Historias de baloncesto: la década circular de Matt Barnes

Los Warriors disputan estos días las Finales 2017 ante los Cavaliers. Para la estructura del equipo que se mantiene, la que vivió las de 2015 y 2016, supone una lucha por vengar la derrota del año pasado, una de las más crueles e históricas de todo el recorrido temporal de la NBA. Para algunos de los integrantes, como Kevin Durant, supone casi la obligación de mostrar algo más en la victoria. Pero emocionalmente la victoria, y valga la redundancia, se la llevará Matt Barnes.

Sólo hay que echar la vista unos meses atrás desde este punto para entenderlo. Precisamente por la lesión de Kevin Durant los Warriors se vieron obligados a buscar a un sustituto de garantías por si esa baja se prolongaba más de lo debido, con lo que pasaron de pretender a José Manuel Calderón a fichar finalmente a Matt Barnes.

La vuelta a los Warriors esta temporada supone para Barnes cerrar un círculo. Bonito y tétrico a la vez, una sensación agridulce. Vuelve al que fue su equipo hace exactamente 10 años, el último equipo con el que le vio jugar su querida madre. Por eso esta nueva estancia en Oakland traspasa la línea deportiva y supone un nuevo reto personal para Matt Barnes, el de ponerle un broche emotivo a su carrera profesional.

Su madre, su mayor fan

Si queremos entender por qué Matt Barnes busca homenajear de una manera tan fiera pero tan cuidada a su madre hay que hacer memoria para llegar hasta 2007, viajar una década hacia atrás. Matt estaba inmerso en los Warriors del «We believe«, con los que consiguieron derrotar en primera ronda de los playoffs de aquel año a unos Mavericks que iban como primer cabeza de serie del Oeste en una de las victorias más contundentes de ese estilo que haya habido nunca. No lograron ganar el campeonato, les eliminaron los Jazz de un heroico Derek Fisher, pero dejaron huella. Según muchos, una semilla para lo que hoy supone el equipo del Bay Area.

Una vez pasó aquel verano, ya encarando la temporada 2007/08, Barnes recibió una llamada que cambiaría su vida para siempre. Era su madre, que le informaba de que le acababan de detectar un cáncer de pulmón. Contaba el propio protagonista que lloró en un primer momento pero se rehizo y le prometió a su progenitora que acabarían con él. Pero nada más lejos de la realidad, aquel cáncer era de 4ª fase. No se podía hacer nada ya para remediar lo inevitable.

Matt no quiso aceptar el diagnóstico y pagó para que su madre tuviera los mejores cuidados en centros especializados del área californiana. La madre de Gloria Govan, pareja por aquel entonces y madre de los hijos de Matt, había sobrevivido a un cáncer unos años antes. Esta vez no hubo tanta suerte. Desde aquella llamada pasaron exactamente 26 días hasta que Ann Barnes murió. Tras ello, los Barnes crearon la fundación «Athletes vs. Cancer».

Aquellos Warriors eran una pequeña familia. Baron Davis, que coincidió en UCLA con Matt, decía que estaba tan en contacto con Ann que era como su tía. Estaba tanto con el equipo y con su hijo que, en la disputa del último partido de Matt que pudo ver, pidió que se la incinerara junto a una camiseta de los Warriors. La petición no se cumplió finalmente, pero sí se creó una camiseta especial con su nombre en honor a la dedicación y admiración que Ann profesó por la organización warrior. Qué menos que honrarla 10 años después consiguiendo el mayor premio que da la mejor liga del planeta con el equipo con el que ella le vio jugar por última vez.

Una infancia borrable

Matt Barnes no tuvo una infancia fácil. Muchas veces existe esa leyenda del depender de en qué lugar has nacido para analizar lo peligroso que eres, pero es algo que no sirve de mucho. La familia de Barnes vivía en California, uno de los estados más ricos, poblados y desarrollados de Estados Unidos. Y el ambiente en el que creció fue de todo menos positivo.

Define a Henry, su padre, como el mayor traficante de drogas del área donde residían. Matt, que nació en Santa Clara, tuvo que huir a Sacramento después de que su padre agrediera a dos policías que habían ido a su casa de inspección.

En secundaria fue a Del Campo High School. Allí jugaba a fútbol americano. Y era una escuela, como él reconoce, de blancos. Él es de padre negro y madre blanca, pero eso no le salvó de sufrir racismo en sus propias carnes. Se quiso rebelar y eso le costó que el KKK les amenazase de muerte tanto a su hermana como a él.

Y, para rematar, en su vecindario eran frecuentes las peleas a punta de pistola. Nada que un niño, sea de la edad que sea, deba presenciar.

Borrones

De Matt Barnes conocemos sus incuestionables salidas de tono. Casi más que el propio juego que desarrolla, que ha sido mucho y valioso. Quizás ese background tenga algo que ver con una de las personalidades más difíciles que existen actualmente en la NBA.

Algunos ejemplos: contra James Harden, contra Doc Rivers, la pelea con Derek Fisher y… expulsiones, multas, más expulsiones, más multas… Y ha tenido que soportar avisos, interrogatorios o juicios.

Lo que es tirar de hemeroteca y que se te haga interminable. Han sido muchos borrones a lo largo de su carrera. Pero, a la par que no es justificable, llega a ser entendible que salte la chispa tras un recorrido tan tortuoso.

El papel actual

Matt Barnes es uno de los jugadores con rol suplente que más rédito ha aportado a sus equipos en los últimos años, es algo indudable. Comparándolo con 2007, el minutaje en pista ha disminuido considerablemente por la absorción de Durant como titular y el aporte de Iguodala en su posición. Dicho lo cual, sigue siendo un arma de fuego cuando Brown o Kerr decidan utilizar, sea por lesión de un compañero o por necesidades del guión.

«Nunca tendré ya una felicidad plena, pero esto me inspirará para salir ahí fuera y hacer la diferencia»

Han pasado ya 10 años desde el deceso de su madre. Y, de nuevo, él está en los Warriors. Es el momento de que Matt Barnes gane por el recuerdo.


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