Hasta el momento ha hecho pleno. Tyronn Lue ha conducido a los Cleveland Cavaliers a las Finales de la NBA todas las veces que ha tenido ocasión de hacerlo. Tres. Y se ha proclamado campeón en una de ellas, cediendo las dos restantes ante los todopoderosos Warriors.
Y sin embargo, el ratio de aprobación general del que goza Lue en sus funciones como head coach, a pesar de su precoz currículum, es escaso. Quizás porque la percepción no es tanto de que éste conduzca al equipo, sino más bien de que es un viajero casual en el asiento del copiloto —en el mejor de los casos—, o de que va anclado al capó, fastidiando la aerodinámica —en el más común—.
Tyronn Lue tuvo, desde el inicio, dos retos nada fáciles de afrontar. El primero fue sustituir, a mitad de temporada, a un técnico de reconocido prestigio europeo, David Blatt, a los mandos de un equipo aspirante al título.
El otro venía inherente al cargo de técnico de los Cavs. Ejercer de entrenador jefe titulado en un vestuario donde ya habitaba otro, implícito, subrepticio y popular, cuyo liderazgo es casi inigualable aunque ocupes el asiento principal del banquillo. Es LeBron James, todo un condicionante. Y su autoridad, la del Lue head coach, ha sido puesta en duda con asiduidad y con no pocas compilaciones visuales a modo de escarnio público, en las que se le veía relegado a un segundo plano en los time outs, con James acaparando toda la atención de las tropas.
Este curso ha sido el más difícil de los dos y medio que lleva al frente. Por momentos incluso la temporada regular pareció peligrar, como recuerda el propio James. Final y tortuosamente, lograron alcanzar una vez más las Finales, pero esta vez no hubo conato de resistencia más allá del Game 2. Los Warriors impusieron su ley y ni King James pudo discutirlo.
Ahora se plantea un horizonte de lo más áspero en Ohio. Están apunto de enfrentar una nueva etapa. Sin LeBron. Sin su héroe natal. Y eso lo cambia todo. Incluso para Lue a quién, de seguir en los Cavs, no sabemos si la marcha del ’23’ tiene que significar algo necesariamente malo.
Seguirá en Cleveland
«Sé que soy un tipo duro. Estoy orgulloso de eso. Soy muy exigente conmigo mismo en muchas ocasiones, pero debo darme cuenta de que sólo he estado entrenando dos temporadas y media. Aunque sienta que han sido como diez o quince. Pero puedo ser mejor, y voy a ser mejor», ha dicho Lue y recoge el Akron Beacon Journal.
Lue, recordemos, fue jugador antes que entrenador. Once temporadas, siete franquicias y un par de anillos (con los Lakers). Siempre en el rol de point guard secundario. Su eterno sino.
«Tuve algunos problemas serios en el transcurso de la temporada, y probablemente pude haber renunciado, pero no iba a hacerlo. Sabía que incluso si no me sentía al cien por ciento, tenía que regresar para playoffs. Ese es mi momento. No quería poner a nuestros otros entrenadores en esa situación. No quería poner a nuestros jugadores en esa situación, y tenía que luchar para lograrlo. Eso es lo que hacen los campeones. Di todo lo que tenía».
El coach hace referencia a su salud, que no ha estado de su parte este año. Lue, de 41 años, se perdió, por prescripción médica, hasta once partidos de regular season entre los meses de marzo y abril, después de sufrir episodios en los que lidió con fuertes dolores en el pecho y, ocasionalmente, llegando a toser sangre. Durante todo ese tiempo, y cuando la titularidad de su puesto se empezó a calentar en los medios, recibió el apoyo incondicional del propietario de la franquicia, Dan Gilbert.
Hasta el momento ha logrado sobrevivir, con los golpes lloviéndole de multitud de frentes; y al joven técnico le quedan todavía tres años de contrato de los cinco que firmó en el verano de 2016. Su destitución, tras una trayectoria casi intachable —al menos a nivel de resultados (128 victorias y 77 derrotas en RS)— parece más que improbable. » Nunca voy a rendirme y nunca voy a ceder. Me quedé y pude tener un año muy especial, más allá de perder en la Final».