”, declaró Dan Hauser, vicepresidente ejecutivo de ventas de los Pistons. “Debíamos quedarnos donde estábamos. Pero como el Silverdome no iba a funcionar a largo plazo, decidimos tener nuestro propio pabellón.”

A finales de 1985, Bill Davidson y sus socios Bob Sosnick y David Hermelin empezaron a mover hilos con el fin de construir un nuevo recinto privado en la zona metropolitana de Detroit, concretamente en Auburn Hills. “Llamaron loco a Davidson. Los periódicos lo titularon como ‘La Locura de Davidson’”, explicó Tom Wilson, CEO de la franquicia. “Les parecía una locura la idea de gastar una gran cantidad de tu propio dinero en construir un edificio dentro de una industria en la que no puedes sacar beneficios.”

Pero tanto Davidson como Wilson habían compartido una visión muy definida para desarrollar un pabellón controlado en su totalidad por la franquicia: organización, venta de abonos y entradas, zonas VIP, patrocinios, marketing, relaciones públicas y reserva de eventos para competir directamente contra el Silverdome y el Joe Louis Arena.

Los Pistons escogieron a la empresa local Rossetti para diseñar la arena. La compañía había desarrollado varias de las propiedades de Sosnick pero nunca había asumido el proyecto de creación de una instalación deportiva. “Nosotros tampoco lo hemos hecho nunca”, declararía en tono de humor Tom Wilson.

Todos estaban en el mismo bote y desde Rossetti estuvieron abiertos en todo momento a sugerencias y consejos por parte de los propietarios y ejecutivos de la franquicia. La mayor exigencia a la que tuvo que hacer frente la compañía fue la incorporación de zonas VIP en el nivel inferior del recinto, una localización sin precedentes hasta el momento. Davidson quería que su pabellón proporcionara una gran experiencia a todos los aficionados, independientemente de dónde se encontraran sentados. Y estas suites amenazaban este objetivo.

A esto se unía la problemática de la acústica, pues el grupo propietario no solo quería un recinto cómodo para los aficionados sino también completamente adaptado para la celebración de conciertos y eventos de primera línea. Finalmente, Rossetti fue capaz de solventar estas dificultades y estas zonas reservadas terminaron por cautivar a la afición mientras, a su vez, mantenían la rentabilidad de la empresa. Las suites VIP, unas cien en total, fueron vendidas a un precio que osciló entre los 50.000 dólares y los 120.000 dólares por temporada.

Eran las suites más caras del país pero la franquicia se encontraba en el momento idóneo para llevar a cabo un plan tan ambicioso. Los Pistons de Isiah Thomas, Joe Dumars, Bill Laimbeer, Dennis Rodman y Chuck Daly habían alcanzado las Finales de la NBA la temporada anterior a la apertura del recinto. “Nuestro producto era realmente atractivo. Teníamos a personalidades únicas con los ‘Bad Boys’. Era el momento.”, afirmaría Hauser.

14 meses después de empezar la construcción, The Palace of Auburn Hills fue inaugurado el 13 de agosto de 1988 tras una inversión total de 90 millones de dólares. Inmediatamente, el nuevo pabellón, cuyo nombre fue tomado tras la celebración de un concurso público a nivel estatal, estableció un estándar dentro de los recintos deportivos profesionales que se abrirían a partir de entonces. El éxito fue tan grande que, años después, los Pistons construirían otras 80 suites en la zona superior a un precio de reserva de entre 30.000 y 50.000 dólares. En total, más de 200 millones de dólares fueron invertidos en renovaciones y mejoras durante sus 30 años de vida.

“Se necesitaron agallas”, declaró Rick Franks, un veterano promotor de Detroit encargado de la producción de más de 1.000 eventos en el Palace. “Estos tipos usaron su propio dinero y demostraron que este es un negocio que puede funcionar.”

The Palace comenzó su andadura arrancando una nueva era y siendo revolucionario en muchos aspectos. Además, supuso un punto de inflexión en el rumbo de los Pistons. El equipo había caído eliminado en las Finales de 1988 ante los Lakers del Showtime tras siete partidos. Nada más hacer las maletas rumbo a su nuevo hogar, los Pistons se presentaron en sociedad en The Palace con la conquista de dos títulos consecutivos, vengándose de los angelinos, tumbando a Boston y deshaciéndose en dos ocasiones de los Bulls de Michael Jordan por el camino.

Tras una década de transición, la entrada en el siglo XXI nos regalaría otros dos momentos icónicos en la historia del Palace y de la franquicia. Uno para enorgullecerse y otro para taparse la cara de vergüenza. Ambos tuvieron lugar en 2004. Si bien en junio sumaban un nuevo título tras imponerse en las Finales a aquellos Lakers de Kobe Bryant, Shaquille O’Neal, Gary Payton y Karl Malone, apenas cinco meses después protagonizaron uno de los incidentes más lamentables en la historia de la NBA. El 19 de noviembre, un partido entre los Pistons y los Pacers en el Palace, que ni siquiera era un encuentro de alta rivalidad, se enmarañó tras una falta de Ron Artest sobre Ben Wallace. Esa fue la mecha que terminó de encender una llama que vio cómo hasta los aficionados allí presentes se convertían en partícipes de la archiconocida trifulca.

Las sanciones por parte de la competición fueron ejemplares. A Ron Artest le cayeron 86 partidos (76 de regular season y 13 de playoffs) y casi cinco millones de dólares, a Stephen Jackson 30 partidos y 1,7 millones, a Jermaine O’Neal 15 partidos y 4,1 millones, a Ben Wallace seis partidos y 400.000 dólares, a Anthony Johnson cinco partidos y 122.222 dólares, a Reggie Miller un partido y 61.111 dólares, a Chauncey Billups otro partido y 60.611 dólares, a Derrick Coleman un partido y 50.000 dólares y, por último, a Elden Campbell un partido y 48.888 dólares. Un total de 146 encuentros y 11 millones de dólares en sanciones.

Los Pistons disputaron el 11 de abril de 2017 su último partido en el Palace de Auburn Hills, su hogar durante casi tres décadas. Fue en un duelo ante los Wizards en el que cayeron por un ajustado 101-105 y en el que estuvieron presentes algunos de los principales participantes de los grandes éxitos de la historia de la franquicia. A partir del curso 2017-18, los Pistons pasaron a jugar en el moderno Little Caesars Arena, situado, de nuevo, en el centro de Detroit.


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(Fotografía de portada de Gregory Shamus/Getty Images)


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